Los virus se multiplican cuando tienen condiciones apropiadas que la misma humanidad les facilita. La deforestación, el modelo de agricultura y cría industrial de animales, el desmantelamiento de los sistemas de salud pública, hasta el individualismo, y tantas otras características del modelo de desarrollo impuesto en el mundo por el capitalismo neoliberal, facilitan la aparición de virus como el COVID-19. Un cortafuego es una zona del terreno que se deja sin cultivar para impedir que el fuego se propague en los cultivos cuando se produce un incendio. ¿Qué cortafuegos ponerle al coronavirus y a los que vengan después?
Coronita, coronita, ¡qué hambre llevás vos!”. Así le dijo al COVID-19 el SARS, su pariente, el virus de su familia de “coronados” que en 2002 y 2003 se empachó con un puño de personas.
– ¿Hambre yo, hermanito…? Hace siete siglos nuestra tatarabuela, Peste Negra la llamaron, se llevó a la tercera parte de la humanidad.
– Y vos, ¿a cuántos pensás llevarte...?
– ¡Sólo a un poquito!... Lo que pasa es que ellos mismos, los humanos, son quienes me llaman de uno y de otro lado...
– ¿Y cómo te llaman...?
– Arrasan con los suelos y los llenan de venenos, destruyen las selvas para hacer carreteras, engordan con químicos a los que ellos llaman animales, para después comérselos... Y con todo eso que hacen ellos, ¿qué quieren que no haga yo...?
La combinación que atrae las pestes
A través de los años hemos aprendido que los problemas de insalubridad se producen cuando el crecimiento demográfico, el deterioro social y la degradación ambiental se combinan. El bienestar de las personas requiere que estén sanas de cuerpo y mente, que vivan en un ambiente social comunitario también sano y en un entorno ambiental sostenible.
Investigadores de plagas que han diezmado a la humanidad en varios momentos de la historia demuestran que los virus, las bacterias, los hongos, los bacilos, todos los microbios patógenos, se multiplican cuando encuentran las condiciones apropiadas que la humanidad les ha creado, consciente o inconscientemente.
Cuando la roya azotó Centroamérica, los cafetales estaban débiles, sobrepoblados y en suelos “cansados”, provocados en buena medida por los sistemas de monocultivo que incluso habían penetrado a las cooperativas agropecuarias. Estas condiciones atrajeron al hongo parásito de la roya y la roya los arrasó. Su ataque fue mayor en Nicaragua, un poco menor en Honduras, y aún menor en el resto de países de la región, como escribí en las páginas de la Revista Envío en 2013.
William H. McNeill, en su interesante libro “Plagas y pueblos”, estudia decenas de plagas que a través de los siglos han azotado a la humanidad y explica cómo la peste negra, que llegó a Europa en el siglo 14, puso en crisis todas las piezas del sistema feudal por la escasez de mano de obra, ya que la mitad de la población europea murió, y por el desprestigio en el que cayeron las instituciones que sostenían el feudalismo.
El capitalismo neoliberal: fue el incubador del Covid-19
El capitalismo neoliberal -dirigido por las élites mundiales, fortalecidas por la pasividad o por la impotencia del resto de la humanidad- ha dañado las condiciones naturales, sanitarias y sociales en todos los países del mundo, haciéndolas propicias a la expansión de todo tipo de pestes.
En una crónica digital, el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) afirma que, en las actuales deterioradas condiciones naturales, la pandemia del coronavirus “es el reflejo de la degradación ambiental”.
En 2016, Marina Aizen escribía que las epidemias “no son otra cosa que el producto de la aniquilación de ecosistemas, en su mayoría tropicales, arrasados para plantar monocultivos a escala industrial. También son fruto de la manipulación y tráfico de la vida silvestre, que en muchos casos está en peligro de extinción”. Y explica cómo, a más deforestación hay más explosión de enfermedades virales, y a más monocultivo y agronegocios hay más epidemias.
Robert Wallace, biólogo que ha estudiado un siglo de pandemias, argumenta que el modelo capitalista de producción de alimentos (monocultivos y engorde industrializado de animales), que mezcla pesticidas, alimentos transgénicos, antibióticos y antivirales, a costa de la ecología natural, genera cada vez más patógenos peligrosos para la humanidad.
