Amenazas diplomáticas, exaltación castrense y desvío de responsabilidades. Daniel Ortega se sigue reinventando como justo
- Jairo Videa
- hace 2 días
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El contraste con su propia trayectoria es evidente: el sandinista lleva 18 años consecutivos en el Ejecutivo tras modificar la Constitución una y otra vez, reelegirse ilegalmente, sin competencia, y encarcelar a todos sus oponentes viables, y a cientos de ciudadanos por razones políticas en los últimos siete años. Su nueva acusación contra Volodímir Zelensky expone la hipocresía de un discurso que denuncia la ilegitimidad externa mientras practica el autoritarismo interno sin rendición de cuentas o contrapesos.
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Managua, Nicaragua

En otro de sus discursos agresivos, el comandatario nicaragüense Daniel Ortega aprovechó una ceremonia militar "novedosa" para lanzar una serie de advertencias y acusaciones dirigidas a diplomáticos extranjeros, gobiernos de Occidente, organismos regionales y, una vez más, a sus críticos dentro y fuera del país centroamericano. En tono desafiante, el mandatario atacó verbalmente a Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), Israel, Ucrania y la oposición de Nicaragua, mientras reafirmó su control y perpetuo vínculo con el Ejército, y propuso nuevas medidas de control interno bajo el disfraz de iniciativas de seguridad.
Ortega, quien gobierna Nicaragua junto a su esposa y copresidenta Rosario Murillo bajo un régimen señalado por crímenes de lesa humanidad y violaciones sistemáticas, convirtió el acto oficial en una tribuna política que reflejó su creciente aislamiento internacional, su adhesión incondicional a regímenes autoritarios aliados y su rechazo sistemático a cualquier tipo de observación o crítica local o exterior.
Una de las declaraciones más alarmantes del dictador fue la amenaza explícita contra diplomáticos extranjeros. Ortega advirtió que cualquier embajador que "quiera entrometerse" en asuntos internos será expulsado del territorio, evocando una supuesta "doctrina de soberanía" en la que solo tienen cabida los discursos sumisos y la complicidad con el oficialista partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que controla las Fuerzas Armadas, el Órgano Legislativo, el sistema electoral y la Corte Suprema de Justicia (CSJ) desde una "novedosa" Copresidencia.
El mensaje fue acompañado de referencias beligerantes a una canción oficialista, usada como justificación ideológica para silenciar voces críticas. "En tierra nica, donde ondea la bandera azul y blanca, que fue defendida por la bandera roja y negra de Sandino: el que se trate de entrometer, ¡afuera!", vociferó, equiparando su proyecto autoritario con la supuesta resistencia histórica del general Augusto César Sandino.
El trasfondo inmediato de esta amenaza fue un incidente diplomático en Cuba, donde, según Ortega, el encargado de Negocios estadounidense fue reprendido por comportarse como "un cónsul del imperio". Aunque el hecho no guarda relación directa con Nicaragua, la monarquía de El Carmen lo instrumentalizó para reforzar su narrativa de victimización ante supuestas injerencias extranjeras.
Ortega reservó parte importante de su intervención para comparar la política migratoria de Estados Unidos con la maquinaria represiva del Tercer Reich. En una analogía tan desmesurada como ofensiva, acusó a Washington de actuar como los nazis que "cazaban a los israelitas", aludiendo a las redadas y deportaciones de migrantes latinoamericanos. "Eso es un comportamiento fascista. Siguen separando a las madres de los hijos", afirmó, ignorando que su propio régimen ha sido denunciado por el desplazamiento forzado de al menos un millón de nicaragüenses desde 2018, muchos de los cuales han buscado refugio precisamente en el país que ahora condena.
Paradójicamente, Ortega aseguró que las y los nicaragüenses expulsados de EE.UU. "tienen las puertas abiertas" en Nicaragua y serán atendidos por el Ministerio del Interior (MINT). Esta afirmación contrasta con la dura represión que enfrentan los retornados considerados opositores, quienes se exponen a vigilancia, interrogatorios y represión constante, o, peor aún, a la negación del derecho de retorno a su país.
En una narrativa que pretende borrar el éxodo reciente provocado por su administración, Ortega atribuyó la migración masiva a los "tiempos de la dictadura somocista", eludiendo que la mayor ola migratoria nicaragüense —por razones económicas, políticas, de seguridad y humanitarias— se ha producido durante su actual periodo de administración.
En cambio, el jerarca del FSLN no brindó declaraciones sobre un plan de retorno multifactorial para casi 100,000 connacionales en peligro de deportación desde EE.UU., tras la finalización del programa llamado "parole humanitario" y la paralización de solicitudes de protección internacional y otros procesos de asentamiento. Guatemala y Honduras han puesto a disposición miles de dólares para programas de protección a migrantes retornados.
Durante el acto, Ortega también ascendió a dos altos mandos militares al inédito grado de "coronel general", una jerarquía no contemplada previamente en la legislación nicaragüense. El ascenso fue justificado como un paso para "fortalecer al Ejército de Sandino", en lo que constituye un intento más para retener y fortalecer el control de la familia Ortega Murillo sobre las tropas.
