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El día que Nueva York celebró a un dictador centroamericano

La figura de Anastasio Somoza sintetizaba en 1952, para Washington, el perfil ideal de un "aliado confiable" en la región: brutal con sus opositores, hábil para los negocios, servil en política exterior y dispuesto a mantener bajo control cualquier amenaza "roja" que surgiera tras el ascenso del bloque socialista en el escenario global.


Por Jairo Videa | @JairoVidea

Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica
Anastasio Somoza García y Salvadora Debayle, junto a Vincent Impellitteri y su esposa, el lunes 05 de mayo de 1952 en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica | Fotografía cortesía
Anastasio Somoza García y Salvadora Debayle, junto a Vincent Impellitteri y su esposa, el lunes 05 de mayo de 1952 en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica | Fotografía cortesía

Hace exactamente 26,687 días, equivalentes a 73 años y poco más, el lunes 05 de mayo de 1952, las escalinatas del Ayuntamiento de Nueva York, ubicado en el barrio de Civic Center, en Lower Manhattan, se convirtieron en escenario de una ceremonia que hoy, vista con la perspectiva que otorgan los años, los hechos y los archivos desclasificados, resulta tan incómoda como reveladora.


En una atmósfera primaveral y ceremonial, el entonces alcalde de Nueva York, Vincent R. Impellitteri (1950-1953), entregó la medalla de honor de la ciudad y un pergamino de "distinguido servicio público" a Anastasio Somoza García, dictador de Nicaragua y uno de los aliados más firmes de Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) en su "cruzada anticomunista" en América Latina.


La visita fue la culminación de una gira que se extendió del 01 al 06 de mayo de ese año, e incluyo una parada "no oficial" en Washington, tras 13 años de la única visita oficial del patriarca dictatorial a suelo estadounidense, por invitación del expresidente Franklin Delano Roosevelt en mayo de 1939. En medio de un clima geopolítico polarizado por la Guerra Fría, los valores democráticos fueron puestos en suspenso en nombre de la contención del comunismo.


Así, EE.UU. legitimaba a regímenes autoritarios siempre que mantuvieran la bandera del antimarxismo en alto. Somoza era uno de los favoritos: brutal, sí, pero confiable; corrupto, sin duda, pero obediente. La famosa frase, atribuida erróneamente a D. Roosevelt, pero que encarna la política exterior estadounidense de aquel momento, lo ilustra a la perfección: "Somoza podrá ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".


Durante la ceremonia en el Ayuntamiento, Impellitteri no escatimó elogios. Destacó que Somoza compartía los "gustos y disgustos" de los estadounidenses, especialmente el amor por el béisbol. Celebró su construcción de un estadio con capacidad para 50,000 personas en Managua y su entusiasta apoyo a los Gigantes de Nueva York. En un discurso que mezcla banalidad con propaganda, el alcalde alabó la postura anticomunista del dictador y elogió su supuesto "servicio público", sin hacer mención alguna de las graves violaciones a los derechos humanos que ya eran conocidas en Nicaragua.


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