En los últimos cien años nuestro mundo ha vivido pandemias de distinta magnitud. Todas nos han permitido aprender. Desde la de 1918 ésta es la más agresiva. En aquel tiempo no conocíamos ni los antibióticos, mucho menos conocíamos el ADN como material de la herencia. Su estructura se descubrió en 1953. Tampoco conocíamos el ARN. Hoy, estamos mucho mejor preparados para enfrentar esta nueva pandemia: en apenas dos semanas de declarada, ya conocíamos que la secuencia genómica del ARN de este coronavirus, cuyo nombre técnico es COVID-19, tiene 30 mil pares de bases. El genoma humano tiene 3 mil millones. El material genético de este virus no es ADN, sino ARN y tiene una capa de proteína que lo protege de la intemperie. Está en estudio durante cuánto tiempo lo protege, pero a altas temperaturas esa capa se puede degradar.
Conociendo el genoma del virus hubo enseguida cientos de descripciones de su ARN, lo que ha permitido compararlo con otros virus muy similares que ya conocíamos y que demuestran su origen. Ya sabemos que en su estructura tiene dos regiones de variaciones respecto a esos otros virus. Una, en lo que le permite adaptarse a los receptores existentes en las células de los humanos de una manera asombrosamente eficiente. Y otra, en lo que le permite abrirse para entrar en las células de nuestro organismo para allí replicarse. Ya conocemos que se transmite principalmente por el contacto y la cercanía entre las personas a través de la saliva que expulsamos al toser y estornudar, también al hablar. Las micropartículas de saliva son un medio húmedo que protege al virus. Cuando hablamos pueden permanecer en el aire durante un tiempo y el viento puede llevarlas a grandes distancias.
Conocemos que esas gotas de saliva de alguien contagiado quedan en las superficies y al tocarlas y después tocarnos boca, nariz y ojos podemos contagiarnos, aun sin contacto con alguna persona.
Conocemos también que una persona contagiada puede contagiar a dos o tres personas y en algunos casos hasta a ocho, lo que explica la velocidad de la expansión de la enfermedad y nos enseña que la más importante medida para detenerla es el aislamiento social. Cada día estamos conociendo nueva información sobre este virus, un virus nuevo que provoca una enfermedad nueva.
Lo que dicen los expertos que han identificado las dos regiones de mutaciones que presenta este virus es que son variaciones posibles dentro de la evolución natural y que este coronavirus tiene similitudes tanto con los virus de una variedad de murciélago como con los del pangolín, un roedor asiático… Sin embargo, como las técnicas y ciencias virológicas han avanzado tanto que muchos laboratorios tienen hoy una enorme capacidad para alterar virus, surge así la especulación de que haya escapado de un laboratorio.
A la espera de nuevas informaciones, hay un aspecto que no se ha discutido mucho todavía en la comunidad científica, pero que es muy relevante. No es descartable pensar que quizás las mutaciones en la evolución natural de este virus hayan sido resultado del desencuentro de la Humanidad con la Naturaleza, de la destrucción del planeta en la que estamos empeñados, entrando a áreas que nunca habían tenido “visita humana”, si es que se puede llamar “visita” a que los humanos lleguemos a cualquier rincón del planeta a destruir selvas, bosques, hábitats, para extraer minerales, para construir grandes infraestructuras… Al hacerlo, destruimos la Naturaleza y nos exponemos a encontrarnos con otras formas de la vida que no conocemos, a organismos para los que el nuestro no está preparado ni ha elaborado anticuerpos.
Este coronavirus puede tener quizás su origen en una zoonosis, como llamamos a ese “salto” de microorganismos que habitan en animales y pasan a humanos y pueden enfermarnos. La destrucción que hemos estado haciendo de los bosques, penetrando las selvas del mundo puede ser la causa de esta enfermedad. Se especula que el SARS tuvo su origen en murciélagos que huían de sus hábitats destruidos y comenzaron a convivir con los humanos. El virus del VIH “saltó” de una especie de monos a los seres humanos. Estos “saltos” provocan siempre mutaciones en el genoma del virus para adaptarse a otro organismo.
Algunas veces esas mutaciones ocurren en el animal. Es el caso en el virus del VIH. Pero, invariablemente, siempre hay una modificación en el genoma del virus, una adaptación que le facilita hospedarse en los seres humanos.
Ha habido también infecciones provocadas por virus de animales más cercanos como cerdos y aves, que han “saltado” a nosotros… La NIPAH fue una epidemia que provocaba encefalitis y que pasó de los cerdos a los humanos. El H1N1 fue una epidemia que pasó de los murciélagos a los cerdos y a los humanos. Estamos expuestos también a los virus y a otros microbios de los animales que comemos y a los de los animales que criamos para comerlos…
Todo esto lo sabemos hoy. En 1918, cuando la que fue llamada “gripe española” causó tanta mortandad, la única explicación que la gente encontraba al virus que mataba a millones era acudir al pensamiento mágico, pedir a fuerzas sobrenaturales que detuvieran un fenómeno que también creían era sobrenatural.
En esta época ya sabemos que para detener cualquier epidemia el abordaje tiene que ser científico para ser eficaz. Por eso, es decepcionante que, con todo lo aprendido y teniendo a mano el conocimiento científico y técnico como herramienta para enfrentar este problema, el Gobierno de Nicaragua haya decidido despreciar ese conocimiento y afianzarse en creencias cuasi-religiosas y en intereses políticos.
