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La Iglesia que planta cara a la dictadura

Recientemente hemos visto en Nicaragua la escalada de la persecución religiosa en contra de la Iglesia nicaragüense, sus obispos y sacerdotes. La dictadura orteguista no ha tenido ningún pudor para rodear parroquias, asediar a obispos e incluso, llegar al extremo de encarcelar a un sacerdote (Manuel García, del obispado de Granada) montando una especie de peliculita barata a lo Televisa, como ya lo hicieron en 2018.


Por Israel González | @IsraelDeJ9

El punto en la i

Madrid, España

La Iglesia en Nicaragua, pese a que los sectores más radicalizados de la oposición le exigen salir a decir cuatro cosas altisonantes a la dictadura; no ha callado frente al autoritarismo. Es verdad –en honor a la verdad-, que gran parte del clero tiene miedo de ser encarcelado o incluso ser recluido en sus parroquias sin posibilidad de movilizarse.


Lo ilustro así: Tan solo en la última semana, unos cuantos medios de comunicación afines al catolicismo en España me contactaron para que hiciera de interlocutor y poder conseguir testimonios de sacerdotes católicos en Nicaragua. Muchísimos de ellos se excusaron diciendo que no tenían permiso de sus obispos para hablar. Otros, simplemente no contestaron mis mensajes o se negaban a salir en los medios porque quieren regresar al país y un último, que estaba terminando sus estudios en un país europeo, me dijo que "había que ser prudente". Así estamos: Hay miedo, y no tenemos que negarlo. Los autoritarismos dan mucho temor.



Sin embargo, los curas que no se callan siguen diciendo con claridad que el problema de Nicaragua se resume en tres palabras: Dictadura Ortega-Murillo. El jueves pasado, se publicó en el semanario católico Alfa y Omega del Arzobispado de Madrid una entrevista a monseñor Carlos Avilés, vicario general de Managua, que ilustra dramáticamente la situación que vive el país en tema de violaciones a la libertad religiosa.


La entrevista de Avilés clarifica hasta qué punto ha avanzado el cerco del orteguismo en contra de la Iglesia. Por ejemplo, reveló que personeros del régimen han sido enviados a grabar las homilías de los curas para saber si hablan de la realidad nacional.


"He tenido información de que la secretaría política y el gobierno han grabado, por lo menos, 40 o 50 homilías para analizarlas y ver qué decimos", le dijo Avilés a mi colega José Calderero.


También confesó que a Leopoldo Brenes, el arzobispo de Managua, la Policía le ha montado un puesto de vigilancia en la cuadra donde vive en el barrio capitalino de Altagracia.


"Siempre hay varios agentes de la Policía en la esquina y a todo el que se acerca para entregar un documento, o para un encuentro con el arzobispo, le preguntan el motivo de su visita, le piden el documento de identificación, le toman fotos", confesó el también párroco de la iglesia de Las Colinas de Managua.


Para el religioso, Nicaragua bajo el autoritarismo del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha entrado en una espiral de abusos de poder continuados in crescendo desde abril de 2018, que ha multiplicado la corrupción en el Estado, el nepotismo y la arbitrariedad en la toma de decisiones en todo el sector público, subyugándolo al interés de los Ceaucescu del trópico.


"Es una situación inédita. Nunca habíamos visto tal descaro, tal abuso de poder. Se violan impunemente los derechos de cualquier persona. De todos. Hay una total inconstitucionalidad y una falta absoluta de institucionalidad", lamentaba el sacerdote.


Ya hace tiempo lo vengo diciendo. Pero hasta ahora, alguien de los cargos medios dentro de la Iglesia nicaragüense lo confirma: Los obispos y curas son los únicos que están denunciando las violaciones a los derechos humanos dentro del país.


El resto de sectores de la sociedad, o bien han sido forzados al silencio, se han autocensurado (como los únicos canales de TV que escapan del control del aparato de propaganda de la señora Murillo y sus vástagos) o se han visto obligados al exilio (como la fragmentada y dividida oposición política). El único contrapeso real a la dictadura de Ortega, a día de hoy, es la Iglesia católica de Nicaragua.


Y es precisamente porque Ortega y su mujer ven a la Iglesia como "enemigos reales" que se permite perseguir a los curas y obispos, sacar del aire a la Radiotelevisión Católica de Nicaragua y crear peliculitas dignas de lástima para mantener a un cura en las ergástulas del nuevo Chipote.


"Nos castigan para que nos quedemos callados y no sigamos caminando con el pueblo, pero no decir lo que está pasando nos convertiría en cómplices. Quieren una Iglesia muda, pero no hablar sería pecado (…) En esta situación, nosotros somos los únicos que estamos hablando, expresando lo que el pueblo quiere, que es que este Gobierno se vaya y podamos vivir en paz", finalizaba el sacerdote la entrevista, no sin antes pedirle a mi colega Calderero en un tono lleno de afición que la prensa católica española "no se olvide de Nicaragua".


Las palabras de Avilés, cargadas de profetismo, se unen a esa larga tradición de la Iglesia latinoamericana que supo dejar atrás su vínculo con el poder para ponerse al lado de los pueblos de la América Latina para reclamar libertad y justicia social.


La fe hizo a múltiples curas y obispos convertirse en fervientes defensores de derechos humanos desde el Río Grande hasta la Patagonia. Y así, el continente más católico se llenó de mártires cristianos como monseñor Óscar Romero; que ofrendaron sus vidas por la de sus pueblos.


Nunca ha sido fácil ser cristiano. Ni en los tiempos de Nerón, ni en la América Latina de las dictaduras militares apoyadas por EE.UU. ni en la Nicaragua de Ortega y Murillo. Hoy, no denunciar las injusticias en Nicaragua nos convierte en cómplices de omisión.


No me cabe la menor duda que la Iglesia nicaragüense seguirá hablando, denunciando las injusticias y anunciando la esperanza. Sí, hay miedo en el clero y en los laicos ¿Por qué negarlo? Somos humanos, y usar una sotana no siempre te puede hacer escapar de la esquizofrenia represiva de la dictadura; pero también hay esperanza porque las noches oscuras terminan un día, y –como decía un obispo, también profeta, hoy lejos de su patria-, los pueblos crucificados resucitan siempre.


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