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Silencio y linchamiento digital. La ruptura social que desató Osiris Luna y el ya irrefutable pacto entre Nayib Bukele y la MS-13 en El Salvador

Los próximos días serán determinantes. Si el oficialismo mantiene el silencio, la desconfianza crecerá desde adentro. Si Luna es perseguido, desaparece o sufre represalias, la sospecha se volverá certeza. Si Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) confirma la mínima parte del contenido de los cables mencionados por The New York Times, el escándalo podría tener implicaciones diplomáticas profundas. El presidente salvadoreño está acorralado con la verdad.


Por Jairo Videa | @JairoVidea

San Salvador, El Salvador
Un mural en San Salvador, en alusión al presidente Nayib Bukele y las fuerzas públicas | Fotografía cortesía
Un mural en San Salvador, en alusión al presidente Nayib Bukele y las fuerzas públicas | Fotografía cortesía

El lunes 30 de junio de 2025, la verdad —o parte de ella— tocó a la puerta del régimen salvadoreño y lo hizo con fuerza: el periódico The New York Times publicó una investigación explosiva que desnudó casi por completo los vínculos secretos entre la administración de Nayib Bukele y la Mara Salvatrucha (MS-13), la pandilla más violenta de Centroamérica. La revelación más insólita no fue solo la existencia de ese pacto, ya sugerido por medios independientes como El Faro, sino el personaje que ahora lo confirma: Osiris Luna Meza, actual viceministro de Justicia y director general de Centros Penales, una de las piezas clave del aparato represivo del Estado salvadoreño, y hasta hace poco, uno de los rostros más fieles del oficialismo.


Luna, según el reportaje del diario estadounidense, visitó en dos ocasiones la embajada de Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) en San Salvador en 2020 para ofrecer una delación a cambio de asilo en ese país. Su testimonio —respaldado por varias imágenes tomadas por las cámaras de seguridad del sistema penitenciario salvadoreño, filtradas hace ya varios años, donde aparece un líder de la Mara Salvatrucha (MS-13) siendo escoltado al interior del penal por el propio Osiris— sería una de las evidencias más sólidas hasta ahora sobre la existencia de una negociación directa entre el Estado y la cúpula pandillera, en plena época de represión masiva, y tras un rumor que se volvió noticia luego de la implementación del ya interminable régimen de excepción.


Pero, mientras la investigación sacude todavía las redacciones internacionales, la administración salvadoreña guarda silencio absoluto. Ni Nayib Bukele ni Osiris Luna han reaccionado a las acusaciones. Un mutismo que contrasta con la frenética actividad en la red social X (antes Twitter) por parte de ambos, donde el mandatario ha sido históricamente y particularmente muy activo. El mismo lunes en que se publicó el texto de The New York Times, Bukele publicó información sobre el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero ni una sola palabra sobre el escándalo.


En lugar de una reacción institucional, lo que se desató fue una avalancha de ataques digitales, muchos provenientes de cuentas anónimas o bots, dirigidos no solo contra Osiris Luna por su "traición", sino contra la prensa independiente, medios críticos y cualquier voz que amplificara la denuncia.


Las reacciones en redes sociales digitales revelaron una fractura interna en la sociedad salvadoreña: por un lado, los defensores incondicionales del oficialismo, que rechazaron la investigación con desdén o la calificaron de conspiración mediática internacional; por el otro, ciudadanos y ciudadanas que, aunque alguna vez creyeron en el discurso de mano dura de Bukele, hoy muestran signos de decepción, incredulidad o rabia.


Los comentarios se multiplicaron:

"Después que el presidente te dio ese cargo, hoy estás hablando mal de él. No seas mentiroso, Osiris".
"Si ya no aparece, ya saben quién lo desapareció".
"Ya decía yo, los homeboy del dictador Bukelele...".
"Hipócrita Osiris, después que te arrastró, hoy hablas mal del presidente".
"Hay que darle de baja por sapo".
"Les ha miado la cabeza Bukele. Están viendo las cosas y todavía dicen que son mentiras".

Estos comentarios, publicados por usuarios salvadoreños en X, TikTok y Facebook, muestran una narrativa común: Osiris Luna ha traicionado al "líder supremo", y por ello merece castigo. Ya no es visto como funcionario del Estado, sino como un enemigo interno, un traidor. Algunos incluso incitan, sin ambages, a su desaparición física.


La violencia simbólica —dice una socióloga centroamericana consultada por COYUNTURA bajo anonimato—, que emana desde sectores que aprueban el actuar ya delictivo del Estado e impulsan la censura y la obediencia absoluta, es solo un reflejo de lo que puede incubarse en la realidad, desde la maquinaria estatal, con el poder judicial sin ser un contrapeso.


No obstante, no todos los comentarios son virulentos. También emergen voces de reflexión:


"¿Así que Bukele sí pactó con las maras? ¿Y todos esos años de encierro, de muertos en las cárceles, fueron solo teatro?"
"Ya no se sabe a quién creer. Pero esto no se puede tapar. Lo mínimo que merecemos es una explicación".
"Lo más grave es que el silencio dice más que mil tuits. Hay un pacto, sin duda".