El coronavirus ha dejado al descubierto la realidad que vivimos en Nicaragua. Es una realidad trágica, de mucho atraso, de mucho desprecio del conocimiento, de imposición de las ideas y de los intereses de unas personas por sobre los intereses de toda la sociedad, que queda así a la intemperie.
¿Qué ha hecho el Gobierno de Nicaragua? Nada. Su estrategia ha sido no hacer nada. Conversando con colegas del exterior, gente con experiencia en políticas científicas, sobre la falta de abordaje que hemos visto aquí, me decían que no hacer nada es también un abordaje. Esa decisión distancia al gobierno de Nicaragua de la mayoría de naciones del mundo y nos aísla aún más.
Desde que surgió el virus los Gobiernos llamaron a sus expertos para decidir qué medidas tomar. Muchos, sobre todo los de los países desarrollados, ya cuentan con comités de expertos científicos. En algunos países funcionan de manera habitual, en otros se les llama cada vez que hay necesidad de escuchar sus recomendaciones.
No es nada extraño que existan estas estructuras, porque el mundo en el que vivimos está basado en la Ciencia y en la Tecnología. Es un mundo globalizado donde el desarrollo de las economías y de las sociedades depende del desarrollo científico-técnico. En otros países menos desarrollados no se ha logrado esa interfaz entre la Ciencia y las decisiones políticas, pero aun así las autoridades de países con menos recursos lo que hicieron fue seguir las orientaciones médico-científicas de organizaciones internacionales, las de la OMS y las de la Academias de Ciencias.
En Nicaragua la decisión del Gobierno ha sido no seguir, no acatar, las orientaciones, en primer término de la Organización Mundial de la Salud, que es el organismo rector de la salud a nivel mundial, y desconocer también las orientaciones de científicos individuales y de organizaciones científicas de nuestro país y de otros países.
No cerraron fronteras, no ordenaron cuarentenas, no decretaron emergencia alguna, no hicieron pruebas para conocer dónde podían estar los brotes, mantuvieron las clases en los colegios y universidades públicas, convocaron a centenares de eventos masivos, recibieron cruceros… Y para justificar lo que no estaban haciendo comenzaron a restarle importancia a la pandemia, fluctuando entre el desinterés y la negligencia y un triunfalismo basado en el argumento absurdo de que Nicaragua cuenta con “el mejor sistema de salud de las Américas” -así dijeron algunos-, y con un exitoso modelo de salud comunitaria.
Todo este proceder tiene, en mi opinión, una falla de origen. Y esa falla es que estamos gobernados por gente que tiene una concepción anacrónica del mundo, donde el conocimiento científico no tiene cabida. Esta gente se basa no sólo en sus concepciones ideológicas y políticas, y en sus intereses económicos, individuales y familiares. También tiene una concepción mágica del mundo y la promueve entre la población. Mi única esperanza es que la realidad se les imponga ante los ojos y, confrontados con una realidad dramática y agobiante por el número de muertos, una realidad provocada por ellos, tengan que reconocer el error cometido y tomen otras decisiones.
En las últimas tres o cuatro décadas han surgido otras pandemias de nivel global, aunque no de esta envergadura, pero que sí nos asustaron. El SARS en 2003. Después fue el MERS, en Medio Oriente. Antes había sido el H1N1 que inició en México… Aunque en Nicaragua nunca llegaron con mucha fuerza, hay que decir que se manejaron bien. En nuestro país tenemos mucha experiencia en el manejo de epidemias. Por ser un país tropical hemos convivido siempre con enfermedades infecciosas transmitidas por vectores: malaria, dengue, leptospirosis, y más recientemente zika, chikungunya…
Desde los años 80 hemos ido formando en el país más y mejores capacidades para responder a esas enfermedades. Por eso, resulta también decepcionante que, con tanta experiencia acumulada en el Ministerio de Salud en el abordaje de las epidemias, hayamos caído en la desastrosa actitud de no hacer absolutamente nada.
En su alocución del 15 de abril, Daniel Ortega dejó claro que su estrategia era diferenciarse del resto de países y no dictar medida alguna, ni siquiera declarar una emergencia sanitaria. Dijo que lo hacía por razones económicas porque Nicaragua no podía dejar de producir ni dejar de trabajar. Así lo entendí: por razones económicas no podemos tomar medidas sanitarias. Y para justificar eso, alabó las bondades del modelo de salud “comunitaria” con que cuenta el país.
Ese modelo existe, está hoy bastante debilitado, pero lo más importante es que resulta inadecuado para esta pandemia. Consiste, ya lo sabemos, en enviar a “brigadistas de salud” acompañados de activistas políticos a recorrer las casas de todo el país: tocan a las puertas, entran en las casas, dialogan con la familia… En esta pandemia realizan con la familia lo que la Vicepresidenta llama “jornadas de oración y sanación”.
Pero, como en esta enfermedad los vectores de la infección somos las personas, el modelo no resuelve nada y sólo puede contribuir a diseminar el virus, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con el dengue, una infección en que el vector es un mosquito. El dengue requiere que el brigadista le explique a la gente que los recipientes que guardan en sus casas o en sus patios con agua son los lugares donde el mosquito pone sus huevos. El dengue requiere fumigar las casas. En la actual pandemia es todavía más riesgoso que los brigadistas entran en las casas sin ninguna protección. Sabemos también que llegan, más que a transmitir conocimientos, a no alarmar y a hablar de lo que el “buen Gobierno” hace para protegernos. Se convierten así en masivos transmisores del virus por todo el país.
