Migración hacia Estados Unidos en tiempos de pandemia
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Migración hacia Estados Unidos en tiempos de pandemia

La pandemia parece haber menguado sustancialmente la migración de centroamericanos a Estados Unidos. Las cifras ocultan proyectos truncados o diferidos de reunificación familiar. Indican que el pánico al virus y las políticas que limitaron la movilidad en los países del istmo tuvieron más fuerza que todas las medidas para frenar la migración. Relatos de cuatro migrantes centroamericanos ya establecidos en el Norte, dos en Virginia y dos en Los Ángeles, ponen rostro y sentimientos a cómo viven allá la pandemia y nos permiten imaginar otras muchas vivencias.


Por: José Luis Rocha - Investigador Asociado de la Universidad Centroamericana (UCA) "José Simeón Cañas" de El Salvador.


La pandemia de Covid-19 ha sido un muro para miles de personas que huyen de Centroamérica por diversas razones - Fotografía cortesía
La pandemia de Covid-19 ha sido un muro para miles de personas que huyen de Centroamérica por diversas razones - Fotografía cortesía

La pandemia de Covid-19 ha dado vuelta al planeta y trastornado todas nuestras vidas. La globalización de dinámicas sociales y económicas ha experimentado un frenazo paralizante. Las líneas aéreas suspendieron sus vuelos, el turismo se desplomó, los productos importados son cada día menos visibles. El capitalismo no está en coma, como algunos quisieran y pregonan, pero sí cojea y a ratos se arrastra. Las migraciones no escapan a la ralentización de las dinámicas globales. ¿Cómo están siendo afectados los planes de los centroamericanos que buscan el “sueño americano” ¿Y cómo ha cambiado la vida de los migrantes que ya viven en Estados Unidos? Para asomarme a estas realidades conversé con dos salvadoreños, un guatemalteco y un hondureño, a quienes conozco desde hace bastantes años, ubicados en dos extremos de Estados Unidos: unos viven en Virginia y otros en Los Ángeles. Dos ya regularizaron su situación migratoria y dos no. Sus historias en tiempos de pandemia ofrecen puntos de vista que seguramente comparten con otros muchos.

¿Migran más o menos?


Desde que la pandemia fue reconocida como tal, ¿cuáles han sido las dimensiones del movimiento migratorio centroamericano? Sabemos de caravanas hacia Estados Unidos de migrantes del istmo realizadas en plena pandemia. Sin embargo, la gente que ha viajado en ellas representa una mínima porción del total de centroamericanos que emprendieron ese viaje en el tiempo previo a la pandemia.


Siendo los medios para medir el flujo migratorio centroamericano no autorizado muy falibles, por lo masivo y escurridizo del movimiento, conviene recurrir a cálculos indirectos. Un indicador -cuestionable, pero elocuente- es el número de migrantes detenidos por las autoridades en México. Vemos así que “la migra” mexicana registró un llamativo descenso del total de detenciones en el primer semestre de 2020. Comparadas con las que realizó en ese mismo período de 2019, fue un 64% menor. Y como los centroamericanos capturados representan el 84% de quienes son detenidos en México, las cifras son casi las mismas para este grupo.


Las 91,082 detenciones de centroamericanos entre enero y junio de 2019 fueron 34,128 en el lapso gemelo de 2020. La afectación por países fue desigual: la migración de nicaragüenses decreció en un 70% y la de guatemaltecos en un 57%. Ésos son los dos extremos.


Basados en estas cifras podemos lanzar la hipótesis de que el flujo migratorio de centroamericanos disminuyó hasta ser un tercio del habitual. Un dato interesante que abona esta suposición es el hecho de que no sólo menguó el número semestral, también hubo un descenso gradual mes a mes. En enero, cuando no había pandemia, 12,447 centroamericanos fueron detenidos. En febrero y marzo bajaron a poco más de 7 mil. En abril fueron 2,533 y en mayo sólo 1,874. En junio se dio un ligero aumento, 2,033, un repunte que quizá hable de cierto relajamiento en el pánico a la pandemia. ¿Continuarán estas tendencias? Está por verse.


Las cifras de la "migra gringa"


También podemos comparar los números de la “migra” mexicana con los de la “migra gringa”. Según las cifras del Customs and Border Protection, el total de detenciones entre enero y julio de 2020 en la frontera sur de Estados Unidos fue el 33% menor de las de ese mismo período en 2019. Si en 2019 hubo 678,212 migrantes capturados, en 2020 fueron menos: 221,663.


También en esa frontera se percibe un descenso gradual, comparando las aprehensiones con las de 2019 y las de años anteriores. En 2019, a medida que el frío invierno remitía y aún no aparecía el inclemente sol del verano, las migraciones aumentaron y también el número de las aprehensiones: 58,317 en enero, 76,545 en febrero, 103,731 en marzo, 109,415 en abril y 144, 416 en mayo.


