Daniel y Rosario escenifican en Managua su poderío militar y discursivo en una oda al control absoluto, la negación de la memoria y la "bomba" de Trump
- Jairo Videa
- 30 abr
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El sandinista aprovechó la noche para expresar su "solidaridad incondicional" con el régimen de Vladimir Putin, asegurando que Rusia "derrotó a los nazis" y hoy "resiste" un nuevo embate del fascismo desde Ucrania. También vitoreó a China, al Partido Comunista y a Xi Jinping. A Nicolás Maduro lo respaldó con firmeza. Al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) le llamó "loco", y le acusa de medidas globales unilaterales. "No solo está agrediendo a los latinoamericanos, sino también a los norteamericanos en sus propias ciudades".
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Managua, Nicaragua

En un acto inusitado por su despliegue militar, policial y paraestatal, y simbolismo político arcaico, Daniel Ortega y su esposa y comandataria Rosario Murillo reaparecieron públicamente la noche del miércoles 30 de abril de 2025 en Managua, rodeados por las estructuras completas del aparato represivo del Estado: el Ejército, la Policía Nacional, los llamados "policías voluntarios" y hasta el cuerpo de bomberos y otros entes del Ministerio del Interior (MINT). La ceremonia fue organizada para conmemorar el Día Internacional de los Trabajadores y rendir homenaje a Tomás Borge Martínez, cofundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en la antesala del primero de mayo.
Fue un acto cerrado, sin invitados internacionales, austero en lo visual pero profundamente simbólico y cargado de mensajes políticos y sociales. Ortega apareció flanqueado por su esposa, Rosario, la hija de ambos, Camila Ortega, y su nieto, quien fue subido a la tarima y utilizado como figura central en las cámaras oficiales del régimen, bailando y aplaudiendo mientras sonaba la canción "Daniel aquí se queda". El niño incluso tomó el micrófono mientras su abuelo le decía "suba la mano, suba la mano", en medio de una escena que rozaba cómo siempre el culto a la personalidad.
En la mesa principal lo esperaban figuras clave del poder sandinista: el presidente de la Asamblea Legislativa, Gustavo Porras, la ministra del Interior, María Amelia Coronel, el jefe del Ejército, Julio César Áviles, y los directores de la Policía Nacional, entre ellos Francisco Díaz, primer comisionado general. No hubo más. El acto, transmitido por los medios oficiales, estuvo marcado por una coreografía ensayada de lealtad militar, música partidaria, paramilitares encapuchados levantando el brazo en señal de adhesión y un discurso de Ortega que, más allá de lo protocolario, reveló una narrativa profundamente ideológica y defensiva.
Rosario Murillo abrió el acto con una frase que pretendía marcar el tono del evento: "Nos reunimos en paz". Acto seguido, aseguró que los ahí presentes eran "defensores del mandato divino de vivir en paz", una declaración contradictoria frente a la fuerte presencia de fuerzas represivas, en un país donde la persecución, la expulsión y la judicialización por fines políticos ha dejado muchos crímenes impunes, cientos de muertos y casi un millón de connacionales desplazados fuera de casa.
La ceremonia no inició con el Himno Nacional, sino con la canción "Soberanía", un gesto que reforzó la intencionalidad de adoctrinamiento ideológico. La exaltación de la figura de Ortega se hizo evidente desde el repertorio musical hasta los discursos, coreografiados para posicionar al líder sandinista como único garante de estabilidad, y al FSLN como una suerte de orden religioso-militar.
Revisionismo, amenazas y enemigo externo
El mensaje central corrió a cargo de Daniel, quien comenzó dando "descanso" a las Fuerzas Armadas y de seguridad con un casual "relájense", rompiendo el protocolo habitual y haciendo evidente la tensión del contexto. Ortega viajó al pasado, aludiendo a los eventos del 30 de abril de 2018, apenas días después del inicio de las protestas sociales que sacudieron su régimen. "Hace siete años exactamente, cuando habían arrancado los ataques de los enemigos de la paz", dijo, refiriéndose a las y los manifestantes que exigieron su renuncia tras la represión letal del levantamiento cívico.
