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Crónica del desahogo político de Daniel Ortega. "Todos eran basura". "Ahora estamos mejor". "Nicaragua es un oasis de educación, de salud, de carreteras, de viviendas"

En una noche de revelaciones y diatribas, el comandatario de Nicaragua rompió un silencio de casi un mes para ofrecer uno de los discursos más detallados y descarnados desde su regreso al Ejecutivo en el año 2007. Con un tono que oscilaba entre la incredulidad y el rencor, Daniel Ortega describió la primera sesión del Diálogo Nacional de 2018 en el Seminario de la Conferencia Episcopal como una "emboscada". "Llegamos y nos encontramos con una multitud (...) desde algunos obispos hasta los tales estudiantes, hasta lógicamente el 'Chanito' Aguirre —expresidente del extinto Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), José Adán Aguerri— gritándonos, insultándonos. Y todo eso transmitido", relató. "Era basura la que teníamos enfrente. Todos eran basura", sentenció.


Por Jairo Videa | @JairoVidea

Managua, Nicaragua
"Los pensamientos del copresidente" | Ilustración de COYUNTURA
"Los pensamientos del copresidente" | Ilustración de COYUNTURA

En una noche de sábado que quedará marcada en la memoria política, social e institucional reciente de Nicaragua, el copresidente sandinista Daniel Ortega reapareció el 24 de mayo de 2025 tras más de tres semanas de ausencia y muchas especulaciones sobre su salud, no para un acto triunfalista más, sino para ofrecer un discurso catártico, anacrónico, un profundo desahogo en el que destapó detalles y resentimientos que había guardado desde la crisis múltiple iniciada en abril del año 2018. La escena, lejos de la grandilocuencia habitual del oficialista partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), tuvo como telón de fondo la entrega de 100 autobuses "donados" por la República Popular China, un símbolo de sus nuevas y fortalecidas alianzas, y la conmemoración del 46 aniversario de la muerte del guerrillero Germán Pomares Ordóñez, "El Danto", en pleno mes de conmemoración del natalicio de Augusto César Sandino.


Lo que siguió fue un discurso extenso, personal y revelador, a tres meses del estreno de un modelo dictatorial único, monarquico y sin escrúpulos con un espectáculo militar y una nueva Constitución. Un monólogo de un "líder revolucionario" que se sintió por mucho traicionado, "emboscado" y que, siete años después de las protestas que hicieron temblar su poder autoritario y sangriento, parece haber encontrado en la retrospectiva y en sus socios asiáticos la justificación y la fuerza para lo que retas de su proyecto político.


Ortega dedicó una parte sustancial de su alocución a desgranar, con un detalle hasta ahora inédito en sus intervenciones públicas, su versión de la crisis que comenzó en abril de 2018. Describió el período previo, del 2007 al 2017, como la era dorada de "una gran alianza nacional" con empresarios, banqueros y políticos, un "milagro" de entendimiento que, según él, convirtió a Nicaragua en una "excepción" de paz y crecimiento en la región, gracias a las gestiones de "un doctor, un ingeniero y un bachiller", los tres últimos mandatarios que han gobernado el país centroamericano. Arnoldo Alemán (1997-2002), Enrique Bolaños Geyer (2002-2007), y él mismo (2007-actualidad).


Recordó con nombres y apellidos, como el del entonces presidente del ahora extinto Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), José Adán Aguerri, a quienes antes "defendían al gobierno" y luego, a su juicio, conspiraron en su contra. "Estaban con nosotros de mentira", sentenció Ortega, revelando un sentimiento de profunda perfidia.


El detonante, según su narrativa, fue la reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), que calificó como "pretexto". Acusó a "agencias" norteamericanas de orquestar la conspiración, cifrando en "más de 150 millones de dólares" los fondos destinados a las y los "golpistas".


El clímax de su cuento fue la descripción de la primera sesión del Diálogo Nacional en el Seminario de Fátima, de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN). Lo que el país vio en vivo y en directo, narrado en tiempo real por COYUNTURA desde la sala principal, Ortega lo describió como una "emboscada". "Llegamos y nos encontramos con una multitud (...) desde algunos obispos hasta los tales estudiantes, hasta lógicamente el 'Chanito' Aguerri, gritándonos, insultándonos", rememoró. Calificó a sus interlocutores de entonces como "basura". "Era basura la que teníamos enfrente", repitió con desdén, mientras su esposa, la comandataria Rosario Murillo, sonreía y murmuraba.


Relató cómo accedió a la petición de los mediadores de "acuartelar a la Policía", una decisión que, desde su perspectiva, fue aprovechada por sus oponentes para levantar los "tranques" (bloqueos de carreteras), a los que describió como centros de "tortura" y asesinato. "Nos tomaron de sorpresa", admitió, revelando una vulnerabilidad inesperada en el aparato de seguridad del Estado. Por el contrario, periodistas, activistas, defensores de derechos humanos, abogados y exmilitares consultados por este medio consideran que el Estado fue el que utilizó el espacio de mediación de la iglesia católica para preparar una estrategia más ruda y criminal, violatoria de la entonces Constitución y varios acuerdos internacionales.


"Las violaciones y crímenes en Nicaragua formaron parte de un plan para eliminar toda disidencia", ha señalado el Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua (GHREN), creado por mandato de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).


No obstante, quizás la revelación más impactante de la noche fue su detallado recuento de una reunión privada con la Conferencia Episcopal en la Casa de los Pueblos, en Managua. Eso fue el miércoles 21 de mayo de 2014. Según Ortega, los obispos, a quienes acusó de creerse "el cuento de que ya nos íbamos", le entregaron una carta con un "ultimátum" de cuatro días para desmantelar los entonces Poderes del Estado, ahora Órganos —el Consejo Supremo Electoral (CSE), la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia (CSJ), el Ejército y la Policía— y abandonar el territorio nacional.