Wallace considera que el COVID-19 no es un incidente sin relación a estas formas de producción. Las corporaciones y empresas detrás de este sistema agroalimentario y de la cría industrial de animales para alimento humano son tan poderosas que gobiernan a quienes dicen que gobiernan nuestros países.
En el negocio de transgénicos está Bayer, Monsanto, Singenta, Basf y Corteva. En el del forraje para animales está Cargill, Bunge, ADM...
Donde mandan los mercados
En los últimos cuarenta años el Estado se redujo en todo el mundo y fueron los mercados, como estas corporaciones, los que asumieron el gobierno mundial, imponiéndose también en los sistemas de educación y salud, que en buena medida se privatizaron.
Los mercados impusieron a los Estados una estricta disciplina fiscal, reduciendo los gastos, aumentando las tasas de interés y erosionando los derechos sociales para atraer inversión extranjera… Resultado: el gran capital mundial trasladó sus empresas a países donde la clase trabajadora recibe bajos salarios y no hay sindicatos ni leyes que la protejan.
Según la Fundación Gimbe, como producto de la reducción del gasto social, en los últimos diez años se perdieron en Italia 70 mil camas hospitalarias, se cerraron 359 salas hospitalarias y muchos hospitales pequeños fueron reconvertidos para otras funciones o abandonados.
En España, y según denuncias sindicales, entre enero y febrero de 2020, cuando iniciaba la expansión del coronavirus, fueron despedidos 18 mil 320 trabajadores y trabajadoras del sector sanitario, despidos similares a los de 2013, un año de recortes y políticas de ajuste. Estas políticas convirtieron la salud en una mercancía sujeta a las leyes del mercado, dominado por las corporaciones.
En América Latina, para poner peor las cosas, los sistemas de salud suelen ser burocráticos, urbanos, racistas y no preventivos. Es muy frecuente que después de haber acudido a un centro de salud con una enfermedad de importancia, se cite a las personas para atenderla varios meses después. Además, la población rural, con razón, se resiste a acudir a sistemas que, en países multiétnicos, son monoculturales. Así los perciben.
Fue la voracidad capitalista
Durante más de un siglo, la “cultura” capitalista nos ha maleducado en el individualismo, a aprovecharnos de los demás, a no interesarnos en la colaboración colectiva, haciéndonos vivir bajo la regla del “yo soy si te quiebro a ti”. Llevó a las empresas el principio de “más controlo recursos más te domino”. Nos ha empujado al consumismo a costa del endeudamiento: “Cuando los precios del café eran buenos -decían en una comunidad rural centroamericana-, comprábamos una moto o un carro, aunque no lo necesitábamos y sólo lo usábamos una vez por semana”.
¿Fueron los murciélagos, fue el pangolín, fue en el mercado de mariscos de Wuhan? ¿O fue un virus creado en un laboratorio chino? Sea cual sea la respuesta, las causas están en la voracidad capitalista que deforesta, que impone el monocultivo, el sistema agroalimentario transgénico y la industrialización de la crianza de animales... Están en el capitalismo destructivo, que ha desmantelado los sistemas públicos de salud y nos hace cada vez más individualistas los seres humanos. Las causas están en la codicia.
La ambición capitalista ha enfermado a la Humanidad, a la Naturaleza, a los ecosistemas, al planeta. Ha provocado en la población mundial diabetes, obesidad, hipertensión… Ha ido abonando el terreno para que las pestes se multipliquen y nos afecten. Ésa es la fábrica del COVID-19 y de otras futuras pandemias, de las que la comunidad científica viene alertando.
El coronavirus sí hace distinciones
Se dice con cierta irreflexión que el COVID-19 no hace distinción racial, social, nacional…, que sólo distingue edades y no afecta tanto a niños y niñas.
Sin embargo, basta mirar los datos de las víctimas para darnos cuenta que el COVID-19 sí distingue: se ensaña con las personas más vulnerables, en particular con las más afectadas por el capitalismo.