Ese año, hubo un descenso a partir de junio por las adversas condiciones climáticas para atravesar el desierto. Muy distintas fueron las cosas en 2020: las capturas de migrantes sumaron 36,581 en enero y fueron descendiendo hasta 23,197 en mayo, con repuntes en junio y julio: 32,935 y 40,746. También fue decreciente el número de capturados que viajaban en unidades familiares y el de menores no acompañados detenidos. Los primeros bajaron de 5,161 a 716 entre enero y abril y los menores fueron 2,680 en enero y sólo 712 en abril de 2020. Los números subieron en los siguientes tres meses. Pero aun así, en julio de 2020 hubo veinte veces menos capturas de migrantes viajando en unidades familiares que en el mismo mes de 2019.


Quizá las cifras de quienes se presentaron por su propia voluntad ante las oficinas de migración para solicitar asilo sean más representativas del flujo migratorio, porque las oscilaciones no dependen de la eficacia o de la incorruptibilidad de los patrulleros, sino de quienes iniciaron el viaje con el firme propósito de pedir asilo.


El número de quienes se presentaron a pedirlo y viajaban en unidades familiares se desplomó de 3,037 en enero a sólo 61 en julio. Y el de los menores no acompañados, que fueron 396 en enero, descendió a 87 en julio. Abril fue el mes con menos solicitantes en ambos años: 385 en 2019 y sólo 29 en 2020.


¿Será una tendencia?


La comparación entre la “migra” mexicana y la de Estados Unidos, dos entidades de muy disímil dotación y cultura institucional, coinciden en que se redujeron a un tercio las detenciones. En que hubo un descenso gradual en los primeros meses del año y un repunte a mediados de 2020. Y en que todos los números de 2020 están lejos de alcanzar los de 2019.


La pandemia parece haber menguado sustancialmente las migraciones. Pero es poco probable que se trate de un giro que marque una nueva tendencia, sobre todo si tenemos en cuenta el aumento de migrantes que empezó a verse en los últimos meses analizados.


La pandemia ha provocado una mengua sustancial y las frías cifras ocultan seguramente proyectos truncados o diferidos de reunificación familiar y otras tragedias. Probablemente esconden también que el pánico al virus y las políticas que restringieron la movilidad en los países del istmo en los últimos meses tuvieron más fuerza que todas las políticas destinadas a frenar la migración, tanto las disuasorias como las draconianas.


Más muertos, más desempleados


Los migrantes ya asentados en Estados Unidos han protagonizado otros dramas. Se han enfrentado a una igualdad de trato en una especie de estado de excepción porque las medidas restrictivas han sido parejas para todos. En un país donde todos son privados de algunos derechos básicos parece que nadie está segregado. Pero cuando los desiguales reciben el mismo trato que todos, el impacto no es el mismo.


En Estados Unidos, y según datos de mayo, los latinos fueron el segundo grupo con la mayor tasa de muertes por Covid-19: 259 por cada 100 mil habitantes, poco por debajo de los 265 por cada 100 mil de los afroamericanos. Los latinos representan el 29% de la población estadounidense, pero han padecido el 34% de las muertes atribuidas al virus.


La afectación también ha sido económica: el 40% de los latinos, versus el 27% del total de estadounidenses, vieron reducidos sus salarios. Y el 29% perdieron sus trabajos, en contraste con el 20% de la población general que también los perdió.


Mediante una encuesta nacional, el Pew Research Center encontró que, en medio de la severa contracción económica, los latinos han sido más afectados que otros grupos étnicos. En junio de 2020 la tasa de desempleo total era del 14.4%, mientras entre los latinos era del 18.5%. Esa brecha ha sido una constante. La última gran recesión (2008-2009) dejó como sedimento una tasa de desempleo del 10.6% para la población en general y del 14% para los latinos.


El "sueño americano": ¿un destino menos atractivo?


El promedio actual de desempleo, que alcanza un pico histórico, esconde que entre los latinos los más afectados son los hombres, con una tasa de desempleados del 20.5%.


En investigaciones anteriores ya había notado que los empleos de los hombres en Estados Unidos eran más inestables que los de las mujeres, por su informalidad o por ser contratos que dependen de temporadas y de la movilidad. También muchas mujeres tienen ocupaciones en ramas de la economía que han sido muy afectadas. Tal vez las que trabajan como niñeras para instituciones estatales hayan conseguido mantener sus ingresos, pero no las meseras, cocineras y afa¬nadoras.


Aunque será necesaria más investigación, lo cierto es que la pandemia y la forma en que ha afectado la economía de Estados Unidos han hecho de este país un destino menos atractivo para la migración. Y si eso no fuera suficiente, en un contexto de escasa solidaridad por el sistema de valores estadounidense, que apuesta mucho por una justicia retributiva, muy centrada en la penalización del ocio, los latinos pueden preferir disfrutar de la proverbial e inagotable solidaridad de sus familias extendidas que arriesgarse a la aventura de irse tan lejos.


