La democracia no es un berrinche, ni una consigna partidaria, por mucho que Ochoa grite en nombre de "Mel"
- Redacción Central

- 9 jul
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 14 jul
En Honduras, si desde el oficialismo no se grita "fraude" o "golpe de Estado", simplemente no se está feliz. No hay otra verdad posible para ellos. Ni la verdad técnica, ni la verdad jurídica, ni la verdad que dicta la coherencia. Esa es la lógica con la que el consejero vocero del órgano electoral hondureño, y operador visible de LIBRE, ha convertido la institucionalidad electoral en un berrinche político, desatando ataques personales y discursos incendiarios contra las consejeras que no ceden a sus presiones. Su grito no es por la democracia; es por su partido. Y lo hace en nombre de Manuel Zelaya y Rixi Moncada, como si la ley fuera opcional cuando no les favorece.
Por Redacción Central | @CoyunturaNic
Tegucigalpa, Honduras

En Honduras, la democracia siempre parece estar al borde del colapso, pero pocas veces ese borde ha sido tan evidente, descarado y ruidoso como ayer, cuando el Congreso Legislativo en Tegucigalpa se convirtió en un circo político que dejó al desnudo las miserias del poder en el país centroamericano.
El conflicto entre los consejeros del Consejo Nacional Electoral (CNE) ya no es técnico ni jurídico: es un pulso político, impulsado por un personaje que ya dejó de disimular su rol partidario. Marlon Ochoa, consejero vocero del CNE, hizo del hemiciclo su "tribuna" personal para victimizarse y alimentar su cruzada contra las dos mujeres que dirigen, con evidentes dificultades, el organismo que debe garantizar comicios libres y la alternancia en el Ejecutivo, todas las municipalidades y el parlamento. Ochoa no compareció como árbitro electoral autónomo o al menos autosuficiente, sino como militante incendiario del oficialista Partido Libertad y Refundación (LIBRE).
Sus palabras lo delatan. Señaló a Cossette López, la consejera presidenta, de "atacar su juventud", pero fue él quien la insultó públicamente al decirle que "le hace falta alguien", aludiendo de forma ruin, misógina y cobarde al exmandatario Juan Orlando Hernández, preso por narcotráfico en Estados Unidos de Norteamérica. No fue un desliz; fue un acto deliberado y machista, que intenta reducir la postura técnica y legal de López a una lucha de "moralidades" manipuladas por el oficialismo.
La estrategia de Ochoa es clara; repetir la palabra "fraude" hasta desgastar su significado, mientras esconde su verdadero objetivo: dinamitar el proceso electoral si su partido no controla cada etapa. Su discurso, que ya recorre los foros de televisión afines al gobierno y cientos de cuentas manejadas por activistas y funcionarios de LIBRE, pretende victimizar al ente gobernante antes de la votación del domingo 30 de noviembre de 2025, como si la derrota fuera inevitable y el resultado ya estuviera "robado". ¿No es exactamente ese el libreto que tanto han criticado del pasado bipartidista?
Ochoa no discute con argumentos técnicos. Se escuda en la ley solo cuando le conviene, pero calla frente al caos legal que su propio partido y las Fuerzas Armadas desataron en las votaciones primarias del domingo 09 de marzo, donde militares y operadores afines sabotearon la logística electoral sin consecuencias jurídicas todavía. Tampoco reconoce que la Ley Electoral, lejos de prohibir la revisión humana de actas, exige garantizar su exactitud, con ellos como garantes. ¿Quién validará los resultados si no es el CNE? ¿Acaso propone que todo quede al arbitrio de un sistema informático que también es diseñado y programado por humanos?
La decisión que las consejeras defendieron es elemental: si un acta presenta inconsistencias, debe ser revisada antes de publicarse, no después. Eso no es fraude, es resguardo democrático. El CNE no está inventando nuevos órganos, ni trayendo "manos extrañas". Son los propios técnicos del CNE quienes verifican. Pretender que esa supervisión es un delito es un absurdo que solo persigue el caos.