Ha afectado más a los hombres que a las mujeres y, mucho más a personas de las ciudades donde existe hacinamiento, más a los barrios pobres de las grandes ciudades -caso Guayaquil en Ecuador-, , y más a la población afroamericana e hispana en Estados Unidos, más a las personas mayores de 70 años…
Como dice Clara Valverde en su libro “De la necropolítica neoliberal a la empatía social”, el neoliberalismo aplica la necropolítica, deja morir a las personas que no son rentables para el capitalismo, que no producen ni consumen, como expresa este grafiti: “Con la dictadura nos mataban, ahora nos dejan morir”.
La expansión del COVID-19 en América Latina puede ser letal, en particular para los pueblos indígenas. Siguiendo estudios de la ONU, más del 50% de los indígenas mayores de 35 años padecen diabetes tipo 2.
La diferencia en años en la esperanza de vida entre los pueblos indígenas y los demás pueblos es obvia. En Guatemala es 13 años menos, en Panamá 10, en México 6, en Nepal 20, en Australia 20, en Canadá 17, en Nueva Zelanda 11.
El COVID-19 podría ensañarse con ellos, lo que afectaría también a los bosques, porque donde hay bosques hay pueblos indígenas. Ése es su hábitat. A pesar de esto, no deja de llamar la atención que en las reiteradas declaraciones de los gobiernos al hablar de la pandemia ni siquiera aparece la palabra “indígenas”.
El COVID-19 en los de arriba y en los del sótano
Esta diferenciación de los efectos del COVID-19 en la salud y en la economía de unos sectores y otros, de unos lugares y otros, no lleva a la premiada película coreana, “Parásitos”. Podemos imaginarnos, y acertar, que los efectos de la pandemia serían muy diferentes en la familia pobre e ingeniosa que vive hacinada en un sótano y en la familia riquísima que vive en una amplísima casa prácticamente vacía y con todas las comodidades.
En “Parásitos”, por ejemplo, la lluvia, que resulta una diversión para el hijo de la pareja rica, que ve en ella un alivio del calor y hasta motivo para una fiesta al día siguiente, es una auténtica tragedia para la familia pobre, que lo pierde todo, porque en el barrio en donde viven, su sótano, y el de todos sus vecinos, se inunda y el agua destruye lo poco que tienen.
Sucede lo mismo con el COVID-19. Para las élites del mundo, para quienes viven “arriba”, el problema es de salud y la cuarentena obligatoria es una inmensa molestia que interrumpe su estilo de vida. Para los millones que viven “abajo” y sobreviviendo al día, en las ciudades y en el campo, el problema es también de salud, pero de todo lo demás. Morir del virus o morir de hambre es el dilema para esos millones que viven en los “sótanos” del planeta…
Dos generaciones: distintas responsabilidades y visiones
Esta diferenciación también se expresa en la conciencia de las distintas generaciones que hoy convivimos en el planeta. En Europa existe un debate a propósito del COVID-19 y del cambio climático entre la generación actual y la de los llamados baby boomers, los nacidos después de la segunda guerra mundial, entre 1946 y 1964.
El cambio climático es, en cierta medida, resultado de las acciones que tomaron los baby boomers. Esa generación lo causó, después de que sus madres y padres se esforzaron por construir el Estado de Bienestar tras la gran depresión de 1929 y particularmente tras los desastres de la segunda guerra mundial.
Según Bruce Gibney, en Estados Unidos los baby boomers saquearon la economía del país al cortar impuestos a los más ricos ignorando el cambio climático, arruinando así la herencia de grandes infraestructuras creadas por las generaciones anteriores y llevándolas a una bancarrota, que le corresponde ahora pagar a la generación actual. Hoy, mientras el COVID-19 amenaza con más saña a la tercera edad -los baby boomers de ayer-, la generación actual lucha por protegerlos y protegerse.
En América Latina la generación nacida entre 1930 y 1940 empujó la expansión de la frontera agrícola al ritmo de la demanda de carne en Estados Unidos. Las urbes de América Latina, viendo cómo se sustituían bosques por pastos para ganado, están habitadas por la generación que ha resistido al agronegocio capitalista, enfrentó a las dictaduras militares y heredó a las siguientes generaciones una cultura de desconfianza hacia el Estado despojador.