Así, la migración puede haber disminuido, no sólo por las políticas que redujeron la movilidad y por el temor a un posible contagio durante un largo viaje que expone a múltiples contactos con desconocidos. También pudo influir que en tiempos de debacle generalizada no conviene cambiar la mala situación en el terruño propio por un más que probable desempleo en tierra ajena, peor en una tierra donde saben que no habrá piedad con los menesterosos.


"A mí no me ha faltado trabajo"


La situación de algunos migrantes parece distar de lo que dicen las cifras del Pew Research Center. Es el caso de Reynel Claros, hondureño con casi dos décadas de vivir indocumenta¬do en Virginia.


Reynel trabaja arreglando jardines. Tiene su propia empresa de landscaping y una clientela consolidada por años de impecable servicio. Su opinión sobre la pandemia contras¬ta con el pánico tan extendido: “Aquí no hemos parado-me explica-. El landscaping y la construcción no se detienen. Los restaurantes y los hoteles son los que han cerrado. Pero a mí no me falta la chamba. Si cae un nuevo cliente, tengo que hacerme la prueba, porque los resultados son válidos por una semana. Las pruebas son gratuitas si las hace el gobierno, pero las entrega en siete días. Y a veces el cliente no quiere esperar. Las pruebas privadas cuestan como 160 dólares, pero las entregan el mismo día”.


Indago un poco más porque su desaprensión me parece insólita y le pregunto por las afectaciones en su vida. “Como yo participo mucho en grupos de iglesia, antes con los jóvenes y ahora con los matrimonios, a mí lo que más me tocó fue el cierre de las iglesias. Cerraron por varios meses, pero ya están de nuevo abiertas. Eso sí, con mucho cuidado. Con tapabocas y distanciamiento”. Le pregunto si conoce enfermos, si sabe de muertos. “Nadie de mi familia. Muertos… no sé de ninguno. He sabido de algunos colegas que han tenido síntomas y después se les quitaron. Como eran jóvenes, no pasó a más. Lo grave es que el virus pase a los pulmones. Si se combate a tiempo, no hay problema, es como otra gripe”.


"El virus no nos paró ni un día y siempre hay emergencias"


Carlos Portillo es un salvadoreño también con muchos años de vivir en Virginia. Allí conoció a la que ahora es su esposa, hija de salvadoreños inmigrantes indocumentados como él, pero por nacer en suelo estadounidense, ciudadana.


Carlos consiguió la residencia hace pocos años, con lo que pudo impulsar aún más la empresa de reparaciones y acabado de interiores que ya había fundado en sociedad con un paisano. Los dos socios guanacos lideran hoy a quince empleados de diversas nacionalidades. Su triple función de propietario, gerente y trabajador le resulta absorbente.


“Yo salgo a las seis de la mañana, regreso a las seis o siete de la tarde, y entonces es cuando tengo que organizar el día siguiente y eso me toma otras dos horas y media. Me estoy desocupando a las nueve”. Carlos tampoco ha padecido el desempleo: “Esto del virus, gracias a Dios, laboralmente a mí no me paró. No me ha parado en nada, absolutamente en nada. He salido todos los días a trabajar. Solo los fines de semana me quedaba en casa con la familia”.


Sin embargo, a Carlos se le complicó el manejo de su negocio: “Nos cancelaron algunos proyectos que teníamos planeados porque implicaban entrar en los apartamentos habitados. Todo lo que tenía que ver con eso sí se cerró y hubo una pequeña escasez de trabajo, pero de ahí en adelante hemos tenido siempre. Como siempre hay emergencias… Si empiezan los goteos en el techo, hay que entrar porque es una emergencia. Y como, gracias a Dios, nosotros nos hemos extendido a la reparación de techos, siempre tenemos trabajo. Hubo un momento incómodo, fue cuando dijeron que no querían gente en la calle”.


“Eso nos dio un poquito de temor. Entonces hicimos una carta diciendo que el trabajo que íbamos a hacer era de emergencia y que lo estaba solicitando una de las compañías a las que les trabajamos, Avalon, Equity. Y con eso ya la gente tenía un poquito más de confianza”.


"Nos exigen mucha seguridad: mascarillas, guantes, zapatos..."


“Lo que sí se nos complicó -me explica Carlos- fueron los requisitos para ser contratados. Nosotros siempre trabajamos para empresas más grandes y nos exigen bastante, tener todas las medidas de seguridad. Avalon, que es la compañía más grande que nos da trabajo, es la más exigente. Con la pandemia requiere que andemos siempre con la máscara puesta. Y que si vamos a entrar nos pongamos el cobertor de zapatos, los guantes y nos lavemos seguido”.