Rechazando de antemano las críticas a esta maniobra, Ortega alegó que la medida no era un capricho, sino parte de una estrategia para mantener "la paz y la coordinación militar" en la región. No obstante, el vínculo entre la cúpula militar y el poder político en Nicaragua es uno de los pilares de la perpetuación de su régimen, y estos ascensos fortalecen esa alianza.
En un giro sorpresivo en cuanto a temas nacionales, Ortega propuso reducir drásticamente los límites de velocidad en las carreteras nicaragüenses, argumentando que esta sería una medida "por la vida". Sugirió que los máximos actuales, de hasta 100 kilómetros por hora, deberían reducirse a entre 50 y 60 kilómetros por hora.
Aunque presentó la propuesta como una iniciativa de seguridad vial, su retórica enfatizó la obediencia y el sacrificio, anticipando que el sector transporte se opondrá a la medida. "Que aleguen lo que quieran, pero vale más la vida que un camión con mercadería", insistió. La medida se inscribe en una serie de propuestas centralizadas desde el ahora Órgano Ejecutivo que buscan ejercer control en diversos aspectos de la vida cotidiana, reforzando un modelo de Estado policial.

Aparte, Ortega volvió a tomar partido por sus aliados estratégicos, particularmente Rusia. Justificó la ofensiva militar rusa y acusó a los gobiernos de Alemania, Francia e Inglaterra de financiar "a los fascistas de Ucrania". Criticó también al presidente ucraniano Volodímir Zelensky por no convocar elecciones en medio de la guerra por la invasión ordenada por Vladimir Putin, obviando el hecho de que él mismo permanece en el poder tras múltiples reelecciones ilegítimas desde 2007, reformas constitucionales forzadas y persecuciones políticas, policiales y judiciales contra toda oposición electoral, disidencia ciudadana y hasta defensores, exfuncionarios, religiosos y periodistas de varias generaciones.
En el mismo tono, condenó con vehemencia a la administración de Israel, a la que acusó de cometer "una masacre" en Gaza con respaldo de EE.UU., casi 10 meses después de haber llamado "Hitler" a Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí. "No podemos aplaudir ni respaldar actos totalmente brutales, terroristas, donde se están masacrando niños", afirmó, mientras su propio gobierno ha sido responsabilizado por más de 350 asesinatos, torturas y desapariciones forzadas en el contexto de la represión instaurada desde abril del año 2018.
Ahora bien. El también militar sandinista lamentó que Nicaragua no haya podido imponer a su candidato en la Secretaría General del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), una derrota diplomática que atribuyó al "debilitamiento" del organismo. Aunque aseguró que el país sigue cooperando en temas económicos y de seguridad regional, la realidad es que su aislamiento diplomático ha mermado el papel de Nicaragua en instancias multilaterales tan básicas, entre ellas también el Parlamento Centroamericano (PARLACEN).
También cargó contra la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), a la que calificó de inoperante. Sin dar nombres, acusó a los gobiernos "derechistas y fascistas" de boicotear las propuestas de integración, asegurando que "no hay forma de que se llegue a acuerdos".
El discurso de Daniel Ortega representa una síntesis de su estilo de gobernar: autoritarismo exacerbado, victimismo internacional, manipulación histórica y exaltación de la lealtad militar. Recurriendo al lenguaje de la soberanía, busca justificar la represión interna, la criminalización de la disidencia y el cierre del país al escrutinio internacional.
El sandinismo intenta presentar a Nicaragua como una nación fuerte y soberana frente a las potencias "imperialistas", con la ayuda de Rusia, China, Venezuela, Cuba y Honduras, cuando en realidad atraviesa uno de los periodos de mayor migración, aislamiento diplomático y represión interna en su historia reciente y desde la instalación del sistema democrático. Ortega habla de paz, pero gobierna con el miedo; invoca la soberanía, pero coarta las libertades; se opone a la guerra, pero elogia la represión de sus aliados, mientras mantiene un conflicto armado inventado contra la sociedad, la discrepancia y los derechos.
La estrategia del poder en Nicaragua es cada vez más clara: blindar al régimen, silenciar a los críticos y perpetuar una narrativa donde el único enemigo es quien disiente. En ese camino, cualquier diplomático, periodista, activista o ciudadano que cuestione su proyecto autoritario será simplemente expulsado, encarcelado o silenciado. Así se escribe, una vez más, la crónica del autoritarismo sandinista en el siglo XXI.
Durante este acto militar, celebrado la noche del lunes 02 de junio de 2025, la copresidenta Rosario Murillo fue marginada en dos momentos clave que evidenciaron su escaso peso dentro de la cúpula castrense. Aunque ya se presenta como "jefa suprema del Ejército", no fue invitada a participar en la imposición de grados a los altos mandos Bayardo Rodríguez y Marvin Corrales, ceremonia presidida únicamente por el dictador Daniel Ortega y el jefe del Ejército, Julio César Avilés. Su presencia quedó reducida a la lectura de los decretos oficiales que formalizaban los nuevos cargos, mientras que su rostro brilló por su ausencia en la portada de la Memoria Anual 2024 del Ejército, donde solo aparecen Ortega y Avilés. A pesar de su papel dominante en la propaganda oficialista, estos gestos sugieren que Murillo sigue excluida de decisiones estratégicas pesadas dentro del poder armado del régimen.
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