En su alocución, Ortega insistió en su versión de que la crisis fue provocada por "la oligarquía", "vende patrias" y "agencias intervencionistas". "Querían debilitar y provocar un baño de sangre en nuestro país", sentenció, volviendo a culpar a actores internacionales y a la sociedad civil nicaragüense por los crímenes cometidos por su administración.
Uno de los pasajes más llamativos fue su evocación de una supuesta era de armonía entre 2007 y 2017, durante la cual –según él– se habría alcanzado "un gran acuerdo nacional" entre empresarios, banqueros, trabajadores y campesinos, mencionando al fallecido Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) como un aliado estratégico de entonces. La referencia se torna irónica: el COSEP fue ilegalizado por su propia administración en marzo del año 2023 junto a sus 18 cámaras empresariales. "Todos contentos", dijo Ortega, ignorando el giro represivo completo que dio su gestión desde 2018.
"Ahí estaba el entendimiento, y siempre estaba el COSEP, y después de las reuniones, la compañera Rosario, con José Adán Aguerrí, que era el secretario del COSEP, daban declaraciones, explicando lo que se había acordado, lo bien que se estaba trabajando, que estábamos en armonía, que estábamos en paz", señaló el sandinista.
Represión y victoria: una narrativa cerrada
"Pero en el fondo estaban las garras de los imperialistas que no podían aceptar, que no podían permitir, que aquí se instalara, se consolidara un proceso revolucionario, con una gran unidad nacional, porque aquí venían otros empresarios de América Latina y se quedaban asombrados de ver el entendimiento que teníamos con los empresarios nicaragüenses", comentó.
Por otro lado, también atacó directamente a la iglesia católica: "Los curas estuvieron alentándolos", acusó, en referencia a los sacerdotes que mediaron en el Diálogo Nacional de 2018 y que hoy en su mayoría están exiliados o encarcelados.

Ortega afirmó que la detención de manifestantes fue necesaria y que Nicaragua debió "cerrar filas" para evitar nuevos levantamientos. "Presos era lo menos que podía pasar", dijo, reafirmando sin ambages la política de criminalización del disenso. Aseguró que desde Costa Rica y Honduras se han seguido "intentando ataques", y defendió el cerco totalitario que ha impuesto desde entonces como una "victoria del pueblo".
Recordó incluso que en abril de 2018, en plena represión, el Estado se atrevió a hacer un homenaje a Borge y celebrar el Día de los Trabajadores, sin temor. Una forma de legitimar su permanencia bajo el argumento de valentía frente al caos.
"Ha caído otra bomba sobre el mundo"
Por otro lado, el discurso incluyó duras críticas a los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) y un abierto respaldo a regímenes autoritarios aliados. Ortega arremetió contra el presidente estadounidense Donald Trump, acusándolo de lanzar "una bomba" contra la economía mundial. Señaló también el encarcelamiento de migrantes y denunció la detención de nicaragüenses en Guantánamo.
"Ha caído otra bomba sobre el mundo que viene del presidente de los Estados Unidos, que ha lanzado un paquete de medidas económicas sin consultar con ningún país; simplemente lo decidió. Lo decidió y ahí está, amenazando la economía mundial, y amenazando también a la economía norteamericana. Ya el mismo pueblo norteamericano se comienza a rebelar porque sienten el impacto del encarecimiento de la vida", aseguró el nicaragüense.
Finalmente, cargó con virulencia contra Donald Trump, a quien responsabilizó de afectar la economía global: "Es un acto de locura (...) al final el que va a terminar desapareciendo es él, y es el pueblo norteamericano el que lo va a hacer desaparecer".