“Ésa es la política que la compañía ha tirado, aunque ya en la práctica hasta a ellos mismos se les olvida. Pero nosotros sí exigimos a los empleados que no se quiten la máscara por ningún motivo, porque, si los supervisores de Avalon quieren, nos corren por cualquier cosa. Por un muchacho negligente que no use la máscara, si lo ve un supervisor de peso va a decir que la compañía no usa eso y no le daremos más trabajo, y ahí sí que nos vamos todos”.


“Piden pruebas de Covid, máscara, escanear una cuestión en el teléfono para registrar quién entró a los apartamentos, todo un proceso. Por eso a nosotros los jefes nos ha tocado ponernos un poquito estrictos con los muchachos. Si alguno presenta cualquier enfermedad, le pedimos que venga con la prueba negativa para que siga en el trabajo. Si no lo hacemos así, el problema más serio es para nosotros. Si surge algo, nosotros les mostramos a los contratistas la prueba negativa. Algunos trabajadores se molestan cuando les piden las pruebas, pero hay que pedirlas”.


En el momento más candente de la pandemia uno de los empleados de Carlos perdió a su hermana mayor y a su padre con pocos días de diferencia. Carlos lo acompañó en esas horas, más terribles porque su trabajador no pudo despedirse de sus familiares. Como Carlos es muy creyente, igual que Reynel, señala la veda del culto religioso como uno de los elementos más terribles de las medidas adoptadas para frenar el avance de la epidemia. Y me dice: “Por costumbre, por tradición o por deseo uno va a la misa los domingos… y por meses no pude ni confesarme”.


"Pasé dos meses sin un peso"


Al otro extremo del país, en Los Ángeles -una de esas ciudades que nunca duerme- vive William Pérez, incansable promotor del grupo del jardín comunitario Dolores Huerta, ubicado en Pico-Union, integrado por jóvenes mayas, predominantemente de la etnia quiché y de San Antonio Sija, aldea guatemalteca de San Francisco el Alto.


En el gimnasio donde laboraba, William tuvo una experiencia muy distinta a las de Carlos y Reynel. “Los gimnasios -me cuenta- fueron los primeros lugares en cerrar. El 15 de marzo se cerró el gimnasio donde yo trabajaba. Mi último día de trabajo fue el 12 de marzo. Pasé dos meses sin un peso. Ahí yo tenía contrato. También al patrón le cayó el golpe. Era una zona de ricos y alrededor del suyo había como diez gimnasios. Ocho ya cerraron definitivamente. Quebraron. A una de las propietarias yo recién le había pintado el local. Se lo hice por novecientos dólares. ¡La pobre chava pintó por gusto! Ya no tuvo más para pagar la renta. El negocio lo tuvo cerrado por tres meses. Mi patrón yo no sé cómo ha sobrevivido”.


“Ahora apenas está abriendo. Pero las últimas noticias dicen que se va a volver a cerrar todo. Yo estoy viendo la inestabilidad de esto. Hay mandatos de gobierno aquí en Los Ángeles y cuando ellos dicen ‘vamos a cerrar’ es que van a cerrar. No hay una seguridad para el gimnasio. Y cabal: el gobernador ya está diciendo que este fin de semana se cierran las playas, se cierran bares, se cierran restaurantes y al rato cierran los gimnasios de nuevo. Y éstas no son órdenes para la ciudad, son para todo el estado de California”.


La inestabilidad de la que habla Carlos se refiere a lo que algunos consideran bandazos del alcalde, los que en gran medida provienen de la superposición de políticas de los distintos niveles de gobierno en Estados Unidos.


"Me comí los ahorros, entonces empecé a cocinar, a pintar casas"


De igual forma que en New York, en Los Ángeles hubo fricciones, o al menos falta de sincronización y de acuerdos, entre los funcionarios públicos. En Los Ángeles las fricciones mayores se dieron entre el alcalde Eric Garcetti y la policía, que renegó de las cuarentenas intermitentes proclamadas por el alcalde a medida que fue recibiendo información oscilante sobre el impacto del virus. Como trasfondo de esa tirantez estaba un recorte al presupuesto policial y el hecho de que Garcetti llamara “asesinos” a los policías en el contexto de las masivas protestas por el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de la policía.


Meses en el desempleo dejaron a William sin un cinco: “Me comí los ahorros”. Sin embargo, no se hundió moralmente porque su familia lo sostuvo y porque trató de ser útil en el hogar: “Es feo no trabajar. Entonces descubrí mi habilidad en la cocina. Y empecé a cocinar. Comida tailandesa, comida mexicana, comida de todo”.