Esta generación que, sin estudios, educó a sus hijos y a sus hijas, es la que está ahora bajo ataque del COVID-19, mientras las generaciones más recientes propugnan por sociedades alejadas del autoritarismo, se apoyan en fundamentalismos religiosos e ideológicos, miran la agricultura sostenible como algo del pasado, se preocupan por el cambio climático y, lejos de cuestionar a sus abuelos, luchan por protegerlos y por protegerse.
¿Cuarentena en casa para todos?
Durante los peores años de la peste negra (1347-1353), los ricos europeos se iban a sus casas de campo, mientras los pobres permanecían hacinados y aterrorizados en las ciudades, donde los mantenían aislados y vigilados. Ahora, el miedo se transmite en Facebook, en Twitter, en las redes… y las personas deben permanecer en sus casas, confinadas, mientras se cierran las fronteras y los sistemas de salud se ven desbordados.
En el proyecto de cuarentena forzada se asume que el hogar es un espacio seguro y armónico y que todas las personas tienen una casa, lo que en los barrios pobres de las ciudades y en las comunidades rurales no es lo más común.
El confinamiento obligado supone que cada familia tiene ahorros o ingresos diarios, lo que no es el caso para la mayoría de familias en muchos países, que se mueven en la economía informal y en casas alquiladas. A la clase política le hace falta tomar un bus del transporte público y bajarse en esa última parada donde comienza la ciudad profunda… Allí deberían reflexionar en políticas sociales y económicas que hagan la diferencia en la vida de esa mayoría de personas.
Recrudecer el autoritarismo y el capitalismo
Además de fortalecer los sistemas de salud y de proveer información veraz sobre la pandemia, los Estados parecen interesados en aprovecharla para recrudecer el autoritarismo y validar medidas discutibles. No se debe olvidar que después de la emergencia que significaron los atentados del 11-S, el gobierno de Estados Unidos legalizó de hecho la tortura como método para combatir el terrorismo.
En los Estados Unidos de Trump, al gobierno no le interesa tanto el salvar a los más pobres del COVID-19, sino en salvar a las grandes empresas que contribuyeron a crear condiciones para incubar la peste, y a la vez amenazan a Venezuela donde las grandes empresas estadounidenses, y chinas, contribuyeron a las condiciones que generaron el COVID-19.
En Brasil, el país más extenso de América Latina, el gobierno de Bolsonaro responde a la pandemia con fundamentalismo religioso y desprecia los aportes de la Ciencia para frenarla. El riesgo mayor es que quienes incubaron el COVID-19 e incubarán futuras pestes se presenten como los portadores de soluciones, sea directamente o mediados por gobiernos autoritarios. Estaríamos ante la antesala de un nuevo despojo de los bienes públicos, los bienes comunes y los bienes naturales de la Humanidad.
La brutal austeridad que impuso el gran capital
Detrás de los miedos de hoy y del autoritarismo de los gobiernos y del mercado, el gran capital acecha. En “La doctrina del schock–El auge del capitalismo del desastre”, la periodista Naomi Klein explica cómo en los últimos treinta años el gran capital ha aprovechado los desastres naturales y sociales para desmantelar los restos del Estado de Bienestar y para imponer el modelo neoliberal.
Ahora, en ocasión de la pandemia provocada por el COVID-19, y desde un encuentro virtual desde su casa, Klein reflexiona: “Sí, necesitamos quedarnos en casa. Y una de las razones es porque nuestros líderes no prestaron atención a las señales de advertencia e impusieron una brutal austeridad económica en el sistema público de salud, dejándolo en los huesos y sin la capacidad de lidiar con este tipo de situación... El sur de Europa fue la zona cero de las políticas de austeridad más sádicas después de la crisis financiera de 2008. ¿Sorprende que sus hospitales, a pesar de tener atención médica pública, se encuentren tan mal equipados para enfrentar esta crisis?”
El sistema capitalista “siempre ha estado dispuesto a sacrificar la vida a gran escala en aras de la ganancia”, dice también Naomi Klein.