Otra de las cosas que dijo Ortega la tarde en la que apareció después de 34 días de ausencia, es que “hemos administrado” muy bien la crisis. No, lo que realmente ha administrado bien el Gobierno son las estadísticas, porque tiene un control total de las cifras de contagios, de fallecimientos, de hospitalización… Con una estrategia de secretismo son esos datos los que ha administrado “bien”.
El Gobierno o no hace suficientes pruebas o si las hace no informa cuántas ni dónde ni a quiénes. Es lógico entonces que con la determinación de no tomar medida alguna para dejar entrar al virus, ellos no puedan hacer pruebas e informar sobre los resultados, porque entonces otra realidad se revelaría y les obligaría a reconocer su error y a tomar medidas.
Las epidemias se tienen que abordar de raíz. La mejor forma de enfrentarlas es impedir su transmisión. Y para un país con las frágiles condiciones económicas y financieras de Nicaragua, y con un sistema de salud tan débil, lo prioritario hubiera sido evitar durante el mayor tiempo posible la entrada del virus para ganar tiempo y no sobrecargar el sistema. Sin embargo, la decisión fue la contraria: invitaron al virus a ingresar, afirmando que somos un país “de puertas abiertas” y promovieron aglomeraciones, quitando así importancia a la enfermedad…
Probablemente, el virus retrasó su ingreso a Nicaragua por las medidas que tomaron los países vecinos. Muy pronto, Nicaragua quedó encerrada, porque Costa Rica, Honduras, El Salvador y Panamá, países con los que mantenemos un continuo flujo comercial y de personas, cerraron sus fronteras. Otros países más lejanos suspendieron también los pocos vuelos que llegaban a Nicaragua. Gracias a las medidas de otros, y sin tomar Nicaragua ninguna, la entrada del virus se retrasó. Pero, aunque tardó en llegar, no se pudo impedir su llegada. Y ya está aquí.
Ya en el país, la mejor forma de controlar el virus es hacer pruebas para detectar dónde está y cómo se está propagando en nuestro territorio. Ésta es otra realidad decepcionante. Porque Nicaragua tiene cómo detectar el virus. La tecnología que se está empleando para las pruebas por la técnica PCR, que es tecnología de punta, la tiene Nicaragua desde los años 80. Tiene también nuestro país personal entrenado para hacer esas pruebas. Haciendo números, yo diría que Nicaragua podría estar haciendo por la técnica PCR unas 3 mil pruebas semanales en jornadas de ocho horas diarias turnándose dos equipos.
Conozco que en el laboratorio del MINSA hay dos equipos bien capacitados para esto. Ya no se diga todo lo que se podría hacer con las 26 mil pruebas que le donó el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) a Nicaragua.
Ésas son pruebas rápidas y sencillas que no necesitan de técnicos especializados. Con una gotita de sangre se detecta si la persona es positiva o negativa ante el coronavirus. Con esa donación Nicaragua tendría suficiente para realizar un muestreo de dos-tres semanas, lo que permitiría establecer en qué punto está la epidemia en el país.
Aunque la PCR es la “prueba de oro”, la prueba standard para la detección del virus, hay estas pruebas más rápidas y mucho más baratas, que son serológicas y permiten pruebas masivas. Ambas tienen limitaciones. La PCR puede aplicarse a una persona que aún no tenga una carga viral fuerte y en el momento de la muestra, que se toma en las secreciones nasales, puede que no dé positivo, aunque sí tenga el virus. Igualmente, si la persona ya pasó la enfermedad y fue asintomática, la PCR no detecta si lo tuvo o no porque ya no tiene el virus circulando.
Las pruebas rápidas tienen la limitación de que sólo sirven cuando la persona tiene ya 5-7 días con la enfermedad porque lo que detecta son los anticuerpos que su organismo ha producido y es hasta esos días que el organismo reacciona desarrollándolos. Son más baratas que la PCR y dan una idea de por dónde anda el brote. Se supone que después de tres meses el virus ya no está presente en quien pasó la enfermedad, pero eso también está en estudio porque en algunas personas pareciera que el virus redujera su carga, pero no desaparece. Y ya hay personas que pasaron la enfermedad y volvieron a contaminarse. Todo eso está en investigación. Nicaragua podría participar en estos estudios, investigando cómo avanza o no el virus en nuestro país. Tenemos capacidades y hay interés, pero el Gobierno no lo permite.
El Gobierno ni siquiera ha informado a la ciudadanía qué tipo de pruebas recibió del BCIE. Son coreanas. Por mi parte, buscando información en los otros países centroamericanos, que recibieron las mismas pruebas, logré identificarlas leyendo las instrucciones. Es un kit de inmunoquímica que detecta los anticuerpos que quedan en sangre contra el virus. Basta una gotita de sangre del dedo para tomar la muestra.
Cualquier laboratorista en cualquier clínica lo puede hacer. Los técnicos del laboratorio del MINSA desconocen que se hará con estas pruebas. El tema de las pruebas se maneja también entre ellos con un secretismo inconcebible. He sabido también que en el laboratorio del MINSA no han recibido los equipos de protección requeridos para trabajar. Y aunque Taiwán hizo una donación al Gobierno de los equipos necesarios dicen que los tienen guardados, lo que resulta inaceptable.
