Recién cumplimos cuatro años de la insurrección de la conciencia en Nicaragua, iniciada en abril de 2018. Una conmemoración empañada por la lacerante herida de la represión, que sigue fracturando a nuestra querida patria y obligando a nuestros compatriotas a salir del país para vivir con un mínimo de dignidad y libertad.
Por Israel González | @IsraelDeJ94
El punto en la i
Madrid, España
Para los Ceauşescu del trópico ya no hay límites que no puedan romper. Solo les falta encarcelar o matar a un cura u obispo para equipararse en su totalidad al resto de la vergonzosa estela de dictadores latinoamericanos del pasado.
Sin embargo, hoy es necesario reflexionar sobre la memoria reciente, más allá de la dictadura. Es por ello que en estos días me he preguntado: ¿A quién le pertenecen los sucesos de la primavera cívica de abril? ¿A los jóvenes? ¿A los adultos mayores? ¿A los ecologistas? ¿A quién le pertenece esta historia?
El régimen orteguista, en su narrativa de post-verdad orwelliana, machaca diariamente a
nuestros compatriotas en los medios que controla –que son casi todos- con su cantaleta de normalidad, asumiendo en su narrativa que aquellas protestas en pro de la democracia fueron un intento golpista de la "oligarquía", los curas y el Gobierno de EE.UU., con el fin de derrocar al vetusto gobernante y su esposa, en el poder desde 2007. La propaganda de siempre, pero menos sutil y más descarada.
La oposición nicaragüense, descabezada y dispersa en varios países latinoamericanos, también quiere apropiarse de aquel abril y lo que representa.
Bastaba escuchar a varios de los muchachos de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) –algunos de ellos hoy presos de conciencia-, cuando pactaron con el partido político de la señora Carmella Rogers para presentarse como "alternativa" en las "elecciones" generales del pasado noviembre de 2021, posicionándose como ungidos para liderar el bloque opositor al régimen, mientras se excluía deliberadamente a otros grupos de tendencia socialdemócrata y evangelistas.
De manera que mientras unos quieren obviar lo que pasó –poco menos, aquel abril de 2018 les parece la mezcla de las siete plagas bíblicas de Egipto-, otros quieren apropiarse de todo lo que representó el despertar de una sociedad que había dejado en buena medida –por el actuar histórico de los empresarios, militares y la clase política- de ser protagonista de su historia, para asumir un pragmatismo resignado bajo eso que un analista muy reputado y exembajador del régimen en Washington llamó con sorna "el populismo responsable". Un Estado corporativo con visos de "dictablanda" y con un capitalismo salvaje y voraz.
Abril de 2018 a mi juicio -y si me equivoco, me corrigen- le pertenece a todos. Sí. A los que se movilizaron activamente por un cambio y también a aquellos que sin estar del lado del régimen veían desde la expectación lo que podía suceder. Le pertenece también a los empleados públicos honestos que, aún dentro del aparato gubernamental, disienten del autoritarismo cada vez más rancio de la pareja gobernante de Managua.
Por supuesto, abril de 2018 le pertenece a las víctimas de la represión del Estado y sus familias. Ellos, ofrendando lo mejor que tenían, hoy duermen forzadamente el sueño de los justos mientras sus familiares han sido obligados a callarse, exiliarse o, en el peor de los casos, ser encarcelados por reclamar la verdad.
En definitiva, abril de 2018 le pertenece a la sociedad nicaragüense. A todos los que aspiramos a construir un país más justo, democrático e inclusivo.
En el pasado ya dejamos que los políticos o los dirigentes de los procesos históricos se apropiaran de las luchas de nuestro pueblo. Ya ocurrió con ese enorme esfuerzo humano y social que fue la revolución de 1979. No dejemos que nadie se apropie, hegemonice o saque réditos políticos de gratis con la memoria de aquella primavera democrática de abril de 2018.
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