"Me quedé como que estábamos recibiendo pues esa carta, que la íbamos a examinar", dijo con ironía, para luego calificar la propuesta como un "golpe de Estado, igualito que en Venezuela". También narró, sin dar fecha específica, encuentros con delegados estadounidenses que le sugerían retirarse y le ofrecían "abrigo" en Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.). "Yo los escuchaba, nada más. Les asentía así con la cabeza", contó, insinuando que jugó con las expectativas de sus adversarios mientras preparaba su contraofensiva. Casual de Daniel. Engañar mientras piensa y actúa en su favor y nada más que su favor.


La operación para desmontar los tranques fue, en sus palabras, un "relámpago". "No duró mayor cosa (...) fue una cuestión de horas", aseguró, atribuyendo la victoria a una "paciencia de Job" que, según él, pidió a Dios para evitar un baño de sangre mayor, ignorando una vez más la matanza estatal que dejó un saldo de más de 350 personas asesinadas, entre universitarios, médicos, civiles, activistas, policías, jóvenes y hasta extranjeros. Cientos más resultaron heridos.


El discurso de Ortega marcó una clara línea divisoria: un antes y un después de 2018, e incluso después de 2022, cuando asumió la cuarta reelección presidencial luego de unos comicios sin contrincantes. Si antes el modelo era una alianza pragmática con el capital nacional, ahora el pilar fundamental es una "hermandad" ideológica y económica con la República Popular China, y una nueva clase media; nuevos empresarios, nuevos transportistas, nuevos movimientos sindicales y hasta nuevos opositores políticos. El sandinismo confirmó así la instalación de un nuevo tejido social e institucional, de frontera a frontera.


Elogió profusamente al embajador chino, Chen Xi, y al dictador Xi Jinping. "Aquí la República Popular China no viene a buscar cómo hacer negocios, sino que viene a buscar cómo contribuir a la lucha contra la pobreza", afirmó, contrastando esta cooperación con las supuestas intenciones intervencionistas de Occidente. La presencia china en puertos, redes digitales, telecomunicaciones, centros culturales, mercados populares, en el sector energía e incluso en el ámbito castrense, representa un cambio estructural ya anunciado que escarba ya repercusiones duraderas de todo tipo, incluso en el equilibrio de poder y la democracia en la región, y en la relación de Centroamérica con EE.UU., o en la vida misma de miles.


Ortega aseveró que, tras la purga de los "golpistas" —en alusión al destierro a EE.UU. de 222 opositores en febrero de 2023, y la expulsión de otros 135 connacionales a Guatemala en septiembre de 2024—, Nicaragua está "mucho mejor que en aquel período de la alianza". Aseguró haber logrado una nueva reconciliación con sectores económicos y "liberales patrióticos" del disque opositor Partido Liberal Constitucionalista (PLC), aunque sin la visibilidad ni el poder que ostentaba el COSEP en el pasado, y ahora con 5,550 organizaciones de la sociedad civil, religiosas, feministas, agrícolas, educativas y de otros sectores clausuradas por orden ministerial.


El mandatario nicaragüense dedicó una extensa porción de su intervención a la geopolítica, como siempre, trazando un paralelismo histórico que sitúa al mundo actual en un peligro mayor que el de las dos guerras mundiales. En su visión, la actual confrontación en Ucrania es el "tercer intento" de Occidente por destruir a Rusia, tras los fracasos de Napoleón y Hitler.


Calificó al gobierno de Ucrania como "nazi-fascista" y acusó a la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de ser "promotores de la guerra", advirtiendo que "el gen del nazismo" persiste en muchos países europeos. En esta lucha maniquea, posicionó a la fallecida Unión Soviética y a la China de Mao Tse-tung como los verdaderos "vencedores" del fascismo en 1945, y a la Rusia y China actuales como el baluarte contra una nueva agresión occidental, aunque "multipolar" no estuvo en su vocabulario.


Esa visión arcaica del mundo, donde Estados Unidos y Europa representan un imperialismo rapaz y potencias como China y Rusia ofrecen una alternativa de respeto y desarrollo —aunque en realidad aprovechan y arrasan—, sirve como el marco ideológico y operativo que justifica tanto su alineamiento internacional como sus acciones a nivel interno. Nicaragua, en este contexto, se presenta desde la narrativa estatal como un "oasis de paz", un "oasis de educación, de salud, de carreteras, de viviendas", asediado por sanciones e "infamias", resistiendo bajo la consigna de Sandino: "ni nos vendemos, ni nos rendimos".


Al menos 452 nicaragüenses fueron desterrados, desnacionalizados y confiscados por el sandinismo, aunque la lista puede ser más grande. Jóvenes, adultos y ancianos. Bachilleres, licenciados y doctores. Mujeres y hombres. Heterosexuales y personas LGBTIQ+. Campesinos, empresarios, pobres y élites. El sandinismo nos trata por igual a todas y todos. Chamorro, Lacayo, Martínez, López, y hasta quienes tienen los apellidos menos populares. Muchos no denuncian, otros usan el anonimato o el exilio.


Entonces, el desahogo de Daniel Ortega no fue solo un repaso de su pasado, sino una declaración de principios para el futuro. Un futuro en el que las viejas alianzas internas han sido sustituidas por una férrea lealtad a nuevos socios globales, y en el que el recuerdo de la "traición" de 2018 justifica un control sin concesiones sobre el poder político, institucional, mediático, social y militar. La noche del sábado 24 de mayo de 2025, Ortega no solo habló para sus seguidores; habló para la historia, o al menos, para la versión de la historia que él está construyendo, más cerca de su fin que nunca, porque la muerte se evita con medicamentos, pero llega porque llega.



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