Otro de los pasajes más polémicos de la jornada fue su afirmación de que EE.UU. ha trasladado migrantes venezolanos al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la megacárcel salvadoreña dirigida por el gobierno de Nayib Bukele, con complicidad del presidente salvadoreño. "Estamos totalmente de acuerdo con nuestro hermano Nicolás Maduro... ni siquiera la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha nombrado a El Salvador como la cárcel de los inmigrantes", sostuvo, aunque Nicaragua ya no forma parte de la OEA.
"La actitud criminal del gobierno norteamericano de estar persiguiendo, encarcelando, a todos los que han estado ahí trabajando, por años, que han estado derramando sudor y sangre para que ese país tenga más riqueza. Y miles de migrantes son encarcelados. Hoy (miércoles 30 de abril de 2025) llegaron hermanos nicaragüenses que estuvieron encarcelados en Guantanamo. Osea, los encarcelan en EE.UU., los encarcelan en Guantanamo, a los hermanos venezolanos los tienen en El Salvador. Estamos totalmente de acuerdo con nuestro hermano Maduro, con el pueblo bolivariano, con las familias de estos inmigrantes que están encarcelados en la cárcel (CECOT) de El Salvador, sin ninguna ley, sin ninguna justificación".
"Eso lo decidió el presidente de los EE.UU., mandarlos para allá y darle una platita al presidente de El Salvador, para que tenga ahí a los hermanos venezolanos. Y el colmo; llega un vuelo de los que manda Venezuela a buscar migrantes venezolanos, y en el vuelo llegó una madre desgarrada, porque ella estaba con su compañero allá, estaban trabajando, tienen una niña de dos años, entonces, cuando los detienen, a los tres, y cuando va para el avión, la montan solo a ella y no le dan a la niña", denunció el sandinista desde la plaza pública más grande de Managua.

Asimismo, Ortega reiteró su apoyo "incondicional" a Rusia en el contexto de la guerra contra Ucrania y exaltó a China como modelo de cooperación, elevando vivas al presidente Xi Jinping y al Partido Comunista Chino como "partido hermano del FSLN".
El acto culminó con una coreografía simbólica: Ortega pidió a todos los presentes que levantaran la mano y gritaran tres veces "¡Vamos a defender la paz!". En un país donde el concepto de "paz" ha sido convertido en sinónimo de silencio, miedo y represión, ese cierre fue menos un llamado a la convivencia y más otro juramento de lealtad a la dinastía del Frente Sandinista.
El despliegue militar, el tono del discurso y la exaltación del liderazgo familiar revelan el endurecimiento del régimen nicaragüense y su aislamiento internacional. Sin figuras extranjeras, sin prensa independiente y con una represión que ha sido sistemática desde 2018, Ortega y Murillo escenificaron no solo un acto conmemorativo, sino una reafirmación autoritaria de su permanencia en el poder. Lo hicieron rodeados de armas, símbolos y relatos cuidadosamente seleccionados para blindar una narrativa en la que la disidencia sigue siendo vista como traición, y la lealtad, como deber divino.
El 30 de abril marca un nuevo hito en el proceso de militarización institucional del régimen Ortega-Murillo. Lo que antes era sutil —la alianza entre policías, paramilitares y grupos partidarios— ahora es explícito: todo el aparato armado del Estado nicaragüense ha sido puesto públicamente al servicio del liderazgo de una pareja presidencial que se presenta como guía espiritual, poder supremo y herencia revolucionaria inamovible.
La aparición de Ortega y Murillo con su nieto en el escenario, las cámaras enfocándolo como heredero simbólico, y la ausencia absoluta de cualquier contrapeso político o diplomático, refuerzan la percepción de que Nicaragua ha entrado en una nueva etapa: el autoritarismo familiar, dinástico y militarizado.
"Vamos a defender la paz", gritaron. Pero en Nicaragua, esa consigna suena cada vez más a amenaza. ¿Paz para quién, y a costa de qué?
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