La primera víctima: la verdad
Hoy, el gran capital podría estar calculando cómo atemorizar a nuestras sociedades para desviar nuestra atención de los nefastos efectos del neoliberalismo que atraen la pandemia, y así ir sentando las bases para acumular riquezas a través del despojo de tierras y recursos, induciendo a los Estados a invertir recursos públicos en mejorar los sistemas de salud pública para luego privatizarlos a precios irrisorios, promoviendo leyes que reduzcan o exoneren de impuestos a los ricos, suprimiendo leyes que limitan la extracción de los recursos naturales, imponiendo proyectos de inversión en territorios indígenas avasallándolos, siempre con el principio de que los ricos “son el motor del desarrollo”...
Al revelar las mentiras sobre las que Estados Unidos hizo la guerra a Irak, Julian Assange dijo: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Es también posible que la primera víctima de la “guerra” contra el COVID-19 sea la verdad.
¿Dónde está hoy la "mano invisible"?
Hoy en América Latina hay desinformación, miedo, pastores y predicadores que repiten que la pandemia es señal de los “últimos tiempos” y proponen plegarias como escudo espiritual. Lo han hecho así durante siglos y ante cada desastre... aunque también es verdad que vamos desempolvando la Ciencia y venerando a los virólogos, en el caso de Trump a regañadientes y en el caso de Bolsonaro, a tropezones.
Hay también en nuestros países cierta conciencia cívica cuestionando a las poderosas leyes del mercado mundial y a las instituciones del Estado, que llevan muchos años plegadas a ellas y que nos impusieron la normalidad del sistema capitalista. El COVID-19 desnuda al mundo de hoy: sin liderazgos y sin coordinación mundial. Ante la máquina biológica del coronavirus el “rey está desnudo”. ¿Alguien puede decirnos dónde está esa “mano invisible” del mercado coordinando acciones en contra del COVID-19?
Tal vez esté detrás de los filántropos que reparten comida en Europa y en Estados Unidos para evitar saqueos en busca de comida, tal como lo hizo la USAID en Centroamérica en 2001, cuando cayeron los precios del café. Llevó comida a las haciendas para evitar que los trabajadores salieran a los caminos organizados… Sí, vamos despertando a la idea de que los países “desarrollados” no son realmente “desarrollados”…
Una nueva conciencia para el post COVID-19
En este otro mundo “subdesarrollado” crece también la conciencia de que el COVID-19 puede ser enfrentado con acciones humanas coordinadas: con higiene, con solidaridad, con responsabilidad, con distanciamiento físico, con diagnósticos rápidos que detecten al virus, con información científica apoyada por la tecnología virtual…
Más allá del COVID-19, en América Latina estamos, como el mundo entero, en una transición: el virus llega en un contexto de conflicto económico entre Estados Unidos y China por los mercados y los recursos naturales globales, con una Europa que apenas sale de la crisis del Brexit y una América Latina dividida y siempre asediada por la voracidad de los grandes capitales.
A pesar del futuro económico incierto y ante una posible depresión económica similar a la de 1929, y con expresiones también inciertas del cambio climático en marcha, es éste el momento de que nuestras sociedades, a través de sus distintas formas de organización -cooperativas, asociaciones, empresas sociales, organizaciones comunitarias, movimientos sociales diversos-, junto a las muy debilitadas fuerzas “capitalistas reformistas”, salgan fortalecidas.
¿Tendrá el vínculo entre las diferentes organizaciones comunitarias y movimientos sociales y las fuerzas “capitalistas reformistas” (políticos, ciertas agencias de la cooperación internacional, ciertas organizaciones internacionales) potencial real para alterar las tendencias post COVID-19? Pudiera ser. Es esa conciencia la que poco a poco va despertándonos, como el sol que en la mañana levanta a la humanidad y a todo ser viviente.
El cortafuegos de una ciudadanía informada...
Ante la crisis de legitimidad de las instituciones públicas y ante el acecho del gran capital, las organizaciones e instituciones con legitimidad social, incluyendo a las iglesias, podrían hacer la diferencia ante su membresía y ante sus comunidades, brindando información veraz sobre la salud y predicando responsabilidad y calma con el ejemplo.