Tampoco se hundió económicamente porque retornó a su anterior oficio: pintar casas. Pero el peligro lo sigue rodeando y él constata cómo hace estragos a su alrededor: “Es terrible. La gente está muriendo y hay pocas medidas. Eso es todo lo que aquí se está diciendo: lavarse las manos, mascarilla, no tocarse la cara y los seis pies de distancia. Pero los buses, el metro… todo está funcionando. Focos de contagio, hermano. Yo no los ocupo. Ni Uber. He andado manejando el carro de mi sobrina. Ella tiene el privilegio de trabajar desde casa. Le arreglé su cuarto y desde ahí está dando terapia. No sale y yo uso su vehículo, así no uso los medios de transporte, son focos de contaminación”.


"La comunidad indígena no tiene conciencia"


La alarma no era ni es en modo alguna infundada. El martes 18 de agosto el condado de Los Ángeles registró 222,236 personas contagiadas y 5,254 muertas, el 47% del total de fallecidos por Covid-19 en California, pese a que en ese condado apenas vive el 25% de la población del estado. Hasta la fecha en que escribo, el período pico de contagios fue el mes de julio, con 7,877 nuevos casos el 6 de julio.


Una semana antes había hablado con William y me dijo: “Es un problema que las medidas sean insuficientes. Y la comunidad guatemalteca, y especialmente indígena, no tienen la conciencia de todo esto. Por la sexta y la Burlleigh, donde siempre hay un montón de ventas de comida, todo está igualito. El parque MacArthur está igual. Una vez un capitán de la policía me dijo: míster William, por favor, paren esto. Le dije: Es que la gente necesita. Entonces me enseñó un reporte: siete chavos de veintidós años llegaron al hospital Buen Samaritano y según su declaración habían jugado un partido en el parque MacArthur y ahí se contagiaron. Y todos fueron a dar al mismo hospital. Y todos, guatemaltecos. Esto es terrible. Esta onda es real”.


“Yo soy escéptico a muchas realidades, pero también uso la lógica: si hay viento, se van a mover los árboles. Y yo lo voy a sentir, aunque no lo vea. Mirá lo que pasó con el Chispudo. Trabaja en un restaurante japonés de primera categoría. Cuando me dijo: Hermano, siento esto y esto, y dicen que son síntomas de Covid. Yo le dije: Sólo te veo todo abultado, espero que estés en cuarentena los catorce días. Me dijo: No, hermano, estoy trabajando”.


“Entonces le pegué una maltratada en dimensión salvadoreña: ¡con los síntomas de Covid trabajando en un restaurante! No era consciente del daño. Pero despertó cuando lo arrastré verbalmente. Llamó a su jefe, que lo escuchó muy preocupado. Lo puso en descanso pagado. Luego lo mandaron a hacerse el examen. Gracias a Dios salió negativo. Sólo tenía los síntomas. Esta cosa es curiosa porque en esa misma semana el tío del Chispudo cayó positivo. Y compartía cuarto con él. Cuatro personas compartían cuarto. Entonces el daño era real, no solo era sicológico”.



"Esto cambió la vida de todos"


“Desde noviembre yo venía siguiendo noticias de China -continúa Carlos-. En febrero estaba cenando con diez chavos guatemaltecos y les dije: Hey, ¿saben qué? Si tienen dinero, guárdenlo, porque yo creo que nos van a encerrar. Y ellos dijeron: Ay, hermano, usted se pasa. Víctor dijo que eso del coronavirus era mentira. Yo lo refutaba, pero él decía: Estoy seguro de que a mí no me va a pegar porque ya me estoy pro¬gramando y me enjuago. Y así quedó la discusión.


El 15 de marzo ellos empezaron a ver que nos encerraron a todos, pero él siguió trabajando en la construcción. Víctor no paró de trabajar y ahí se contaminó. Ya cuando se contagió, me dice: Hermano, yo no puedo caminar, me duele aquí, me duele allá. Como pudo, fue a hacerse el examen y salió positivo. Convaleció 22 días. Siguió todo el protocolo. Fui a visitarlo muy protegido. Ahora está bien. Pero, vos, esto vino a cambiar la vida de todos”.


“Miguel fue otro. Trabaja en un restaurante de lujo mexicano. Ahí un señor imprudente andaba positivo y a nadie le dijo. Se desmayó en la cocina y Miguel lo auxilió sin saber qué tenía. Resulta que cuando fue al hospital le dijeron que tenía no sé cuántos días con Covid, pero nadie lo sabía y el señor se lo pasó a muchos. Era el cocinero. Imaginate qué terrible: el cocinero positivo y siguió llegando. Imaginate toda la comida que ese señor preparó.


Miguel, de 27 años, resultó positivo y está seguro de que ahí fue donde lo agarró. Hoy precisamente me envió un mensaje para contarme que el señor ya está agonizando. Yo les digo a los chavos: No vayan a lugares a comer. Traten de cocinar mejor sus huevos. Hay mucho riesgo ahorita. Por eso las autoridades están peleando para poner 500 dólares de multa a quien no use la mascarilla”.


