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El poder se viste: Rosario Murillo y la indumentaria "barroca" del régimen sandinista en Nicaragua

Cada prenda, cargada de simbolismo y exceso, proyecta una imagen de control absoluto, distante de la austeridad de la revolución que alguna vez encarnó la ciudadanía. A través de su vestimenta, la copresidenta centroamericana construye una narrativa de poder inquebrantable, reflejando la metamorfosis del régimen y su desconexión con las bases populares que supuestamente lo originaron. Una estética que se replica a nivel nacional —y sí pudiera, a nivel regional—, con viseras, anillos, pancartas y discursos.


Por Juan Daniel Treminio y Jairo Videa | @CoyunturaNic

Managua, Nicaragua
"La copresidenta y su estilo" | Ilustración de COYUNTURA
"La copresidenta y su estilo" | Ilustración de COYUNTURA

En Nicaragua, el poder no solo se impone con decretos, retóricas o estrategias de terror policial y judicial; también se viste. Cada prenda, cada color, cada textura en la indumentaria de una figura de mando es un mensaje en sí mismo, una proyección cuidadosamente calculada que refuerza su narrativa, creencias, reglas, posiciones y percepción del mundo. El régimen sandinista que ha gobernado Nicaragua en los últimos 18 años, no solo se manifiesta por su línea totalitaria y dinástica, y un sistema diseñado para alabar a la pareja copresidencial y su familia, sino también en los atuendos de su pasarela estatal, hilo por hilo, pieza por pieza.


El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), dirigido por el mítico comandante José Daniel Ortega y su mujer, Rosario María Murillo, ha evolucionado hasta imponer en el país centroamericano un modelo de gobierno sin precedentes, una administración con dos cabezas, una Copresidencia, con el fin de convertir oficialmente a Murillo en la mujer más poderosa del territorio nacional, al mismo nivel de su esposo, también jefe del Ejército. Esta dupla ha demostrado estar por encima de la ley, desafiando a la naturaleza misma del Estado con una Constitución que a inicios del presente año reformó la identidad institucional y ciudadana.


A lo largo de su vida, la compañera Rosario ha construido una imagen tan extravagante como enigmática, de su identidad propia y del Ejecutivo. Su vestimenta no es aleatoria; es una firma visual de su omnipresencia y poderío, sin repeticiones y siguiendo por mucho la "teoría del caos", famosa entre la "generación Z" entre 2020 y 2022, y mucho antes, entre 1980 y 1990. A través de su estilo, Murillo no solo se viste a sí misma, sino que viste la monarquía que representa, hasta reproducirlo en cada rincón del país. A sus 73 años de edad, ha logrado que su imagen de ninguna manera pase desapercibida, ni siquiera entre figuras históricas de la izquierda latinoamericana. Ha usado piezas de la diseñadora india Anita Dongre; de Shantall Lacayo; Tiffany; Parfois; SHEIN; Pineda Covalin.


En noviembre de 2024, el expresidente uruguayo José "Pepe" Mujica, símbolo del progresismo regional, sintetizó con crudeza lo que para muchos es la "evolución" del sandinismo en el poder, haciendo un comentario que resonó como un veredicto lapidario: "Es increíble, la revolución sandinista en qué desemboca, en la vieja esa llena de piedras y de cosas. Es monstruoso... ...era una revolución soñadora contra Anastasio Somoza Debayle". Su crítica fue más que una burla a la señora; el gurú suramericano redujo la esencia del poder en Nicaragua a las joyas de Rosario, como si en sus collares de piedras, sus telas de colores estridentes y sus lentejuelas resplandeciera la metamorfosis del oficialismo, de antes y de ahora; de guerrilla combatiente con poetas y civiles a una monarquía tropical llena de misticismo y control absoluto. La revolución que alguna vez se vistió de verde olivo, hoy brilla con abalorios y supersticiones.


Entonces, la vestimenta de Rosario no es una simple elección estética, es una extensión de su ser, de sus creencias y percepciones del mundo. Sus atuendos están cargadas de simbología esotérica, amuletos y referencias místicas que reflejan su conexión con el sincretismo religioso más contradictorio de todos y su visión de poder, reinado y sistema masivo. Murillo no se limita a vestirse, sino que encarna un ritual visual cada vez que se deja ver: collares multicolores, muchos anillos en cada dedo, faldas amplias y vaporosas, estampados florales y texturas que evocan una nostalgia de los años 70, pero con un tinte más ceremonial y teatral. Como si la pasarela fuera su vida.


