La sombra del tayacán: otro 19 de julio en Nicaragua, entre alabanzas forzadas, memoria secuestrada y una Revolución traicionada
- Jairo Videa
- 19 jul
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Actualizado: 30 jul
Daniel Ortega habló de historia como quien se adueña de la memoria colectiva. Pero los datos históricos eran frecuentemente inexactos o tergiversados. Usó la Segunda Guerra Mundial para exaltar a Rusia y justificó la invasión de Ucrania. Reivindicó la Revolución como única fuente de soberanía en Centroamérica, ignorando las luchas plurales de 1979, cuando campesinos, estudiantes, sacerdotes, periodistas, empresarios y militantes de todo signo contribuyeron al derrocamiento del somocismo. Una lucha amplia, espontánea, cívico-militar, que el caudillo sandinista ha reducido a un altar familiar.
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Managua, Nicaragua

A las seis en punto de la tarde de hoy, sábado 19 de julio de 2025, la ciudad capital fue cerrada para el resto del país. Literalmente. Daniel Ortega y Rosario Murillo, comandante-copresidente y copresidenta-primera dama de la dictadura sandinista, se desplazaron en caravana blindada por la Avenida Bolívar, rumbo a la Plaza La Fe Juan Pablo II —colindante con la Plaza Nicaragua, a orillas del lago Xolotlán— para encabezar la conmemoración número 46 del mal llamado "triunfo de la Revolución Popular Sandinista".
Fue una escenografía cuidadosamente coreografiada, como en años anteriores, y como en todo evento estatal. Miles de personas movilizadas —no todas voluntarias— saturaron el lugar: miembros de la Juventud Sandinista, trabajadores públicos obligados, bomberos, policías, militares, cadetes y hasta un cuerpo paramilitar de nueva data, según informes internos, que supera ya los 90,000 efectivos. Todos uniformados, divididos por colores: camiseta blanca y jeans azules para civiles, negro para cadetes, azul para la Policía, verde olivo para el Ejército.
A las 06:37 p.m., Ortega subió al escenario. El griterío lo saludó como "el comandante", mientras él, con pasos lentos, saludaba uno a uno en la mesa principal. Rosario Murillo tomó primero el micrófono. "Aquí no se rinde nadie", gritó, evocando el grito del fallecido general Augusto Sandino, que el régimen ha vaciado de sentido a fuerza de represión, censura y proselitismo. La plaza era un mosaico monótono de banderas rojinegras, gritos oficiales, fuegos artificiales, canciones revolucionarias reinterpretadas para las masas y una tribuna donde lo simbólico y lo grotesco se mezclaban sin vergüenza.
Otro culto un 19 de julio
Uno de los momentos más absurdos llegó a las 06:52 p.m., cuando se proyectó un video del estadounidense Ryan Wilson, quien, rodeado de jóvenes sandinistas, dijo disfrutar "los frutos de la revolución", llamando a otros ciudadanos de su país a venir a conocerla. Como si el país no viviera uno de los mayores exilios del continente, entre sonrisas y la mala traducción de un interprete, ese fue quizás un intento más por promover a Nicaragua como destino turístico "de excelencia" en Centroamérica, parte de una intensa campaña que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) encabeza en paralelo a sanciones y advertencias internacionales.
Luego sonó la "Canción de la Alegría" reinterpretada al estilo sandinista. La plaza reventaba, pero el contraste era brutal: mientras unos bailaban y ondeaban banderas, policías y militares se mantenían serios, inmóviles, como vigilantes de una función impuesta.
El listado de naciones "hermanas" saludadas por el régimen incluyó a Rusia, China, Palestina, Cuba, Venezuela, Vietnam, Myanmar, Abjasia, Corea del Norte y, en una mención especial, Honduras, representada por el vicecanciller Gerardo Torres Zelaya y la diputada Silvia Ayala, ambos del oficialista Partido Libertad y Refundación (LIBRE). Fueron la única delegación centroamericana presente, estrechando en nombre de la mandataria Xiomara Castro las mismas manos que acogieron al expresidente Juan Orlando Hernández, quien cumple hoy una sentencia por tráfico y uso de drogas y armas en Estados Unidos de Norteamérica.
A las 07:48 p.m., Anna Kuznetsova, de la Duma Estatal rusa, agradeció la "cooperación" de Ortega, mientras Ma Hui, del Partido Comunista Chino, fue introducido minutos después por Rosario. Los únicos dos discursos internacionales fueron vitrina de legitimación del régimen, que ha clausurado desde 2021 a casi 5,500 organizaciones civiles, ha cancelado elecciones libres, y mantiene a más de 50 presos políticos en las cárceles del país.
Pero lo que el poder mostró esta noche en la Plaza La Fe dista del espíritu revolucionario que realmente estalló en Nicaragua en 1979. La Revolución Ciudadana no fue obra exclusiva del FSLN, aunque hoy se celebre como propiedad privada de una familia y su clan. Fue una rebelión nacional contra la dictadura de los Somoza, sostenida por una pluralidad de sectores: campesinos, estudiantes, mujeres, sacerdotes, empresarios, exguardias, anarquistas y conservadores, unidos por el hartazgo.