El historiador israelí Yuval Noah Harari, en su libro “De animales a dioses” afirma que la ventaja de la especie humana está en que intercambiamos información cruzando fronteras. Corea puede aconsejarnos cómo lidiar contra el COVID-19, mientras los virus no pueden hacerlo entre sí. En la tarea de intercambiar información las organizaciones locales está el primer cortafuego ante el coronavirus. “Una población motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada”, dice Harari.
Las organizaciones y las instituciones locales, movilizando a las comunidades, pueden construir un cortafuego ante el coronavirus y ante futuras epidemias. La vacuna es una solución técnica de corto plazo y lo será exclusivamente para este virus, no para otras pandemias que se avecinan. Si el mundo camina como “caballo cochero”, mirando sólo en una dirección, la de responder técnicamente al COVID-19, nos quedaremos a medio camino.
Desde una ciudadanía informada debemos movilizarnos para que las respuestas que los gobiernos den al coronavirus no faciliten al gran capital acumular a través del despojo, tal como sucedió con la crisis financiera en 2008, cuando, a pesar de haber sido el generador de la burbuja inmobiliaria, provocando crisis en la alimentación mundial, se le brindaron al sistema financiero cuantiosos recursos de la sociedad. O tal como ha sucedido en tantas otras ocasiones, en las que el capitalismo resucitó una y otra vez despojando de sus bienes -tierra, agua, árboles, minerales, bienes públicos…- a las sociedades.
...de una ciudadanía movilizada
Además de evitar que las vacunas sean tratadas como mercancías, no podemos dejar que el capitalismo siga produciendo el inmoral agujero negro de desigualdad actual, en el que un 1% de la población se apropia del 80% de la riqueza del planeta y continúe agudizando el nefasto cambio climático, fábrica del COVID-19 y de los que seguirán.
Desde la ciudadanía movilizada debemos promover sis¬te¬mas impositivos más justos, exigiendo más impuestos al gran capital que dirige el modelo de desarrollo neoliberal. Debemos reclamar que esos impuestos sirvan para mejorar las capacidades de los sistemas de salud pública de todos los países, que la salud y la educación estén al margen de las leyes del mercado, que la salud sea accesible también a las familias empobrecidas, que sean sistemas de salud multiculturales, y que los gobiernos se empeñen en salvar vidas por encima del cálculo utilitarista de las consecuencias económicas que esta tarea pueda tener.
...de comunidades reflexivas y organizadas
Desde localidades interconectadas debemos generar otro cortafuego: responder a las causas que generan las pestes y que ponen en riesgo al planeta Tierra.
Debemos reflexionar organizadamente cómo la desigualdad social y el deterioro ambiental favorecieron la llegada de este virus y cómo profundizar la cooperación entre las comunidades, expandir las prácticas de la pequeña producción, los sistemas de producción diversificados y respetuosos del medioambiente, los huertos urbanos... Reflexionar sobre la urgencia de hacer cambios en la dieta prefiriendo productos que provengan de una agricultura sostenible y de crianza de aves y ganado en campo abierto.
Debemos promover la reflexión crítica no repitiendo creencias tradicionales, religiosas o de otra índole: “Sólo Dios puede salvarnos”, “Lo privado funciona siempre mejor”, “Sólo los ricos nos dan trabajo”, “A más agroquímicos más alimentos”... Hoy es el momento para que quienes están abajo se organicen y se hagan sentir, para que los del “sótano” y los del “primer piso” (campesinado, pueblos indígenas, trabajadores…), quienes sostienen el edificio de la humanidad, sean reconocidos y protegidos del “capitalismo salvaje”.
Es el momento de esa pequeña producción que suele sostener a la mayoría de las poblaciones de cada país, pero que carece de seguro social y es víctima de los mercados, desde el pesaje, hasta los créditos usureros que reciben, pasando por los precios con que se tasan lo que producen. Es el momento para construir sociedades del cuido de nuestra casa común, del cuido de las personas y del cuido de multiplicidad de formas organizacionales.