Las miles de pruebas rápidas donadas serían una herramienta fundamental para saber cómo estamos con la pandemia, dónde estamos. Si hasta recibir la donación del BCIE no se hacían pruebas porque la PCR es muy cara y no quieren gastar dinero, y su aplicación es más complicada, esta donación ya no les permite excusas.
Esas pruebas se podrían dar a todos los hospitales con un diseño de estudio para ir a la búsqueda de dónde hay brotes. Descubriríamos así en los anticuerpos quiénes ya pasaron la enfermedad y quiénes la están pasando. No lo han hecho. Ya no tienen más excusa que la de engañarnos y no darnos a conocer la realidad. Nosotros no sabemos hoy, 21 de abril, cuando les hablo, cuál es la magnitud de la epidemia en nuestro país. No lo sabemos y no lo podemos saber.
Ciertamente, el virus llegó con retraso a toda Centroamérica, si lo comparamos con lo que ocurrió en América del Sur y en América del Norte. Otros países de la región actuaron inmediatamente y lo están controlando. Costa Rica lo ha hecho muy bien.
Todavía podría mitigarse el avance del virus. Pero hemos continuado manejando todo con total secretismo, con una información nada transparente, con desinformación y han sido asociaciones médicas y organizaciones de la sociedad civil las que se han puesto al frente para informar a la ciudadanía de qué se trata la enfermedad, brindándole recomendaciones basadas en la información científica con la que vamos contando.
El Gobierno niega hasta el día de hoy que haya “transmisión local comunitaria”, queriendo dar la impresión de que los escasos casos que menciona son “importados”. Según el Grupo Multidisciplinario que se creó con ese fin, hoy estamos ya en la etapa previa a que se desate una intensa transmisión comunitaria.
En esta ocasión hay que decir, y decirlo una vez más, que Nicaragua ha llegado demasiado tarde a la Ciencia. La Academia de Ciencias de Nicaragua apenas cumplió diez años, un tiempo que, en relación a lo que es la historia de la Ciencia, tan sólo significa un arranque, mientras en tantos otros países el arranque ocurrió hace unos 500 años... Todos los países latinoamericanos comenzaron a fortalecer su institucionalidad científica en los años 50. En esos años toda América Latina conformó Consejos Nacionales de Ciencia y Tecnología. El único país que no lo hizo fue Nicaragua. En nuestro país la idea de formarlo tiene fecha de 1995, y hacerlo no surgió por una decisión del Gobierno, sino por una recomendación del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), cuando llamó a una reunión para establecer colaboración entre los países en temas científicos. Como Nicaragua no tenía ningún representante envió a aquella reunión a un funcionario del Ministerio de Comercio. Fue entonces que del BID llegó la idea.
Finalmente, se pasó de la idea a la acción y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología no se conformó hasta unos años después. Es lamentable que se creara así, sin una decisión autónoma, endógena, por conciencia de que era una necesidad nacional. Después, el CONICYT ha tenido saltos en su desarrollo y hay que reconocer que ninguna autoridad de ningún Gobierno ha asumido nunca que la Ciencia tenga un rol importante en la conducción de este país.
Fue en los años 80 cuando comenzó a desarrollarse en Nicaragua interés por la investigación y hubo mucha cooperación internacional, sobre todo de Suecia, también de Alemania, de España, de Estados Unidos, para reforzar la educación superior, lo que demandaba la formación de científicos nacionales.
En el extranjero se formaron bastantes y así se fueron creando nuevas capacidades científicas en el país, muy modestas pero reales. Hoy tenemos más científicos nicaragüenses de talla internacional trabajando en el extranjero que en nuestro país. A pesar de todo, contamos con grupos de investigación con cierta trayectoria en algunos temas. En uno en el que hemos tenido más fortaleza es en el del tratamiento de las enfermedades infecciosas.
En la formación de esos investigadores Suecia invirtió mucho dinero, en particular en la Universidad Nacional, tanto en la UNAN-Managua como en la UNAN-León, donde hay científicos que conocen mucho de temas de salud y de epidemiología y que pudieron haber sido llamados por el Gobierno para conformar un comité de emergencia en el que apoyarse para decidir qué medidas tomar. Siendo universidades subordinadas de manera abyecta al Gobierno, no resultaba nada difícil llamar a estos científicos para que aportaran a la estrategia que debía haber estructurado el Gobierno. Pero no sucedió.
Hace unos días el Consejo Nacional de Universidades (CNU) envió una comunicación ordenando a los estudiantes universitarios regresar a las aulas de clase. Mucha gente ha tomado por su cuenta las medidas de distanciamiento social, incluyendo a los estudiantes, y el Gobierno, representado por el CNU, quiere evitar a toda costa el promover las clases virtuales, el estudio en línea. Quiere fomentar que la gente se amontone. En esa comunicación el CNU justifica su posición afirmando que el “buen gobierno” ha construido una estrategia “exitosa” contra el coronavirus, así literalmente lo afirman.
