Infiltrados gubernamentales hacen lo posible por destruir desde dentro los planes de los desplazados de Honduras. El viacrucis migrante comienza en San Pedro Sula, desde donde los hondureños viajan a pie o en carros que les dan aventón hasta Guatemala.
Jocotán, Chiquimula, Guatemala
Arriba, el tranquilo cielo de Guatemala, con jirones de nubes grises que anuncian lluvia. Abajo, golpes y garrotazos que el Ejército guatemalteco propina a la masa de hondureños que han viajado desde San Pedro Sula y pretenden abrirse paso a Estados Unidos.
El caos se desata en Valle Hondo, Chiquimula, en el oriente de Guatemala, la mañana del domingo 17 de enero de 2020, cuando los soldados guatemaltecos forman un dique contra el cual se estrella la marea de hondureños. Se trata de la más reciente caravana de migrantes que intentan continuar su recorrido por tierra guatemalteca para poder llegar a Estados Unidos.
Los militares guatemaltecos, armados de palos, escudos antimotines y bombas lacrimógenas, se forman hombro con hombro para obstruir el paso por la carretera que atraviesa Valle Hondo.
Cuando los hondureños intentan avanzar, el destacamento militar emplea la violencia para hacerlos retroceder. El pavimento queda sembrado de mochilas, ropa, chaquetas y otras pertenencias. Niños, ancianos, mujeres, hombres y jóvenes corren para eludir los garrotazos y empujones.
"¡Una sola línea!", "¡Córranse para atrás!", gritan los soldados, quienes ordenan a gritos que los migrantes retrocedan y vuelvan a su país. Entretanto, testigos del hecho piden a los periodistas presentes que filmen las acciones violentas del grupo de militares. "¡Miren eso!", gritaron.
El destacamento guatemalteco cumple las órdenes del Gobierno de Alejandro Giammattei de impedir el paso de miles de hondureños que partieron la madrugada del viernes 15 de enero de 2020 en su peligrosa aventura migratoria.
La mayoría salieron desde la Gran Terminal de Buses sampedrana donde durmieron al aire libre después de reunirse poco a poco en el bulevar que conduce de San Pedro Sula a Tegucigalpa, en el centro de Honduras. Los hondureños huyen de la pobreza, la violencia y la situación caótica que han dejado los huracanes Eta y Iota en el territorio nacional.
El Gobierno hondureño abandonó a la población perjudicada por los huracanes. A muy pocas zonas afectadas llegan brigadas médicas o alimentos provistos por las instituciones gubernamentales. Tampoco han acudido suficientes retroexcavadoras y volquetas para sacar las toneladas de lodo que siguen cubriendo calles y casas.
Cientos de hondureños se fueron uniendo a la caravana en diferentes puntos a lo largo del recorrido de la caravana que comenzó en la Terminal y se encaminó por la Carretera del Sur. Cuando salió, la caravana agrupaba a unas 5,000 personas. Otras 3,000, según testigos, se han ido sumando al enorme grupo de viajeros procedentes de todos los puntos de Honduras.
Desafiaron los reportes de mal clima y las amenazas gubernamentales de disolver la caravana. Su único objetivo era irse.
El viacrucis a El Florido
"¡Súbanse, yo los llevo!", grita el hombre desde la cabina del Ford F159 blanco. Señala con la mano la parte trasera del pickup. La familia de Suyapa, formada por dos mujeres y ocho varones, se sube rápidamente a la paila. Están en el punto fronterizo de El Florido, departamento de Copán, en la región occidental de Honduras.
Está lloviznando, pero Suyapa y sus familiares no andan abrigos suficientes para cubrirse. Ella solo se cubre la cabeza con un pañolón gris oscuro y su cuñada lleva puesto un gorro verde. Con ellas van varios niños cubiertos con chamarritas de tela roja con cubrecabezas.
La mayoría andan la cara cubierta con mascarillas quirúrgicas azules y llevan en la mano bolsas y mochilas en las que cargan lo estrictamente necesario para el viaje: ropa extra, sábanas y documentos. En el camino van comprando botes de agua, comida, dulces o frutas para los niños. Lo necesario para ir pasándola.