"Estuve trabajando de voluntario catorce semanas"


La vida no solo les cambió a estos amigos para mal. William invirtió el ocio de su desempleo en labores filantrópicas.


“Por catorce semanas -me cuenta- estuvimos dando frutas¬ y vegetales. José Miguel Ruiz fundó algo que le llama Cultiva LA. Y la gente, incluyendo la Universidad de Southern California, le donó dinero para que él ayudara a la comunidad. Pues ahí de voluntarios estuvimos ayudando catorce semanas, hasta que ya la ciudad nos dijo: Eso que hacen está bien, pero es de alto riesgo. Entonces, ya no más. Porque aquí hay un foco de infección terrible”.


“Cultiva Los Angeles” fue creado por José Miguel Ruiz, un estadounidense de origen mexicano, para transformar la relación de la urbe angelina con la agricultura y los comestibles. Con cultivos orgánicos y pequeños mercaditos al aire libre, apuestan por una mejor dieta, por empleo local y por el empoderamiento comunitario. De momento, 32 cultivadores abastecen a 1,850 consumidores. Durante la pandemia, William y otros muchos distribuyeron vegetales a una golpeada población latina, en un área de la ciudad habitada por muchos migrantes de primera generación.


"Los que viven en Guatemala están peor"


Eleuterio Hernández, habilidoso sastre con un taller en Beverly Hills, trabaja para la exclusiva firma Battistoni, que solo tiene tres tiendas en el mundo: en Roma, Londres y Los Ángeles, donde trabaja Eleuterio.


Este guatemalteco aprecia la ventaja de su situación cuando la coteja con la de sus paisanos que no migraron: “Trabajo en una tienda muy elegante. Es una compañía pequeña comparada con otras tiendas. Estoy agradecido porque, aunque no tengo los documentos legales de este país, me han permitido trabajar aquí con ellos, incluso me han ofrecido la ayuda para una legalización. Por el momento no es posible porque no hay ninguna ley que me ampare. Sin embargo, me han apoyado en todo lo posible. Han pagado mis gastos. En este tiempo sólo he perdido un dos por ciento de mi salario habitual”.


“Creo que los que vivimos en Estados Unidos no lo sufrimos tanto como los mismos paisanos que están en su propio país y sin ayuda. Aquí nadie se muere por falta de comida. Por otro lado, los que tienen hijos que son ciudadanos han recibido algo de ayuda por parte del distrito escolar: 365 dólares por cada niño, aunque no es lo suficiente para para un mes de renta. Lo que preocupa por ahora -me cuenta- es la moratoria para los que deben el alquiler. La han extendido hasta finales de septiembre”.


“Será un tiempo difícil. No tanto como para los guatemaltecos que viven dentro del país. Ni siquiera una libra de frijoles han recibido los aldeanos que están encerrados y sin trabajo y sin oportunidades de empleo. Muchos han recurrido a colocar en sus ranchos una bandera, símbolo de que tienen hambre. El presidente Alejandro Giammattei considera como adversario político a quienes los organizan. Aquí en Estados Unidos también hay escasez, pero es para el que no está acostumbrado a luchar contra la corriente de las necesidades”.


Esto me trae a la memoria unas conferencias donde Carol C. Gould expuso la que a su juicio era la ontología social de Marx, una concepción que se aparta de las idea que identifican la libertad como la ausencia de necesidades, una idea que Aristóteles acuñó y que se difundió por siglos en la filosofía y pasó a la política con Hobbes y a la economía con Adam Smith.


Marx -explicaba Gould- rompe con esa tradición porque su idea de libertad no implica carencia de necesidades, sino luchar contra ellas. Según Marx, en esa lucha el ser humano satisface sus necesidades y genera nuevas necesidades y metas. Así, el trabajo no es una esclavitud, sino la liberación. Por eso Marx escribió: “La superación de los obstáculos es en sí misma una actividad liberadora”. Hoy, Eleuterio nos recuerda que la lucha contra la corriente es el terreno donde se garantiza la supervivencia.


"Quedándose en sus casas se salvaron"


Eleuterio señala también que en Los Ángeles hubo retos que desbordaron, que incluso bloquearon, la capacidad de lucha en el trabajo. “Muchos negocios -dice- no tienen todavía permiso para operar. Están cerrados, aunque en la gran mayoría de la ciudad se ve movimiento. No se paró la ciudad totalmente, pero hay menos gente. Costó mucho creer que exista una enfermedad tan grave, que hace tanto daño”.