La posición del CNU ante la pandemia contrasta con la que mantuvo cuando hace pocos años se habló del proyecto del Canal Interoceánico. Entonces, el CNU quiso involucrarnos a todas las Universidades del país en esa fantasía y exigía que todos aportáramos. Incluso, dedicaron una tajada del presupuesto del CNU para promover específicamente todo lo del Canal en las Universidades. Querían que todas impartiéramos cursos de chino, querían que transformáramos todos los currículos para que todas las materias que se impartieran estuvieran relacionadas con las necesidades que promovería la construcción del Gran Canal, un proyecto que nunca existió y que nunca existirá porque era una farsa para repartirse dinero y para repartirse el país.
Es lamentable la posición negacionista del Gobierno y del CNU porque en este momento se han abierto nuevas y enormes oportunidades para apalancar el desarrollo científico de los países. Se han conformado en todo el mundo grandes consorcios y grupos de investigación que le permitirían a Nicaragua jugar en las Grandes Ligas de la Ciencia, contribuyendo desde nuestro conocimiento a la investigación sobre cómo ocurre la epidemia a nivel nacional. Ya han sido descritos y conocemos ocho tipos distintos de este virus y debe haber distintas manifestaciones de esos distintos tipos en cada país, incluso en cada zona. ¿Qué tipos están circulando en Nicaragua? ¿Dadas nuestras condiciones climáticas, nuestra demografía, hay variables respecto a otros países o no las hay? ¿Cuáles son? Hay mucho que aprender y podríamos enseñar también, pero sin hacer pruebas no hay posibilidad alguna de investigar nada ni de saber nada. Así que, seguramente, y como ya sucedió en el caso del Canal, no habrá tampoco en el caso de esta pandemia ninguna investigación nacional.
Este Gobierno prohíbe todo, controla todo… Si alguien quisiera hoy hacer un estudio epidemiológico, ¿lo dejarían ir a tomar muestras a algún barrio? ¿Lo dejarían hacer encuestas? De ninguna manera. Sería perseguido. Es difícil hacer investigación así. Cómo se desarrolló aquí la epidemia va a ser casi imposible saberlo porque no habrá registros, porque nada se habrá cuantificado verazmente. Pero, aunque el gobierno esté esperanzado en que nunca se va a saber lo que sucedió aquí porque logró tapar los datos, lo vamos a saber. Eventualmente, y en el área de biología molecular, yo sé que podremos determinar a posteriori cuál fue la situación de la pandemia en Nicaragua. Incluso muchos años después hay técnicas que permiten determinar cuántas personas adquirieron el virus y presentaron la enfermedad. Será a posteriori, pero podremos saberlo.
A pesar de no haber hecho nada existe en este momento la sensación de que lo que está pasando es “muy poco” y de que el sistema de salud podrá aguantar lo que ocurra... Como dije antes, hubo varios factores externos que contribuyeron a retrasar el ingreso del virus a Nicaragua. El primero fue el cierre de fronteras y de aeropuertos en nuestra región. Esto detuvo la entrada de personas que podían cargar el virus y redujo los viajes internacionales.
Además, esta pandemia ha llegado después de dos años de crisis económica, derivada de la crisis política iniciada en abril de 2018, que ya venía provocando una reducción drástica de la llegada de turistas a Nicaragua. Eso también contribuyó. ¿El calor ha contribuido también? Este virus se desintegra a 60-70 grados centígrados, una temperatura que jamás se alcanza en ningún país. Se dice que tal vez en los países más cálidos el virus tiene menor efectividad, pero eso, como tantos otros aspectos, está aún en estudio, aún no se sabe.
Yo creo que para hacernos una idea de cómo se está desarrollando la pandemia en Nicaragua, al carecer de datos fiables, debemos guiarnos por lo que está ocurriendo en los países de Centroamérica. Son los países y las poblaciones más similares a lo nuestro. Hay un clima caliente similar en muchos lugares de los países de la región, hay factores genéticos y demográficos similares. No hay zona del mundo más parecida a nosotros en historia, en cultura, en costumbres que el resto de Centroamérica.
Entonces, para saber cómo se ha propagado el virus en Nicaragua debemos ver cómo lo ha hecho en El Salvador, en Costa Rica. Y si Costa Rica ya está en la fase comunitaria, debemos también estarlo nosotros. Lo han hecho muy bien los ticos. Es uno de los países que mejor ha desarrollado la técnica de la detección, que es el primer paso para ser eficaz: saber cuánta gente tiene el virus, dónde está y cómo se contagió.
En la fase comunitaria la transmisión se produce en los vecindarios y en los hogares, al interior de las familias. Sale alguien de la familia, se contamina con alguien, y él o ella regresan a la casa y se lo pasan a sus familiares y así se extiende el contagio. Esa fase hará avanzar mucho el virus en nuestro país, donde tantas familias son numerosas y viven en hacinamiento.
Para justificar la inacción del Gobierno se le achaca el escaso número de casos que presenta el Gobierno al calor, a la juventud de nuestra población, a las rutinarias jornadas de vacunación que organiza el MINSA. En la Radio YA, del Gobierno, han dicho, por ejemplo, que unos científicos dicen que en los países que han estado aplicando permanentemente la vacuna contra la tuberculosis, la BCG, el coronavirus no tiene impacto. Sería el caso de Nicaragua, que aplica regularmente esta vacuna.