Reducir esa historia a un solo partido es traicionar su esencia. El pueblo —ese que Ortega dice representar— hoy está desplazado, preso o silenciado. Desde su retorno al Ejecutivo en 2007, Ortega ha monopolizado no solo el Estado, sino también el relato revolucionario y la administración público. El discurso del "poder popular" se volvió un cascarón, sostenido por actos como este, que simulan alegría, pero transpiran miedo.
A las 08:05 p.m., volvió la música. Una mezcla de cumbias, danzas improvisadas, y canciones de Carlos Mejía Godoy —cuya familia está exiliada y cuyos temas el régimen ahora explota sin pudor—. Sonó "aunque te duela, aunque te duela, Daniel, Daniel, aquí se queda", y Daniel Ortega, en un acto que buscaba mostrarlo "cercano", bailó. Torpe, rígido, pero con un gesto que arrancó risas y vítores entre los suyos. Las cámaras, sin embargo, no mostraron nunca a los funcionarios ni a los delegados extranjeros, solo a la masa.
A las 08:34 p.m., Rosario gritó "¡no pudieron, ni podrán!", y dio paso a Ortega, quien comenzó una de sus más largas intervenciones de los últimos años. Más de dos horas, con largas pausas y conexiones perdidas.
El comandante mezcló historia universal, relatos bíblicos, ataques contra Europa, las personas migrantes, Ucrania, Israel, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los medios independientes, y hasta una lección de geopolítica napoleónica que dejó perpleja a su propia esposa. Sin carisma ni fluidez, Ortega saltó de la Segunda Guerra Mundial al Canal Interoceánico, de Reagan al Tren de Aragua, de Sandino a los "vende Patria" de la independencia centroamericana.
A las 09:52 p.m., dijo que el "héroe más grande" de Nicaragua es Andrés Castro, por lanzar una piedra a un invasor. Y cerró con datos "increíbles", como comparaciones poblacionales entre Nicaragua y Estados Unidos en 1912. Luego, con tono mesiánico, habló de "vigilancia revolucionaria", instando a los jóvenes a "procesar a los conspiradores" desde los barrios.
Silencio, represión y nostalgia socialista
Esta noche, mientras la música siguió y la fiesta terminó con cañonazos, en el resto del país la oscuridad fue más espesa. Ningún barrio de Monimbó participó. Ningún disidente pudo rendir tributo a sus muertos. Las universidades, centros de pensamiento crítico y movilización ciudadana durante décadas, están ahora intervenidas. Las iglesias en silencio. Los periódicos, clausurados. Los exiliados, lejos. El aire revolucionario se ha convertido en propaganda. Pura y dura, a la espera de una caída abismal y una justicia divina que llegará más temprano que tarde.
La revolución de 1979 fue una gesta cívico-armada. Hoy, 46 años después, se repite el mismo desfile de tanques, de gritos coreografiados, de niños danzando como en Corea del Norte, mientras un hombre viejo y cansado intenta convencerse a sí mismo de que el país lo ama, como una estrella de rock.
"La revolución les dio más valor, más grandeza", dijo Ortega sobre la independencia centroamericana. Pero hoy, lo único que su régimen ofrece a la historia y a la región es un Estado policial que se alimenta del miedo, de la mentira y del espectáculo.
Amenaza velada
A las 10:04 p.m., Ortega cerró su discurso con una advertencia: "tenemos paz, pero eso significa que el enemigo está conspirando". Instó a mantener la "vigilancia revolucionaria" en las comunidades, en los trabajos, en los centros de estudio, en las estaciones del transporte público, prometiendo que "a los terroristas, conspiradores y vende patrias, cuando se les descubre, se les captura y se les procesa". Represión sandinista impuesta como ley.
No hubo espacio para recordar a los caídos de 2018, a los asesinados por francotiradores en las protestas, a los sacerdotes expulsados, a los periodistas forzados al desplazamiento o a los campesinos asesinados en el norte del país o en Honduras y Costa Rica. Tampoco se permitió la presencia de familiares de desaparecidos ni sobrevivientes de la represión de Anastasio Somoza Debayle.
Ortega celebró la construcción de carreteras como "milagros", habló de China como "potencia de paz" y describió a Rusia como el país que "salvó a la humanidad". Mientras tanto, las calles de Managua más allá de la Plaza La Fe permanecen desiertas, silenciadas por el miedo y las redadas previas al 19 de julio.
A las 10:23 p.m., concluyó oficialmente el acto. Pero en ese pedazo de Managua —transformado en teatro blindado— la música siguió, la multitud aún coreaba frases diseñadas para la televisión estatal, y las luces artificiales disimulaban la noche densa que vive Nicaragua.
Rosario Murillo, como siempre, dirigía la orquesta ideológica desde su silla en la tarima. Daniel Ortega, cansado pero complacido, alzó el puño una vez más, como si aún creyera que el pueblo lo sigue por convicción y no por temor.
Mientras tanto, la verdadera revolución —la de 1979— sigue esperando su lugar en la historia, con justicia, sin manipulaciones, sin silenciados ni usurpadores. La plaza estuvo llena, sí. Pero el país sigue vacío de democracia, humanismo y dignidad.
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