Suyapa, su esposo, su cuñada, sus hijos y sobrinos salieron de la colonia Sandoval Sorto, en San Pedro Sula, y llevan dos días de camino, a veces a pie, otras en carros como el Ford blanco que les ha dado aventón. Lo más duro para ellos han sido las caminatas bajo la lluvia causada por una serie de frentes fríos que han estado entrando a Honduras desde diciembre del año pasado.
Ellos son solo algunos de los miles de hondureños que forman la más reciente caravana de migrantes. Ya no aguantan la situación. Ya estaban cansados de la violencia, el alto costo de la vida, el desempleo y la insalubridad. Los huracanes Eta y Iota que devastaron barrios enteros en la costa norte hondureña en noviembre de 2020 acabaron de forzarlos a convertirse en migrantes.
El camino a El Florido ha estado sembrado de miedo e incertidumbre para hondureños como Suyapa. Tienen la esperanza de tener una vida mejor en "tierra gringa", pero desde que salieron de la Terminal de Buses sabían que los esperaban días y noches durmiendo a la intemperie, con el temor a secuestros, asaltos, violaciones y asesinatos.
Todos esos obstáculos no incluyen las campañas contra la migración orquestadas desde la cúpula de los Gobiernos de Honduras, Guatemala, México y, por supuesto, Estados Unidos. “Los Estados Unidos está unido a nuestros socios en México, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice y el resto de la región en nuestro compromiso con el estado de derecho y la salud pública. No se permitirá que los grupos de caravanas de migrantes avancen hacia el norte en violación de la soberanía, las órdenes de salud pública vigentes y las leyes de inmigración de las respectivas naciones en toda la región”, declaró el comisionado de CBP Mark A. Morgan.
La aventura migrante comenzó a las cuatro de la mañana del viernes 15 en el sector sampedrano de Chamelecón, a unos cuantos kilómetros de la Terminal. La caravana llegó a pie a ese sector, donde cientos de sus integrantes lograron encontrar aventón, o "jalón", como lo llaman en Honduras, en camiones, rastras, buses y pickups. Los que no lograron el aventón siguieron su camino a pie bajo el cielo nublado.
Los que corrieron con más suerte, como Suyapa y su familia, llegaron a la ciudad de La Entrada, en el departamento de Copán, ese mismo viernes al mediodía y a El Florido temprano por la tarde. Ese primer grupo era de casi 4,000 personas. Los otros 4,000 se atrasaron por diferentes razones y arribaron a El Florido por la noche.
La guerra de desinformación
El viacrucis de la caravana comenzó en La Entrada, donde la masa de migrantes no tuvo claro si el punto de encuentro en la frontera era en El Florido o en Aguascalientes. Los casi mil integrantes de la caravana que se fueron a Aguascalientes se toparon con una barrera de policías y militares hondureños armados hasta los dientes.
"Los soldados hondureños en Aguascalientes llevaban tanquetas, fusiles AK-47 y M-60 y tenían órdenes de disparar si los migrantes se resistían a retroceder y volver a sus comunidades en Honduras", revela un miembro de la cooperación internacional que ha estado observando el desarrollo de este flujo migratorio.
Otros observadores, como el periodista independiente Bartolo Fuentes, afirman que la caravana ha sido infiltrada por gente pagada por el Gobierno hondureño. Fuentes, quien fue acusado en 2018 de incitar a hondureños a unirse a las caravanas migrantes, asegura que hay personas infiltradas en los grupos de migrantes para destruirlos desde adentro.
"Se hacen pasar por coordinadores y lo que buscan es afectar a las personas y boicotearlas desde adentro", dice Fuentes. "Lo primero que hacen es tomar horas inadecuadas para salir. Anoche mismo, algunos ya querían salir de noche para debilitarla [la caravana]. De noche, nadie les da jalón, nadie los apoya. Después buscan llevarlos por rutas peligrosas, caminos solitarios como Corinto".
Aguascalientes es otro punto peligroso que parece haber sido escogido a propósito para desalentar a la caravana, como lo prueba la experiencia de los mil migrantes que chocaron con los militares armados del Ejército hondureño.
No solo corren peligros, algunos inesperados y otros planeados por los Gobiernos. También tienen hambre. Entre los migrantes hay gente que no ha recibido una comida sólida desde el jueves 14, como Patricia Rodríguez, de la colonia San Jorge, conocida como La Playita, en Chamelecón. Patricia cuenta llorando cómo la falta de trabajo la ha obligado a buscar en otro país una mejor vida con su familia.