Tiene cierta lógica lo que dicen, en el sentido de que se sabe desde hace mucho que esta vacuna genera una respuesta directa contra el bacilo de la tuberculosis, y también tiene otra respuesta: crea una inmunidad inespecífica contra otros patógenos, fortaleciendo las defensas del organismo. Pero no inmuniza contra el coronavirus. Porque hasta que haya una vacuna, nadie tiene inmunidad contra este virus porque es la primera vez que los seres humanos nos hemos expuesto a este microrganismo. Y hay ya casos de ciudadanos del Norte, donde no se usa ordinariamente la vacuna contra la tuberculosis, que al ser vacunados contra la tuberculosis como tratamiento contra el coronavirus, se han agravado.
La propaganda de la Radio YA concluye que como el “buen Gobierno” aplica aquí gratuitamente la vacuna contra la tuberculosis -ya la aplicaban los anteriores gobiernos neoliberales y éste que es también neoliberal la aplica- “gracias al comandante y a la compañera” los nicaragüenses ya tenemos inmunidad.
Los mensajes triunfalistas del Gobierno desestimulan a la gente a conocer la realidad, a entenderla. La despreocupan. La desinforman. Ni siquiera el Gobierno recomienda el uso de la mascarilla como prevención, para no contagiarse y para no contagiar. Y ha llegado al extremo de no permitir a los médicos usarlas “para no alarmar” a la población que llega a los hospitales, poniéndolos así en grave riesgo y arriesgando a la población que atienden.
Hay ya como cien medicamentos que se están valorando para el tratamiento de quienes se contagian con coronavirus. Y la lista crece. Como es lógico, se está recurriendo a medicamentos que ya existen, porque inventar uno nuevo, como las vacunas, puede llevar mucho tiempo. Sabiendo que es un virus de la familia de los coronavirus, los científicos han buscado en el registro de medicamentos ya existentes cuáles sirven. Se están probando los retrovirales que se usan para el VIH, también la hidroxicloroquina que se usa contra la malaria, también la azitromicina, también el Interferón Alfa 2-Beta, el anticuerpo Tocilizumab, también el Remdesivir, que se usó contra el ébola…
A finales de abril deben terminar ensayos clínicos valorando unos ocho medicamentos, entre ellos éstos. Hay un programa internacional promovido por la OMS, llamado “Solidarity”, que es un gran ensayo clínico mundial, en el que están participando cientos de países. Sobre cada uno de estos medicamentos hay dudas, hay preguntas. La principal, en qué momento puede ser beneficiosa o no cada medicina para el paciente, porque algunas son muy tóxicas y tienen efectos secundarios. También en algunos países ya se están haciendo ensayos clínicos para ver la efectividad de poner a los pacientes más graves el plasma de las personas que ya superaron la enfermedad porque en él quedan los anticuerpos que produjeron.
Se están probando muchas cosas, siempre recurriendo a lo ya conocido. Las vacunas para la influenza también pueden dar resultado al menos para evitar la co-infección, pero es sólo probando que lo sabremos, aunque tiene lógica médica porque pueden estimular el sistema inmunológico.
Debemos recordar que las vacunas contra la influenza de un año no siempre sirven al año siguiente cuando ya circula otro virus de la influenza… Es ése también el problema del dengue. Se conocen cuatro serotipos del virus del dengue, algunos hacen más daño que otros, y a veces no se conoce cuál es el que está circulando. Lo importante será poder contar con una vacuna específica contra este específico coronavirus. Se espera que en un año o en un año y medio la tendremos… pero como este COVID-19 es de la familia de los que causan la influenza, a éste podría seguirle otro coronavirus mutado, que podría ser más fuerte o más débil que éste… Todas esas posibilidades son posibles. Porque Darwin nos enseñó que la vida así funciona, que la Vida es Evolución.
Las secuelas que deja el virus también se están estudiando. Teniendo en cuenta que es un virus nuevo que provoca una enfermedad nueva, apenas estamos obteniendo los primeros datos a nivel mundial sobre cómo se comporta el virus y la enfermedad que produce. Hemos aprendido bastante en cuatro meses y ya tenemos información científica, pero es aún muy fresca. Y la información científica tiene que ser contrastada, hay que aplicarla, hay que demostrarla… y es así como se asienta el conocimiento.
¿Qué pasará a partir del errático proceder con que inició el abordaje de la pandemia en Nicaragua? El único documento que hemos conocido con una “estrategia” es el que desde el propio Ministerio de Salud (MINSA) se filtró a “Confidencial”. Es un documento técnico de cómo abordar la epidemia en caso de que surgiera el brote. Hay en ese documento unos números que son mínimos en el caso de que se produzca un brote importante.
Ese documento indicaba que después de seis meses de estar presente el virus en Nicaragua habría 32 mil 500 afectados, 8 mil 125 serían casos graves y 813 morirían.
Estos cálculos son proyecciones, son modelos, considerando muchos factores propios del virus y también factores de la población: cuántas personas son de tal edad, cuántas hay con tales condiciones previas… y así se hace el cálculo de la capacidad de infección que habría en el país. Pero esos números se quedan cortos si aquí hubiera una explosión sin control de la pandemia, que naturalmente colapsaría el limitado sistema de salud que tenemos.
Algunos se han preguntado si el Gobierno de Nicaragua, al no hacer nada contra el virus y al dejar que se difunda libremente, no estaría apostando, sin declararlo, a la estrategia conocida como “la inmunidad del rebaño”, que consiste en dejar que todo el mundo se contamine, porque los muertos serían pocos y como todo el mundo adquiriría el virus, más rápido tendrían todos inmunidad y el país saldría más pronto del problema… Simplificando, en eso consiste esta estrategia.