Así como un deportista elige su indumentaria en función de su disciplina —el short adecuado, los zapatos precisos para correr o pedalear— Rosario selecciona su ropaje para transmitir poder, consistencia y presencia. Sus colores vibrantes y combinaciones imposibles hasta de digerir son un desafío a la sobriedad política y jerárquica en toda Centroamérica y más allá, una declaración de dominio total sobre su estética y su entorno.


Cada acto público de la copresidenta es una extensión de su estética personal y de lo qué hace y piensa con el Estado en sus manos. Tarimas adornadas con plantas, flores artificiales y reales, y luces de colores, evocando una atmósfera de fiesta perpetua. Las rosquillas, dulces típicos y cajetas se ofrecen en eventos donde la música de celebración se mezcla con discursos místicos, combativos y geopolíticos. Las multitudes son organizadas con precisión, autobuses alineados en perfecta simetría rodean las plazas, como una coreografía diseñada para el espectáculo de la compañera.


La investigación "En el corazón de la familia Ortega-Murillo, a través de la vida del descendiente 'pop'" de COYUNTURA , publicada en diciembre de 2024, documentó, gracias a cientos de publicaciones de Juan Carlos Ortega Murillo, hijo de la pareja copresidencial, que en su vivienda abundan los símbolos, las pasiones y los amuletos. Fotografías de Daniel y Rosario, estatuas, vírgenes, esculturas, actividades y efemérides conviven en espacios saturados de color, un "horror vacui" visual que parece reemplazar cualquier vacío con una obsesiva acumulación de significados.


Rosario Murillo durante el año 2024 | Fotografías cortesía
Rosario Murillo durante el año 2024 | Fotografías cortesía

"Murillo habita un universo barroco", se atrevió a decir un sociólogo y curador de arte centroamericano consultado por este medio, donde la realidad hostil es sustituida por una pararrealidad más agradable y exhibicionista. Su hogar es un altar de devoción política-partidaria y personalismo, una representación física del poder absoluto que ejerce sobre Nicaragua, con la Policía Nacional y una fuerza parapolicial de casi 80,000 uniformados "voluntarios". Esa estética, como extensión del máximo dominio civil, militar e institucional, refuerza un imaginario en el que la opulencia y el exceso son símbolos de eternidad y control sin fin, mientras el país se apaga entre lentejuelas y flores plásticas, y cuando la compañera Rosario carece de dentista.


Más que un simple despliegue de suntuosidad, los atuendos de Rosario representan un simbolismo calculado, un lenguaje visual donde convergen la imaginación y la gobernanza. Su presencia es más amuleto que cuerpo, más anillos que dedos; una acumulación de símbolos que la envuelven y la proyectan como el centro de su propio carnaval. Murillo no solo se viste, se reviste de un aura que mezcla esoterismo y dominio político, civil, armado, un mensaje que trasciende lo estético para consolidar su figura día con día, a través de la señal abierta de la televisión, los letreros municipales de bienvenida y los discursos oficialistas de todos los días del año.


Al igual que los "árboles" de lata, cada accesorio en su indumentaria —anillos, aretes, pañuelos y collares— es un código visual, dicen los expertos en diseño y estilismo. Murillo se construye como una matriarca esotérica, una sacerdotisa política en un Estado familiar, mientras Ortega conserva su imagen de viejo comandante, con su chaqueta y su gorra inalterables. Si en los años 80 el uniforme verde olivo era el símbolo de la lucha, hoy su estética es un manifiesto del sistema. No ostenta una fortuna, aunque la tiene, sino un estilo que evoca omnipresencia, "quizás hasta religiosa", sentencia una editora centroamericana. En su indumentaria coexisten liturgia, sincretismo, personalidad y teatralidad, una puesta en escena que la sitúa como el verdadero rostro de todo y todos.


Un análisis de más de 20 apariciones públicas durante el 2024 muestra una evolución desde la sobriedad controlada de sus primeros años como primera dama hasta una explosión visual que la define actualmente. Su guardarropa es infinito y diverso, ya con casi dos décadas modelando en Managua: blusas de manga larga, túnicas holgadas, vestidos amplios, pantalones y faldas con movimiento, incluso extra. En el cálido clima de Managua, Rosario desafía todos los días la lógica climática con múltiples capas, chaquetas, bufandas y túnicas vaporosas con estampados florales y esotéricos, integrándose visualmente con los altares ornamentados que ella misma manda erigir para sus apariciones oficiales.