Patricia y sus parientes, como miles de integrantes de la caravana, se han alimentado de galletas, agua y algún jugo que buenas personas les han regalado. También han gastado los pocos ahorros que tenían para pagar el viaje desde varias regiones de Honduras y han llegado prácticamente sin un centavo a Copán. Se trata de familias enteras que, como las de Patricia y Suyapa, incluyen mujeres, ancianos y niños, algunos incluso de pecho a quienes sus padres llevan en carritos para bebé.
Patricia es una damnificada de Eta y Iota que se quedó sin dinero porque primero viajó a Corinto, departamento de Cortés, creyendo que desde ese punto iba a salir la caravana. Cuando le dijeron que el punto de partida era en la Terminal, tuvo que regresar a San Pedro Sula.
Igual que miles en la caravana, Patricia anda con lo puesto: un suéter rojo y una blusa azul que apenas la cubren de la llovizna. Es una mujer de 46 años, alta y aparentemente vigorosa, pero con una hipertensión que la ha obligado a gastar lo poco que le quedaba en exámenes y medicamentos. Ahora ya no tiene con qué curarse.
Tampoco tiene casa. Quedó hecha pedazos bajo el lodo que trajeron las inundaciones de Eta y Iota. La única esperanza de Patricia es que ella y sus hijos hallen trabajo y una vida digna en otro país. Estados Unidos es su meta. Están seguros de que allá lograrán lo que en Honduras no pueden lograr la mayor parte de los pobladores, o sea tener trabajo, salud y seguridad.
María habla y todos la escuchan
"¿Solo se necesita la prueba de COVID para pasar?", pregunta la mujer. Tiene 19 años de edad y va vestida con chamarra y mascarilla negra y lleva gorra multicolor en la cabeza tapada también con cubrecabezas, leggins, sandalias y calcetines. Está parada frente a un hombre alto vestido con chaleco que lleva impresas en la espalda las palabras "Migración de Guatemala".
Ella se hace llamar María. Dice que vive en la ciudad de Villanueva y fue damnificada por Eta y Iota en la costa norte hondureña. Es conocida por alzar la voz y organizar a los participantes de la caravana migrante que está apostada en el punto fronterizo de El Florido, departamento de Copán, esperando que las autoridades de Guatemala la dejen pasar. "También ocupan su tarjeta de identidad y su pasaporte", dice el representante de la Agencia de Migración guatemalteca.
"No queremos quedarnos en Guatemala", argumenta María frente a los oficiales migratorios. "Solo queremos pasar para seguir nuestro camino". "No tenemos dinero para hacerlo".
María es uno de varios coordinadores de esta última caravana. Nadie tiene claro quién nombra a personas como María, pero es alguien que tiene la habilidad de alzar la voz y hacerse escuchar. Ella y sus colegas se encargan de organizar el movimiento de la masa de viajeros y de hablar ante las autoridades en cada una de las fronteras que deben traspasar antes de llegar a su destino en Estados Unidos.
María elude las cámaras. No le gusta que la fotografíen y que le hagan videos y preguntas. Se molesta cuando le preguntan por qué cree que los hondureños deciden emigrar. Ella vocifera y sus seguidores la secundan.
María tiene toda la razón de evitar que hagan imágenes de ella. El Gobierno hondureño podría perseguirla y ejercer la violencia en contra de ella. La administración de Juan Orlando Hernández es conocida por sus tácticas represivas en un país donde la violencia institucional es la respuesta a cualquier muestra de inconformismo de la población.
Esas tácticas de represión del Gobierno, además de las sospechas de corrupción y supuestos actos de tráfico de drogas y, en general, su mal manejo del país son algunas de las razones por las que 8,000 personas han decidido abandonar Honduras para buscar mejor vida en el extranjero.
Sin embargo, miles de hondureños integrantes de la caravana migrante no la tienen ni la tendrán fácil en los próximos días.
Hasta el momento, cientos de ellos han sido devueltos desde Guatemala. Mientras tanto, miles más esperan seguir avanzando, ya que por ahora se encuentran varados en Chiquimula, donde cientos de policías les siguen restringiendo el paso en busca de su sueño de libertad y mejor vida.
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