Esto quiso hacer Gran Bretaña al comienzo, pero sus científicos alertaron que era un riesgo, ya que aún no se sabe cómo se adquiere la inmunidad ni siquiera si se adquiere, ni cuánto tiempo dura. Y un riesgo también porque la “inmunidad del rebaño” no toma en cuenta que cuando todo el mundo se contagia a la vez, como se prevé por la velocidad de contagio que tiene el coronavirus, el sistema de salud no tiene capacidad de acoger a tantos enfermos a la vez y de atenderlos debidamente.
Todos los epidemiólogos, también los británicos, han planteado que cuando se llega a la curva de los muchos contagiados al mismo tiempo la estrategia debe ser aplanar la curva, porque todo lo que sobrepase esa curva significa que muchas personas quedarán abandonadas a su suerte, sin atención médica.
Ciertamente, uno podría pensar que tal vez aquí se consideró esa estrategia y ésa fue la que adoptó el Gobierno sin declararla, pensando que se enfermara el que se tuviera que enfermar y que se murieran los que se iban a morir. Ellos pueden haber calculado que la gente que tiene más probabilidades de morir es la mayor de 60 años y en Nicaragua son sólo el 7% de la población. Sí, puede ser que hayan pensado así. Si así fuera, no tomaron en cuenta las limitadas capacidades del sistema de salud nicaragüense para acoger a una población masivamente contagiada.
Sobre las capacidades del sistema de salud nacional hay un triunfalismo enorme en el Gobierno y en sus voceros, que puede haberlos cegado. Cualquier persona con tres dedos de frente sabe que no tenemos “el mejor sistema de salud de las Américas”, como ellos dicen. Y cualquier persona que haya ido a un hospital público lo sabe también. Ellos alaban, más que el sistema hospitalario, el sistema de salud comunitario. Entonces, si el que cuenta es el comunitario y no el clínico, eso explicaría el actual desastre de los hospitales… Lo comunitario, como ya expliqué -enviar brigadistas a dar instrucciones de cómo lavarse las manos y entregar folletos- no sirve en esta pandemia.
¿Es el comunitario nuestro eficaz sistema de salud…? Todo ese triunfalismo se cae viendo la historia de la epidemia del dengue en Nicaragua. En el año 2019 Nicaragua fue uno de los tres países de las Américas que mayores casos de dengue tuvo. Nos superó ampliamente Brasil y quedamos muy cerquita de Honduras. Y a pesar del “exitoso” sistema comunitario, tenemos ya cuatro décadas sin poder haber erradicado el dengue, que se implantó aquí en los años 80. A lo largo de estos años hemos llegado a tener hasta 180 mil casos de dengue anuales, incluido de dengue hemorrágico, el más grave, y son muchas las personas de todas las edades que fallecen cada año víctimas de dengue.
¿Qué está pasando ya en los hospitales? ¿Hay un brote visible de la pandemia? Hay organizaciones que están tratando de obtener datos más allá de los escuetos y cuestionables números oficiales, que nos aproximen a lo que realmente está pasando. Yo no conozco cómo lo están haciendo, si es que tienen contacto en los hospitales o si hay gente que les filtra información. La más reciente información de que el MINSA haría 50 pruebas diarias no ha aparecido como información en los partes oficiales diarios, lo que demuestra que también se filtró desde dentro del MINSA.
Sólo informando sobre las pruebas que hacen y sus resultados podríamos ver un panorama más cercano a la realidad. Pero no están informando del resultado de las pruebas. El Gobierno ha querido que esto sea un secreto y por eso le ha negado a los hospitales privados, a los laboratorios privados y también a muchas clínicas privadas que hay en los barrios el poder hacer pruebas. Si tuviéramos a todos haciéndolas tendríamos ideas más claras.
En todos los países, el temor es que colapse el sistema de salud. Para evitarlo es que se ordenan las cuarentenas y el distanciamiento social. No es tanto para evitar el contagio -es imposible suprimirlo-, pero sí son medidas necesarias para que los contagios se prolonguen en el tiempo. Eso es lo que se busca cuando se quiere “aplanar la curva”. Si en un país el 60% de la población se va a contagiar, hay que evitar que se contagien todos en una misma semana y procurar que el contagio se prolongue durante unos seis meses. Lo mejor sería no “aplanar” la curva, sino “aplastarla”. Porque aplanándola tendremos enfermos durante mucho tiempo y lo que queremos es combatir el virus y evitar el mayor número de infecciones y de muertes.
Está por verse si en Nicaragua el sistema de salud colapsa. Como aquí la cuarentena la ha asumido la gente por su cuenta y no ha habido ninguna medida para evitar el contagio explosivo, es muy posible que, tarde o temprano, lleguemos a la fase explosiva. Y después de esa fase, creo que lo que va a ocurrir en nuestro país es lo que ha ocurrido con otras epidemias: que se nos quedan endémicas. Entran al país y nunca salen y constantemente siguen apareciendo casos. Así ha pasado con el dengue, a pesar de todos los recursos que se han invertido para controlarlo.
