Cuando la historia la escriben los que gobiernan: ¿educación o adoctrinamiento?
- Redacción Central
- hace 13 horas
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¿Está Honduras caminando hacia su propio modelo de dictadura institucionalizada como el de Nicaragua? Las señales están ahí. Son evidentes, aunque digan lo contrario. Depende de la gente —sociedad civil, periodistas, docentes, empleados públicos y ciudadanía en general— impedir que el adoctrinamiento se normalice y la democracia se disuelva en tinta roja.
Por Redacción Central | @CoyunturaNic
Tegucigalpa, Honduras

Honduras comienza a parecerse peligrosamente a Nicaragua. Lo que en Managua ocurre desde hace más de una década —la conversión de la educación pública en una herramienta de propaganda del régimen de Daniel Ortega y su esposa y ahora comandataria Rosario Murillo— empieza a replicarse con precisión preocupante en Tegucigalpa, bajo la administración de Xiomara Castro y la creciente influencia de su esposo, el actual asesor presidencial y exmandatario Manuel Zelaya. El reciente Decreto Ejecutivo 14-2025 publicado en el Diario Oficial - La Gaceta el lunes 24 de marzo, que ordena la incorporación obligatoria del libro "El Golpe 28-J: Conspiración transnacional, un crimen en la impunidad", escrito por Zelaya, ya con dos ediciones, a los planes de estudio de la educación básica y media, es por mucho una alarma que no puede pasarse por alto.
En Nicaragua, Daniel y Rosario se han convertido en iconos escolares, luego de ser "revolucionarios" y posteriormente políticos de la izquierda más radical. Su imagen protagoniza ahora libros de texto obligatorios. Los colores, símbolos y consignas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) están institucionalizados como elementos "nacionales". Esa distorsión de la realidad —en la que una visión de partido se impone como única verdad posible— no solo borra el pensamiento crítico, sino que elimina cualquier posibilidad de pluralismo y disidencia. En Honduras, la impresión masiva de un libro político-partidario, elaborado por un expresidente e impulsado por una ministra de Defensa (Rixi Ramona Moncada) que también es aspirante presidencial y coautora del texto, sigue exactamente el mismo guion.
La llamada Cátedra Morazánica (establecida por Castro en septiembre de 2022) pretende, según el decreto, "fortalecer la identidad nacional y promover los valores democráticos". Pero enseñar la historia desde una sola versión, y más aún, desde una voz directamente interesada en mantener el poder político, institucional y armado, no es educación: es adoctrinamiento. Y no fortalece la democracia; la debilita.
El libro en cuestión —con portada negra y una imagen de la puerta principal de la que era la residencia de Manuel durante el golpe de Estado en su contra en 2009— será distribuido de forma gratuita por la Empresa Nacional de Artes Gráficas (ENAG), "para que los hechos no se repitan". La Secretaría de Finanzas (SEFIN) ajustará el presupuesto. El Ministerio de Educación adaptará su uso según las edades. Todo el aparato del Estado se ha puesto al servicio de una narrativa oficial, como si los hechos pudieran ser propiedad exclusiva de quien los cuenta desde el poder.
La historia del 28 de junio de 2009, como cualquier evento complejo de la vida política de un país, debe ser contada en plural. Hay documentos, testimonios, análisis jurídicos y posiciones políticas múltiples. Lo que ocurrió aquel día y sus consecuencias requieren más que un libro con firma partidaria: se necesita debate, investigación, confrontación de fuentes, espacio para la crítica. Imponer una sola versión, por decreto, es replicar el autoritarismo disfrazado de pedagogía.
Es innegable que el golpe de Estado de 2009 fracturó la institucionalidad hondureña. Pero también es innegable que el uso partidista de esa memoria, convertido en doctrina oficial, no busca sanar heridas ni construir ciudadanía. Busca fidelizar electores desde la infancia. Busca uniformar el pensamiento. Busca blindar el poder.
El paralelismo con el régimen sandinista ya no es una exageración retórica, señora y señore. Es un espejo que empieza a reflejarse con nitidez: partidos que convierten sus símbolos en "Patria", presidentes que se eternizan a través de sus obras publicadas, sistemas educativos capturados por una sola ideología, y ciudadanos que, desde la niñez, aprenden que solo hay una verdad posible.
En una democracia genuina, la memoria histórica no se impone: se construye colectivamente. Y la educación no es un espacio para reproducir dogmas, sino para cultivar pensamiento libre. Si Honduras sigue por este camino, el futuro será una copia preocupante y distorsionada del presente nicaragüense: un país sin oposición, sin voces diversas, sin memoria real, con periodistas exiliados y un oficialismo terco y capaz de todo. Un país educado para obedecer, no para pensar y construir en reconciliación.
Es probable que en este punto usted piense: "Honduras no es Nicaragua", y tiene toda la razón. Sin embargo, las y los nicaragüenses han protagonizado revoluciones armadas y cívicas para derrocar a más de una "monarquía" bananera en más de 100 años, y, a pesar de ello, siguen resistiendo hasta el día de hoy el sistema represivo, militar, policial e institucional más crudo de Centroamérica y América continental.
En Nicaragua, el rostro de Ortega y el de Murillo no solo aparecen en los noticieros oficiales una y otra vez, o en murales que bordean las calles, los colegios y universidades: también figuran como protagonistas en los libros de estudio y ejercicios escolares. Sus nombres son citados, sus retratos ilustran secciones enteras y sus palabras son elevadas como referencias en momentos que el régimen define como de interés nacional e incluso internacional. Aunque las piezas han sido redactadas y diseñadas por otros, es evidente que llevan la firma estética, el orden simbólico y la aprobación final de la familia copresidencial, que ha convertido la educación en otro instrumento de propaganda.
Mientras tanto, en Honduras, el expresidente y actual poder tras el trono, Zelaya, se proyecta como un escritor consumado. Lejos de la crítica literaria, sus textos circulan en columnas, manifiestos y publicaciones internas del partido como si fueran tratados ideológicos. Se autodefine como autor, pero sus obras parecen más ejercicios de autoafirmación política que de reflexión genuina.
El oficialismo hondureño asegura que quienes se oponen son los malos, que el gran capital es el enemigo, y que nadie debe intervenir en sus asuntos. Afirman que el progreso radica en un "socialismo" que debe controlar y decidirlo todo, mientras promueven una justicia selectiva y se contradicen ante los hechos. Se burlan y atacan a la disidencia. Vaya, como el sandinismo. Se expande como el gusano barrenador del ganado por Centroamérica. No es casualidad que ya ondeen banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional en las entidades bajo el control del Partido Libertad y Refundación (LIBRE).
¿Debería entonces Honduras permitir que el sistema educativo sea la nueva trinchera de la propaganda política? La respuesta no está en los libros impuestos. Está en la resistencia cívica a repetir la historia de sumisión que otros países ya viven. Hoy, en nombre de la "identidad nacional" y la "memoria", se nos impone una versión oficial del pasado. Mañana, ¿qué más será obligatorio?
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