“Nosotros tenemos una organización. Allá de donde vengo, de donde crecí, San Antonio Sija, habemos dos mil personas. Aquí tenemos una fundación que cuando muere una persona aquí se paga su repatriación a Guatemala. Por cada persona que muere nosotros colaboramos con diez dólares. A lo largo del tiempo hemos acopiado fondos y ha crecido una cantidad de dinero. Ahora ya no los enviamos con el cuerpo entero, sino cremados. Este año han salido diez muertes de la comunidad de donde yo vengo. Sumando la aldea en general, donde mi hermano está de alcalde, se han muerto treinta personas en una comunidad de 15 mil habitantes. Se está muriendo mucha gente”.


“Aquí en Los Ángeles la mayoría de los de San Antonio que han muerto son jóvenes. La gente que trabaja y se cuida no tiene problema, pero algunos no cuidan su salud. Padecen de diabetes, obesidad y toman muchas bebidas alcohólicas. Ésos son más propensos a contagiarse y a que les dé la enfermedad muy fuerte porque tienen las defensas muy bajas. Les tocó el virus y ahí se quedaron”.


“A algunos también les pasó que fueron al hospital y allá se murieron. Otros se quedaron en casa y se salvaron. Siento que las personas que se trataron en casa con remedios caseros parece que les sirvió bastante. Yo no lo garantizo, pero eso es lo que siento, basado en lo que me han contado. Creo que la medicina no está muy avanzada”.


¿Cómo ven el Sistema de Salud?


Eleuterio menciona un tópico constante entre los latinos:¬ la desconfianza en el sistema de salud estadounidense. No mencionan sus costos, sino su eficacia.


La crítica más frecuente entre los latinos se enfoca en la frialdad de los médicos, que contrastan con médicos de sus países de origen, que suelen gastar tiempo al atender a sus pacientes. En las opiniones de Eleuterio subyace una reivindicación de la medicina tradicional y quizás de la atención que brinda la familia a su pariente enfermo.


Contrariamente a lo que algunos han sostenido, los migrantes no viven en un sostenido y lineal proceso de aculturación. No siempre al comparar su entorno original y el actual emiten un juicio favorable a los Estados Unidos. Eleuterio es favorable a Estados Unidos en el terreno laboral¬ y político. Pero cuando habla de salud y de enfermedad valora más sus raíces. Quizá las situaciones límite, como es esta pandemia, suspenden o revierten los procesos de aculturación. En todo caso, en Eleuterio conviven juicios favorables y negativos para ambos países.


Virginia y Los Ángeles parecían dos países diferentes


Los testimonios de estos cuatro migrantes centroamericanos son insuficientes para llegar a conclusiones firmes. La muestra es minúscula y ni siquiera el auxilio de las estadísticas permite establecer alguna correlación entre condiciones demográficas (tamaño y densidad poblacional) y comportamiento de los indicadores del coronavirus (contagios, mortalidad y letalidad).


Sin embargo, las palabras de estos cuatro hombres que luchan por sus sueños ponen rostro y sentimientos a las gélidas cifras, y exponen algunos problemas ocultos en los pliegues de los porcentajes. Nos hablan de una diversidad de vivencias. Por momentos, me parecía que describían dos países distintos. La experiencia de la pandemia es más inmediata y aterradora en Los Ángeles. Sus viviendas y centros laborales están insertos en el hormiguero de un condado que absorbe a la cuarta parte de la población de California, donde ha ocurrido casi la mitad de las muertes por Covid en ese estado.


La densidad poblacional disparó contagios y muertes


Los latinos que entrevisté en Los Angeles viven y se mue¬ven en el corazón de la ciudad: el parque MacArthur, Pico-Union y Beverly Hills. La densidad poblacional de Los Ángeles, y sobre todo la de los barrios latinos, pesó para estimular los con¬¬tagios y disparar el número de muertes. Allí los centro¬ame¬ricanos se aglomeran en dos de los vecindarios¬ más afectados del primer distrito, precisamente los que ocupan el segundo y el cuarto lugar en densidad poblacional: Westlake y Pico-Union, con 61,497 y 40,798 habitantes por kilómetro cuadrado. Comparemos esa densidad con las de las capitales centroamericanas (5,590 Tegucigalpa, 4,722 Guatemala, 4,375 San Salvador y 3,560 Managua).


Cuando hablé con William y Eleuterio, Westlake y Pico-Union iban acumulando al llegar a agosto 2,157 y 1,606 casos, y 134 y 85 muertes, cifras gigantescas para su tamaño poblacional. La tasa de 22 contagios por cada mil de Los Ángeles -muy superior a los 15.56 de Estados Unidos- se disparó a 38 en Pico-Union. La letalidad nacional de 32 muertos por cada mil contagiados se elevó a 62 y a 53 en Westlake y en Pico-Union.