Creo que lo que está ocurriendo en algunos países de África -Ruanda, Congo, Tanzania, Madagascar…-, con rangos muy bajos de casos, 200 más o menos, se debe a que no existe en ellos un sistema de detección adecuado y, por tanto, hay pocos casos registrados. Si no se detectan casos mediante pruebas… no hay casos. Es lo que pasa aquí.
Pienso también que es posible que haya condiciones demográficas y otros factores propios de cada país que propicien que la enfermedad progrese de manera menos dramática y con otras peculiaridades. Y pienso que también en esos países los casos no se producirán en poco tiempo, sino en un plazo más largo, no en una “curva”, sino en una “meseta” prolongada, que incluso sea permanente. Y ése es el miedo que tengo para Nicaragua: que este virus se quede aquí de forma endémica, como una epidemia más con la que tengamos que convivir.
El invierno centroamericano, el período de lluvias, podría acelerar la explosión de la epidemia. Y respecto a las lluvias hay otra información preocupante: hay ya varios estudios sobre otras vías de transmisión que no son la saliva de las personas infectadas y su cercanía a otras personas. Se ha descubierto que también hay carga viral en las heces fecales. Estudiando algunos pacientes se ha descubierto el virus en sus heces.
Es posible entonces, y se está estudiando, que la gente se contamine en contacto con las heces. Y ya sabemos en cuántos lugares las heces contaminan las aguas por falta de buenos drenajes de las aguas negras. Las lluvias aumentan la posibilidad de que los desechos hospitalarios y las heces de enfermos que no van al hospital vayan a dar a zonas en las que se abastece de agua la población, lo que favorecería esta otra vía de transmisión. Un estudio confirmó que en un 1% de casos estudiados el virus también estaba en la orina de los enfermos, pero en el caso de las heces es mucho mayor el porcentaje. Llega al 30% de los casos estudiados.
La irresponsabilidad del Gobierno de Nicaragua ante la pandemia está haciendo reaccionar a los organismos internacionales de derechos humanos Si el derecho a la vida es el derecho humano más fundamental, en Nicaragua se está violentando al desproteger a la ciudadanía. Sí, la ciudadanía está desprotegida y tiene que asumir su propio cuidado. Debemos convencernos que en Nicaragua no existe un liderazgo que asuma responsablemente lo que hay que hacer ante la pandemia. Todo está en manos nuestras. Y es mucho lo que podemos hacer para evitar contagiarnos y contagiar a otros.
Mucha gente no puede quedarse en su casa y habrá que encontrar formas de ayudarla y aconsejarla. Una mujer que vende tortillas puede estar en la calle con una mascarilla hecha en casa, lavándose las manos, llevando agua con jabón, tapando las tortillas, de tal manera que quien le compra las tortillas vea que esa señora está tomando todas las medidas… Y así muchos otros.
Todos podemos hacer algo. Muchas organizaciones médicas y científicas están proporcionando, a través de los medios, información a la gente para que la gente tome sus propias medidas. Lo están haciendo las empresas grandes y medianas. Cada quien está poniendo algo de su parte, conscientes de que no tenemos un liderazgo nacional que responda, tal como es su mandato, su obligación.
La mejor manera de enfrentar esta crisis es desde un liderazgo nacional que asuma disposiciones sanitarias que nos protejan y medidas económicas y financieras que apoyen a la gente de más escasos recursos y a los trabajadores informales que sobreviven de su trabajo diario.
Todo esto es difícil hacerlo únicamente desde la sociedad. Son tareas que corresponden a las autoridades del Gobierno y al Ministerio de Salud. Sin liderazgo en el Gobierno lo que puede hacer la sociedad es limitado, aunque no quiero quitarle importancia a lo que hagamos. Y sabemos que una sociedad civil mejor organizada y creativa siempre puede hacer más.
En Nicaragua estamos ante un liderazgo político basado en el fusil. Estamos ante un poder basado en la represión contra el que es difícil oponerse y que además no deja actuar, como fue el caso de prohibirle al obispo Rolando Álvarez crear centros de prevención en su diócesis de Matagalpa.
Estamos en una situación que nos obliga a ser más responsables y más creativos. Lo primero es que la gente esté informada correctamente, científicamente, sin olvidar que estamos proponiéndole a la ciudadanía que se cuide según sus posibilidades, y que sabe tiene enfrente a otra fuerza mayor, que va a contracorriente, promoviendo actividades de contagio.
Mi esperanza es que cuando el Gobierno tenga delante la gran cantidad de muertos actúe de otra forma. Pero eso también está por verse. También la tragedia de una gran mortandad puede hacer reaccionar más consistentemente a la población, a toda la población, porque habrá muertos sandinistas y muertos azul y blanco.
Concluyendo: el coronavirus ha dejado al descubierto la trágica realidad que vivimos hoy en Nicaragua. Estamos ante autoridades con una visión anacrónica y a-científica del mundo, con una visión depredadora de la naturaleza, con una visión oportunista y economicista ante un problema que es su responsabilidad resolver porque afecta a toda la sociedad. Estamos ante autoridades actuando en función de sus propios intereses, sin tener en cuenta los de la nación. El coronavirus ha dejado al descubierto que la prioridad de estas autoridades es mantenerse en el poder y mantener su poder con el control y con la represión. Con las armas.
Por: Jorge A. Huete Pérez - Biólogo Molecular / Vicerrector General de la Universidad Centroamericana (UCA).
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