"Estamos en mejor posición que en 2008"
Dice Naomi Klein: “Debido a nuestra profunda crisis ecológica, debido al cambio climático, es la habitabilidad del planeta lo que se está sacrificando. Debemos pensar qué tipo de respuesta vamos a exigir. Tendrá que estar basada en los principios de una economía verdaderamente regenerativa, basada en el cuidado y en la reparación...”
“La buena noticia es que estamos en una mejor posición que en 2008 y 2009. Hemos trabajado mucho en los movimientos sociales durante estos años para crear plataformas de personas... Estoy esperanzada por las formas en que las personas están colaborando en la pandemia. Resulta una ironía: nunca hemos estado tan distanciados físicamente y es tal vez debido a la distancia física que estamos tan decididos a llegar uno hacia el otro”.
El cortafuego de organizaciones democráticas
El cuarto cortafuego es que las organizaciones asociativas y las instituciones locales trabajen por ser democráticas, mejoren las políticas sociales de su fondo social -redistribución social de sus excedentes- para enfrentar pandemias, organicen información apoyadas por la tecnología y sean transparentes con sus miembros.
Hay que aprender a organizar la información usando tecnología de punta y a la vez impedir que los Estados la usen para subordinar a las sociedades. Que en territorios concretos sean las mismas organizaciones las que se coordinan entre sí en torno a los desafíos de la salud, la alimentación y la mitigación del cambio climático practicando así una democracia participativa y representativa y no la obediencia y la mentalidad autoritaria que el filósofo coreano Byung-Chul Han afirma han empleado las culturas asiáticas para enfrentar el COVID-19.
Con la redistribución de excedentes, la transparencia en la información, la inclusión de mujeres y hombres y personas de todas las edades, coordinándonos entre diferentes organizaciones, es que podremos detener el incendio de las pestes, y el fuego del “capitalismo salvaje” y el de élites que, con tecnología virtual, pretenden subordinar a las sociedades con un click.
Necesitamos un cambio que cambie el futuro
En medio de la actual incertidumbre e inseguridad por la pandemia y sus impredecibles consecuencias económicas, sociales y políticas, incluyendo la de si la hegemonía de Estados Unidas será sustituida por la de China o por la multipolaridad, lo único cierto en nuestras sociedades debería ser el “yo soy si tú eres”.
Permanecer en casa y en las comunidades frena al virus en el corto plazo y contribuye a que la Naturaleza se regenere, pero necesitamos más que eso: un cambio de largo plazo y de largo alcance, un cambio que cambie el futuro.
Es el momento en que las organizaciones asociativas y otras instituciones asuman el liderazgo en las comunidades, promoviendo estos cuatro cortafuegos: dar información veraz, evitar que el capitalismo se refuerce con la pandemia, revertir las condiciones que crean los virus construyendo futuros diferentes y ser coherentes en las comunidades siendo democráticos, transparentes y equitativos para reinventar nuestras sociedades y sus instituciones.
Evitemos volver a la normalidad de antes del COVID-19, dejemos que el capitalismo muera para que otros futuros nazcan. El virus no vencerá al capitalismo, ningún virus hará la revolución, aunque como dice el filósofo esloveno Slavoj Žižek,el COVID-19 trae un virus ideológico, “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación global”.
Somos nosotros los seres humanos quienes debemos repensar e incubar nuevos futuros, en contra de la vigilancia totalitaria que los países intentarán importar de China.
Esos cuatro cortafuegos son posibles si expresamos la solidaridad de muchas maneras. En lugar del aislamiento nacionalista, nos toca una solidaridad global en la que nuestras diferencias serán pequeñas cuando juntos trabajemos por las soluciones.
Evitemos que el miedo a la muerte nos gobierne. El miedo es la emoción que en tiempos de crisis daña más porque crea estados de histeria y paraliza la acción. Sí, el COVID-19 es una adversidad, pero detrás de las adversidades están las oportunidades.
Esforcémonos en ver ese “detrás” y avizorar varios futuros alternativos al neoliberalismo. Serán posibles si, además del “yo soy si tú eres” asumimos otro principio: “Nosotros somos si las comunidades donde vivimos son”.
Por: René Mendoza Vidaurre e Inti Gabriel Mendoza Estrada - Investigadores del mundo rural y facilitadores de procesos de innovación organizacional y de desarrollo.
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