La ofensiva digital contra los críticos no es espontánea. En junio, COYUNTURA publicó un análisis sobre la maquinaria digital del Estado salvadoreño, que encontró que al menos 7 de cada 10 cuentas que mencionaban a la abogada y defensora de derechos humanos Ruth López —enjuiciada sin acceso mínimo de la opinión pública y los medios de comunicación— eran anónimas o falsas, y que sus interacciones se centraban en ataques coordinados. Repetir, repetir, repetir. La misma dinámica se ha replicado ahora con el escándalo Luna-Bukele. Decenas de cuentas han lanzado ataques sin descanso contra quienes compartieron el reportaje. Algunos usuarios reales incluso han reportado bloqueos o restricciones en sus cuentas luego de denunciar la existencia del pacto.


Esto no es nuevo: ya en 2022, Reuters había documentado cómo el aparato digital oficialista utilizaba bots, trolls y páginas falsas para destruir reputaciones, manipular tendencias y blindar la imagen del presidente. Hoy, ante el silencio gubernamental, esa maquinaria ha entrado en acción para controlar la narrativa, desacreditar la fuente —The New York Times, un diario que ha ganado más de 130 premios Pulitzer— y reconfigurar a Osiris Luna como "traidor a la Patria", al estilo de la Nicaragua sandinista.


¿Una traición dentro del régimen?


Las revelaciones de Osiris Luna, de comprobarse, no solo implican una traición institucional. Representan una traición interna al proyecto "bukelista", encabezado por Nuevas Ideas; una filtración desde el núcleo del poder que amenaza con desbaratar uno de los pilares del gobierno: la narrativa de éxito en seguridad. Aunque las pruebas del pacto con las pandillas ya eran conocidas por investigaciones previas, el testimonio de Luna confirma que el acuerdo no fue marginal ni circunstancial, sino orquestado desde el más alto nivel. Que además haya buscado asilo en EE.UU., y exigido alojamiento de lujo, solo incrementa el escándalo.


En paralelo, la Fiscalía estadounidense retiró cargos contra el "Vampiro", uno de los jefes de la Mara Salvatrucha (MS-13), y lo devolvió a El Salvador en 2025 como parte de un acuerdo entre la administración de Donald Trump y la administración de Bukele, según dice The New York Times. Esa transacción incluía la recepción de migrantes deportados a cambio de repatriar cabecillas pandilleros. Los pactos, como se ve, iban en varias direcciones.


El régimen de excepción ha llevado a El Salvador a tener la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, con más de 108,000 reos, el 1.7 % de su población total. Bukele ha convertido ese número en bandera electoral y símbolo de eficacia. Pero si ese modelo está sustentado en acuerdos secretos con los líderes de las pandillas, ¿cuál es su verdadera legitimidad? El silencio de Bukele ante estas revelaciones no es un gesto cualquiera. En un presidente que comunica cada minuto, que se burla de sus detractores y del periodismo crítico, que convierte la política en espectáculo digital, el mutismo es ruido. Y el ruido es signo de que algo se ha roto, quizás por dentro.


En las redes sociales ya no se celebra a Luna como "el arquitecto del régimen penitenciario más estricto del continente", sino que se le señala como un Judas contemporáneo, que ya es parte de la "Lista Engel" de EE.UU., y a quien ya se le ha sancionado a través de la Ley Magnitsky sobre responsabilidades en violaciones a los derechos humanos. Pero también se percibe una creciente fisura entre la narrativa oficial y la percepción ciudadana, incluso entre los simpatizantes históricos del presidente.


La idea de que todo esto es un montaje para "desprestigiar a Bukele" todavía persiste, alimentada por las cuentas afines al régimen. Pero la cantidad de preguntas sin respuesta comienza a agrietar la fe ciega, cuando más de la mitad de la población considera que a un ciudadano u organización se le puede sancionar o judicializar por opinar de forma crítica.


Se abrió la caja de Pandora, con consecuencias regionales. ¿Qué pensará Javier Milei de que Bukele negocia con "terroristas" para lucir poderoso? ¿Qué irá a decir Donald Trump sobre la manipulación? La figura de Nayib ya está comprometida, en la mira de organismos internacionales por la prolongación del régimen de excepción, y también por usar a las pandillas como moneda de cambio político y mediático, y por cómo eso impacta directamente en la seguridad de miles de salvadoreños.


Las preguntas fundamentales siguen sin respuesta:


  • ¿Por qué Osiris Luna buscó traicionar al círculo al que todavía pertenece?

  • ¿Quién más sabía del pacto?

  • ¿Qué rol jugó la embajada de EE.UU. en validar o ignorar esta información?

  • ¿El Estado va a proteger a Osiris o lo desechará?


Por ahora, la única respuesta oficial es el silencio. Pero ese silencio no es inocuo. Alimenta el ruido digital, la paranoia, el odio en redes sociales. Y marca una ruptura: la del relato salvador que prometía paz sin negociación, orden sin corrupción, cárcel sin pacto. Lo que ha comenzado entonces no es solo una crisis política. Es el inicio de una disputa por la verdad en un país donde la propaganda ha intentado suplantarla durante años. La delación de Osiris Luna no es un gesto moral: es una grieta en la fachada de hierro del bukelismo. Y por ella, tarde o temprano, entrará la historia. Y por ella, tarde o temprano, habrán consecuencias y caídos.



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