Para mayor incomodidad de Marlon Ochoa, la consejera presidenta Cossette López ilustró con precisión la decisión tomada por mayoría en el CNE —y no por consenso—, recurriendo a un ejemplo ocurrido este mismo martes 08 de julio de 2025 en el Congreso Nacional. "Les voy a dar un ejemplo práctico que acaba de suceder aquí, en este recinto. ¿Acaso no acaba de verificar quien preside esta sesión el voto emitido a través de estos dispositivos, por el diputado Jorge Cálix? Dijeron que hubo un cambio de lugar, que se había emitido, hablaron de una tarjeta. ¿Y acaso no es esa la verificación humana aplicando la tecnología?", cuestionó López, dejando claro que la supervisión humana sobre los sistemas tecnológicos no solo es válida, sino inevitable. Y acá va otra vez: inevitable.
El berrinche de Ochoa no es ingenuo. Representa la obsesión de una facción del poder que solo acepta las reglas si les favorecen. Si no pueden imponer sus condiciones, buscan incendiarlo todo. Esa actitud caprichosa, peligrosa y profundamente antidemocrática no debería tener cabida en un organismo que, por definición, debe actuar con independencia.
"Hay un equívoco con la palabra consenso. No debe usarse para que la minoría someta solo porque puede a la mayoría. Eso no es democracia", señaló López. "En democracia, en política, solo se gana o se pierde. Eso es natural si las reglas son comunes y no privilegian a nadie", agregó.
Las consejeras siguen resistiendo una presión brutal y degenerada. No solo enfrentan el asedio político, también el machismo institucional, el intento de reducirlas al estereotipo de "opositoras del cambio", cuando en realidad defienden una visión minimalista, pero honesta: que el CNE cumpla su función y que las elecciones se celebren con garantías, para que gane quien debe ganar, con transparencia y humanismo, con los millones de votantes y los cientos de miembros de las Juntas Receptoras de Votos y los Centros de Computo como garantes, junto a observadores, medios, partidos y aliados de las libertades civiles.
Ochoa, en cambio, parece más interesado en repetir discursos prescritos por el "familión" de LIBRE. Sin libreto, sin esos guiones que le dictan desde Casa Presidencial, poco tiene que decir. No razona, solo acusa. Y con cada palabra, deja claro que su objetivo no es construir democracia, sino amarrarla a los intereses de quienes hoy gobiernan.
"Las consejeras me dijeron que mi propuesta de verificación les parece la correcta, pero que sus partidos no las dejan aprobarla", afirmó Marlon Ochoa en el noticiero nocturno de HCH, adonde llegó a pedir más tiempo al aire para continuar con su retahíla de acusaciones, más parecida a un chisme de pasillo que a un argumento serio o una prueba concreta de delito.
La pregunta ya no es si Honduras tendrá elecciones limpias. La pregunta es si las dejarán llegar siquiera al domingo 30 de noviembre.
Y en medio de esta disputa, hay algo evidente: los berrinches no construyen democracia, señore, pero sí pueden destruirla.
Marlon Ochoa se escuda constantemente en los colectivos, en el expresidente Manuel Zelaya —cuyo hermano, Carlos Zelaya, evidentemente recibió dinero del narcotráfico— y en la fuerza cavernícola de su partido, intentando justificar la obstrucción sistemática al proceso electoral. Sin embargo, impedir el normal desarrollo del cronograma es un delito claro y flagrante. No presentarse a las citaciones del Consejo Nacional Electoral para trabajar; registrar de manera indebida a periodistas y oferentes con personal partidario a las afueras del CNE; o bloquear cualquier fecha clave del calendario para los comicios, no solo obstaculiza la alternancia democrática, sino que también viola la ley y pone en riesgo el futuro educativo, social, económico, cultural, político y humanitario de todas y todos.
La democracia exige compromiso y responsabilidad, no sabotaje ni caprichos disfrazados de lucha política.
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