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La Revolución que nos negaron: 19 de julio de 1979, el "triunfo" de un pueblo, no de un partido

El mito oficial ha sido tan eficaz que para generaciones enteras de nicaragüenses, incluso hoy en 2025, parece imposible imaginar una insurrección que no lleve estampada la cara de Carlos Fonseca o la voz monocorde de Daniel Ortega. Pero la memoria histórica es más poderosa que el relato impuesto con sangre y autoritarismo hasta hoy, y cada vez más voces dentro y fuera del país centroamericano reclaman una lectura más honesta, profundo y descentralizada del proceso revolucionario.


Por Jairo Videa | @JairoVidea

Managua, Nicaragua, Centroamérica
En 1984, jóvenes guerrilleros se preparan para la defensa en las islas Solentiname, famosas por los talleres de pintura organizados por el teólogo y escritor Ernesto Cardenal, entonces ministro sandinista de Cultura | Fotografía de Keystone por Larry Towel
En 1984, jóvenes guerrilleros se preparan para la defensa en las islas Solentiname, famosas por los talleres de pintura organizados por el teólogo y escritor Ernesto Cardenal, entonces ministro sandinista de Cultura | Fotografía de Keystone por Larry Towel

Este sábado 19 de julio de 2025, como cada año desde 1979, la tiranía que controla Nicaragua con extremismo, persecución y crímenes de lesa humanidad, celebra con desfiles militares, arengas partidarias y símbolos rojinegros lo que denomina "el triunfo de la Revolución Popular Sandinista", cada vez más familiar y mundana. Sin embargo, 46 años después, urge desmontar ese relato monocorde que ha secuestrado la memoria colectiva de una gesta continental que no fue propiedad de un partido ni de una ideología específica, sino una Revolución profundamente ciudadana, amplia, plural y multicolor, armada y civil, en las calles, los medios, las escuelas y montañas.


Reducir el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle —tercer y último miembro del somocismo— a un logro exclusivo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), tras al menos 30 años de estrategias, muertes y pequeñas victorias o grandes derrotas, es una simplificación peligrosa y restrictiva, que también repiten hasta hoy medios como La Prensa, Confidencial y Canal 10, o exaliados de Daniel Ortega Saavedra como Carlos Fernando Chamorro, Moisés Hassan Morales, Dora María Téllez y Sergio Ramírez, desde el exilio. La Revolución de 1979 —que fue seguida por 11 años de ilegitimidad, conflicto armado, sanciones internacionales, rupturas sociales y hambre— fue el punto culminante de décadas de resistencia popular, articulada por campesinos, estudiantes, mujeres, obreros, sacerdotes, empresarios, periodistas, indígenas, exguardias disidentes, cristianos de base, liberales, socialdemócratas, comunistas, anarquistas y conservadores.


En las calles de Managua, León, Estelí y Matagalpa, según me relató en su momento don Reinaldo, mi abuelo, no solo se vieron banderas rojinegras: ondeaban pancartas improvisadas, retratos de Sandino, cruces cristianas, versos de Rubén Darío, grafitis libertarios, cánticos populares. Las armas no solo fueron sostenidas por militantes del FSLN, sino por jóvenes sin afiliación política, madres que perdieron hijos bajo la dictadura, obreros cansados del hambre, maestros y hasta empresarios hartos del saqueo somocista.


La insurrección fue nacional. La victoria fue del pueblo.


La Revolución nicaragüense —al igual que la insurrección civil que estalló en el año 2018— fue alimentada por un consenso nacional contra el oprobio dinástico de una familia, sostenido con miedo, censura y las Fuerzas Armadas. Organizaciones como el Movimiento Pueblo Unido, el Grupo de los Doce, los comités cristianos de base, las universidades, las comunidades eclesiales y múltiples expresiones disidentes y barriales contribuyeron con logística, información, víveres, refugio, estrategias, valentía, música, documentación.


Pero una vez tomado el poder en aquel entonces, y de nuevo en 2007, el FSLN estableció un proceso de monopolización de la narrativa revolucionaria, desplazando a quienes no se alinearon con su hegemonía y el culto mismo a Daniel y su esposa y ahora copresidenta Rosario Murillo. Ya en los años ochenta, con la guerra civil y la instauración de un modelo autoritario, muchos de los antiguos compañeros fueron marginados, exiliados o acusados de "contrarrevolucionarios".


Lo que debía ser una etapa de democratización, justicia social y reconciliación, se fue degenerando en lo contrario. En nombre del "pueblo", se impusieron censuras, confiscaciones, represión a la disidencia, culto a la personalidad y militarización de la sociedad. El sandinismo como partido se convirtió en iglesia ideológica con dogmas y herejes, quienes todavía cantan hoy en nombre de "la paz".


La evidencia de la traición al espíritu de 1979 se ha agudizado en las últimas dos décadas: el retorno de Daniel Ortega al Ejecutivo y su afianzamiento tras una cuarta reelección consecutiva sin competencia en 2021, marcó el inicio de una nueva etapa de autoritarismo y consignas. "Gracias a mi comandante". Hoy, en 2025, la Nicaragua gobernada por el FSLN es un país donde no hay elecciones libres, hay más de 50 presos políticos, más de 800 mil exiliados y toda forma de prensa libre ha sido aplastada.


La revolución que prometía pluralismo terminó ahogando toda pluralidad. Los que hablaban del "poder del pueblo", hoy le temen al pueblo en las calles.


Hablar de que la Revolución fue ciudadana, y no solo sandinista, no es un revisionismo ingenuo ni un intento de borrar el papel que sí tuvo el FSLN en la caída de Somoza. Es un llamado a la honestidad histórica y a la recuperación de una memoria colectiva plural, veraz y crítica, que no sirva para justificar dictaduras ni canonizar a caudillos.


El 19 de julio debe recordarse no con uniformes ni coreografías militares, sino con respeto a la diversidad que hizo posible aquel sueño: la ama de casa que escondía heridos en su cocina; el sacerdote que convertía su parroquia en centro de acogida; el adolescente que distribuía volantes bajo toque de queda; la madre que perdió a sus hijos en ambos bandos.


El futuro de Nicaragua no puede construirse desde el olvido ni desde la falsificación. Lo que el pueblo nicaragüense necesita no es la prolongación del régimen que usurpó la revolución, ni a nuevos caudillos o extremismos, sino una nueva insurrección ética y ciudadana, desarmada pero firme, capaz de rescatar la promesa de justicia social, participación, soberanía, diversidad, coexistencia y libertad que alguna vez movilizó a millones.


La Revolución de 1979 fue del pueblo. El presente y el futuro también deben serlo.



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