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Guatemala entre la incertidumbre comercial y la precariedad energética: dos crisis paralelas que comprometen su futuro inmediato

La industria textil, moderna, exportadora y generadora de empleo, se encuentra hoy atrapada en decisiones externas. Al mismo tiempo, millones de guatemaltecos, en especial en áreas rurales, continúan dependiendo de un recurso ancestral y agotado para cocinar: la leña. Ambos desafíos —uno global, el otro doméstico— revelan la complejidad del desarrollo económico y social del país centroamericano, y la urgente necesidad de políticas energéticas, comerciales y ambientales integradas, que ofrezcan certezas tanto al inversionista como al campesino.


Por Redacción Central | @CoyunturaNic

Huehuetenango, Guatemala
Una cocina rural con leña encendida | Fotografía de COYUNTURA
Una cocina rural con leña encendida | Fotografía de COYUNTURA

Mientras Guatemala intenta sostener el dinamismo de su industria de vestuario y textiles, uno de sus pilares económicos, el país enfrenta también una crisis energética silenciosa pero persistente: el uso intensivo de leña como fuente principal de energía. Ambos fenómenos, aunque distintos, comparten un elemento común: la fragilidad estructural que los hace vulnerables ante la incertidumbre política internacional y la precariedad socioeconómica nacional.


El sector de vestuario y textiles, que en 2024 exportó casi 1,933 millones de dólares y genera alrededor de 180 mil empleos directos e indirectos, se tambalea. La razón: los compradores estadounidenses, que representan el principal mercado de destino, han postergado sus órdenes de compra debido a la inestabilidad que rodea la política arancelaria del presidente de Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), Donald Trump.


Carlos Arias, presidente de la Asociación de la Industria del Vestuario y Textiles de Guatemala (Vestex), advierte que esta incertidumbre pone en riesgo hasta un 40 % de la producción anual, correspondiente a la crucial temporada de fin de año —que abarca el regreso a clases, Acción de Gracias, Black Friday y Navidad—, afectando directamente el flujo de ingresos y el empleo.


"En julio ya deberíamos estar produciendo los pedidos navideños. Pero como no hay claridad sobre los nuevos aranceles, los compradores han detenido las órdenes. No es que hayan cancelado, pero tampoco se están comprometiendo", explicó Arias. "Si no hay decisiones antes de agosto, perderemos la ventana de entrega que llega a octubre o noviembre en EE.UU. Y esa pérdida ya no se puede recuperar dentro del mismo año", agregó.


El impacto es tangible: entre enero y mayo de 2025, las exportaciones disminuyeron 1.2 % y se enviaron 1.6 millones de docenas menos que en el mismo periodo de 2024. Solo entre el 1 y el 20 de julio, se registró una reducción adicional de 125 mil docenas.


Vestex proyectaba un crecimiento de 7 % para este año, pero ahora ajusta sus expectativas a un marginal 1 % o 2 %. Incluso se contempla una caída de hasta 5 %, si el escenario se complica más.


La situación se agrava por el aumento en los costos de producción. "La competitividad se ve afectada por el alza salarial, las tarifas logísticas, el transporte de contenedores y la energía. Sostener el empleo en este contexto es cada vez más complicado", señaló Arias. La industria ya empieza a evaluar posibles cierres de líneas de producción, lo que implicaría recortes de personal.


El vicepresidente del Banco de Guatemala, José Alfredo Blanco, reconoció que esta incertidumbre fue determinante para que la entidad rebajara la previsión de crecimiento económico nacional de 4 % a 3.8 % para 2025. Aunque considera que el sector textil podría ser más resiliente, la falta de claridad —y de reacciones inmediatas en la reubicación de fábricas hacia Guatemala— prolonga la incertidumbre.


Una crisis energética con rostro humano


Mientras el comercio exterior se estanca, al interior del país otra problemática sigue latente: el uso de la leña como principal fuente de energía en los hogares guatemaltecos. Según el Balance Energético 2024 del Ministerio de Energía y Minas (MEM), la leña representa el 52.15 % del consumo energético nacional, muy por encima de fuentes modernas como la electricidad, la gasolina o el diésel.


Esta dependencia no solo evidencia la desigualdad estructural —la leña es predominante en el 97.2 % de hogares en pobreza extrema—, sino que también tiene consecuencias ambientales y sanitarias severas. La deforestación masiva, la exposición al humo en viviendas mal ventiladas y el desgaste de recursos naturales están generando un colapso paulatino de sostenibilidad.


Departamentos como Huehuetenango, Quiché y San Marcos concentran el mayor déficit de leña, lo cual coincide con sus altos índices de pobreza y vulnerabilidad alimentaria. El Instituto Nacional de Bosques (INAB) estima que la demanda nacional de leña supera la oferta sostenible en al menos 10 millones de metros cúbicos anuales.


Edwin Oliva, jefe de Gobernanza Forestal del INAB, explicó que desde 2012 se reconoce un déficit estructural de biomasa: se consumen 15.7 millones de toneladas al año, pero solo se generan de forma sostenible unas 10 millones. A pesar de los esfuerzos con incentivos forestales, la presión sobre los ecosistemas sigue siendo alarmante.


"Estamos promoviendo el uso de tecnologías limpias como estufas mejoradas y sistemas agroforestales sostenibles, pero la adopción aún es baja, especialmente en zonas rurales de alta marginación", detalló Oliva. La estrategia nacional busca establecer 48 mil hectáreas de plantaciones destinadas a la producción controlada de leña, pero enfrenta obstáculos presupuestarios y logísticos.


El consumo de leña no solo es mayoritario, también es desproporcionado: según el MEM, su uso equivale a más de 58 mil millones de barriles equivalentes de petróleo, superando con creces al consumo combinado de gasolina, diésel y gas licuado de petróleo (GLP).


Aunque algunos funcionarios del MEM sostienen que la leña contamina menos por ser una fuente que compensa carbono al crecer los árboles, el balance real es adverso cuando se mide en términos de salud pública, degradación forestal y pobreza energética. Las estufas tradicionales siguen siendo fuente de enfermedades respiratorias, en particular para mujeres y niños expuestos al humo en espacios cerrados.


Además, el transporte terrestre, principal consumidor de gasolina y diésel, es el mayor emisor de gases de efecto invernadero en el país (48.83 % del total nacional), seguido de sectores como la industria, la generación eléctrica y el uso residencial, todos con alrededor de 16 %.


Entonces, la modernización del parque energético nacional es urgente. A pesar de que el 68 % de la capacidad instalada proviene de fuentes renovables, la matriz energética sigue siendo insostenible por el peso del uso doméstico de leña y la dependencia del petróleo para movilidad.


Ambas crisis —la comercial y la energética— reflejan los límites de un modelo económico basado en mano de obra barata, baja diversificación productiva y escasa infraestructura energética moderna.


El sector textil depende de decisiones políticas extranjeras sobre las que Guatemala no tiene control, mientras que millones de hogares dependen de una fuente de energía que ya no puede sostenerse sin causar daño irreversible al medioambiente y a la salud.


La ventana de oportunidad para revertir la tendencia aún no se ha cerrado del todo, pero el tiempo apremia. Si los nuevos aranceles estadounidenses no se definen pronto, miles de empleos podrían perderse. Si la dependencia de la leña no se reduce, el país seguirá sacrificando sus bosques y su salud pública por una energía precaria. Los próximos meses serán cruciales para que el país redireccione sus políticas económicas, energéticas y sociales. El reto no es solo crecer o exportar más, sino hacerlo de manera resiliente, justa y sostenible.



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