Rosario Murillo durante el año 2024 | Fotografías cortesía
Rosario Murillo durante el año 2024 | Fotografías cortesía

Una de las características más llamativas de su estilo es la constante renovación de su vestuario: nunca repite un traje. Cada aparición es una nueva construcción estética, donde chalecos, ponchos, bufandas y suéteres tejidos se suman a la extravagancia. Además, combina leggings o pantalones ceñidos con vestidos largos, desafiando estándares y recomendaciones estéticas. Su vestimenta no solo ocupa un espacio, sino que lo domina, proyectando poder absoluto y teatralidad, como si de un video musical se tratase. Aunque su estilo actual se caracteriza por la ornamentación excesiva, no siempre fue así. Tras el regreso de Daniel al Poder Ejecutivo en 2007, su imagen era más sobria y dominada por el blanco, simbolizando "reconciliación" en un contexto de legitimación política. Sin embargo, desde que asumió la extinta Vicepresidencia en 2017, su vestimenta cambió radicalmente: los tonos neutros dieron paso a estampados estridentes y superposiciones caóticas. En ese mismo año, replicó un vestido de Kate Middleton, la princesa de Gales, proyectándose como una "monarca tropical", desvinculada de la identidad textil nicaragüense, incluso.


Mientras su hija Camila Ortega Murillo controla la industria de la moda en el país con Nicaragua Diseña y todo un emporio de empresas y marcas, Murillo sigue su propio código, basado en la acumulación visual y el exceso. En actos formales, las chaquetas estructuradas refuerzan su autoridad, mientras que en la mayoría de sus apariciones públicas prefiere capas de texturas, colores vibrantes y accesorios desmesurados, configurando una puesta en escena que redefine el poder político en Nicaragua hasta la fecha.


La joyería también es una parte esencial de su estética. Sus manos se convierten en vitrinas saturadas de anillos, pulseras y brazaletes que representan protección, poder espiritual y energía mística, quizás. No hay moderación en el uso: piedras como turquesas, lapislázuli, corales y ágatas adornan cada falange. Este exceso transmite dominio y misticismo a lo bruto, convirtiendo sus manos en los símbolos mismos del poder dinástico sandinista. Un cóctel, más que un mosaico.


"Las fajas de la cintura copresidencial" | Fotografías cortesía
"Las fajas de la cintura copresidencial" | Fotografías cortesía

Los relojes, usados con la carátula hacia abajo, parecen simbolizar el poder supremo sobre el tiempo y sus propias decisiones. Desde 2017, su joyería se ha vuelto más excesiva, alineándose con el giro visual de su vestimenta, que pasó de la sobriedad a la opulencia.


"La doña de las viseras" | Fotografías cortesía
"La doña de las viseras" | Fotografías cortesía

Otro elemento clave es el fajón ancho, presente en sus atuendos desde 2017. Aunque antes variaba en colores y estilos, ahora se limita al negro y al blanco, proyectando autoridad y una visión que "abarca todo", pero que pocos pueden gozar. Esta elección, más que una preferencia estética, es una estrategia que consolida una imagen rígida e inflexible como comandataria del régimen sandinista. Las viseras también son parte del encanto de la copresidenta, de día o de noche, con Sol o un cielo nublado.


Rosario no se limita a ocupar un cargo; encarna un personaje cuidadosamente construido. Cada anillo, cada pañuelo y cada vestido forman parte de un guion visual que despliega su autoridad y su misticismo. En un país donde el poder se exhibe y se ritualiza, ella se presenta como una figura maternal, esotérica, omnipresente y hasta "divina", envuelta en símbolos, conceptos, fines y rituales que al final de la jornada solo ella entiende.


A través de su vestimenta, Murillo no solo desafía convenciones políticas, sino que crea su propia narrativa del poder, como matriarca de la Nicaragua sandinista. Mientras Ortega se refugia en la nostalgia del uniforme militar, ella despliega un espectáculo de colores, texturas y amuletos, cual pavo real, una puesta en escena que legitima su lugar en el régimen. Su figura no se limita a la silla, ahora compartida con su esposo; la simboliza, la viste y la convierte en un acto permanente de presencia. Una diva en su propio imaginario.



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