Quizá la letalidad también dependió de la pirámide poblacional. Pero la experiencia directa y dura de la pandemia fue en parte producto de su emplazamiento: los migrantes de Los Ángeles viven y trabajan en la ciudad, no en los suburbios, como los de Virginia, que residen a muchas millas de distancia del centro poblacional más cercano.


En el condado de Prince William, donde viven Carlos y Reynel, habitan poco más de 400 mil personas en un archipiélago de residenciales separados por enormes predios no habitados. En contraste, el condado de Los Ángeles en donde viven los otros dos es un continuo urbano de casi 10 millones de personas en un perpetuo bullir de intensa vida social, propia de una megalópolis.


Políticas diversas y ambivalentes


Las políticas estadounidenses hacia la pandemia han tenido un papel ambivalente. Ante lo que se ha percibido como una falta de liderazgo proactivo de la Casa Blanca, los gobernadores han tomado las riendas. También lo han hecho las autoridades de los condados y de las alcaldías.


Esto significó una diversidad de políticas y de fechas muy disímiles en la declaración del estado de alarma y en la adopción de medidas. Las directrices oscilantes y las fricciones entre los distintos niveles del sistema político estadounidense hicieron que la incertidumbre se cebara sobre la población y, posiblemente, minaron la credibilidad de algunas advertencias sobre la pandemia. La heterogeneidad estatal, que es una riqueza burocrática y que a menudo abre las puertas a los indocumentados -por ejemplo, en las ciudades santuario- ha resultado conflictiva y un caldo de cultivo para ásperos desacuerdos que aumentan la perplejidad y el malestar en la población.


A todos los igualó el virus


Una incógnita sobre la que necesitamos indagar más -estos cuatro testimonios ofrecen algunas pistas- es si la condición de migrante entraña mayores riesgos en una emergencia sanitaria de este tipo. Las cifras de contagiados y muertos parecen incontestables. Pero, de las historias de los cuatro migrantes se puede inferir que las restricciones y afectaciones no sólo se limitan a la población migrante. Las personas migrantes han adquirido una extraña forma de ciudadanía limitada: comparten las mismas restricciones que los nativos, que los naturalizados y que los residentes autorizados. Los iguala el virus.


La mayor tasa de desempleo entre los latinos es explicable por el tipo de empleo que consiguen los migrantes de nuestros países. En algunos estados, meseros y sastres son en su mayoría latinos, y afanadoras y niñeras, en su mayoría latinas. Se necesita más respaldo estadístico para llegar a una conclusión bien sustentada.


Se necesita también prestar más atención a las formas y tiempos de los procesos burocráticos: para el tipo de empleos de los migrantes la morosidad de los procesos es fatal. Obtener resultados en la prueba de Covid en una semana significa perder una oportunidad laboral. También sucede que cuando presentan la prueba de que son negativos podrían estar ya en la segunda semana de incubación.


Es más que probable que al indagar en la relación entre la salud de los migrantes latinos -hábitos alimenticios, también debidos a su marginación- y el sistema de salud estadounidense, se encuentren claves que expliquen la mayor morbilidad y letalidad del virus entre los latinos. Centrándonos en la cobertura de salud, lo que vemos son migrantes que pagan impuestos, pero reciben beneficios mínimos del estado de bienestar de Estados Unidos.


El año de la pandemia es año del CENSO


En el año de la pandemia, 2020 las amenazas contra los inmigrantes no sólo provienen del virus. Las políticas migratorias siguen corriendo por los mismos cauces y mantienen una tendencia crecientemente xenófoba.


2020 es un año de censo. Esto significa la reasignación del número de sillas que corresponden a cada estado en la Cámara de Representantes. Los migrantes que no estén llegan¬do a Estados Unidos no serán contabilizados en el censo que cada diez años se realiza en ese país.


A esto se suma la propuesta de Donald Trump de no contabilizar como población en Estados Unidos a los mi¬gran¬tes no autorizados, una distinción que es ajena al censo y que, si fuera aprobada, disminuiría el peso de California, Florida y Texas en la Cámara. Como respuesta a sus bases, los congresistas de estos tres estados se han contado entre los más interesados en apoyar la migración y algunos han sido favorables a la causa de los indocumentados.


En el período inter-censal 2000-2010, los centroamericanos crecieron más que ningún otro grupo o nacionalidad: 137%, hasta alcanzar casi 4 millones. En eso influyó el crecimiento vegetativo, muy superior al de la población nativa, y también la migración, muy intensa en los últimos años, avanzando al ritmo de las feroces dinámicas de despojo, violencia, nulas oportunidades de movilidad social e inestabilidad política que azotan sus países.


Pronto sabremos cuánto crecieron en la última década. Los números cuentan: nos hablarán de hombres y mujeres que aspiran a una amnistía migratoria, la principal expectativa de dos de los entrevistados. Y la gran esperanza de casi 12 millones de migrantes que, sin autorización, decidieron entrar a Estados Unidos.

 
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