Jonathan Sánchez: "En Nicaragua se está construyendo una pseudomonarquía que no va a funcionar ni para los propios sandinistas"
- Juan Daniel Treminio
- hace 12 horas
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Desde el exilio, el joven nicaragüense lanza una advertencia: el régimen sandinista de Daniel Ortega y su esposa y comandataria Rosario Murillo podría encaminarse hacia un colapso interno, producto del "desgaste" irreversible de su modelo autoritario.
Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio
Managua, Nicaragua

Mientras el sistema dictatorial del sandinista Daniel Ortega y su esposa y ahora copresidenta Rosario Murillo presume estabilidad y modernización, la realidad nicaragüense revela otro rostro: universidades clausuradas, juventudes expulsadas, familias divididas por el exilio y una sociedad condenada al silencio. En este contexto, el economista exiliado Jonathan Braudy Sánchez se atreve a diagnosticar la situación del país centroamericano y, al mismo tiempo, pronosticar el desenlace de un sistema que, bajo el actual modelo copresidencial, se consolida como una especie de monarquía sostenida por el miedo, las remesas, el control desmedido y la preparación para una sucesión dinástica.
"Todos los modelos tienen un punto de límite. Ellos están en un estado estacionario, ya no pueden crecer, necesitan cambiar de modelo", advierte.
Sánchez, originario de Managua y con 25 años de edad, se formó en la desaparecida Universidad Centroamericana (UCA). Desde el exilio, combina su formación en economía del desarrollo con una mirada crítica al autoritarismo, que ha compartido en foros internacionales como LibertyCon. Cercano al pensamiento libertario, sostiene que la dictadura ha perdido toda narrativa ideológica y se sostiene únicamente mediante el clientelismo de lo que él denomina "neosandinistas", quienes, asegura, "aman todo lo que es incompatible con el sandinismo".
En esta entrevista concedida a la Redacción de COYUNTURA, Braudy no solo desmonta el relato oficial, sino que también lanza críticas hacia la oposición, principalmente desplazada. Califica el estallido social del año 2018 como un proceso traumático, carente de dirección política y sin claridad estratégica: "hasta cierto punto fallido, que no llegó a buen puerto ni a buenas aguas".
Sin embargo, el economista traza posibles escenarios que, a su juicio, podrían abrir oportunidades para una salida del régimen, al que ve encaminado, tarde o temprano, hacia su colapso. "Este modelo tendrá un desgaste, y hay que estar atentos", insiste.
Pregunta. ¿Qué sientes al asumir el concepto de exiliado?
Respuesta. Es difícil, porque implica sentir que te arrancan del país, de la familia, de los amigos. Pero, al mismo tiempo, es un término que refleja resistencia: somos personas que queremos regresar a nuestra tierra, y lo haremos.
P. Para una generación como la tuya, que apenas comienza la vida adulta, ¿qué impacto tiene esta situación?
R. Mi generación nunca conoció la democracia. Crecimos bajo el sandinismo, y cuando teníamos entre 13 y 15 años, ya no existían elecciones reales, ni organizaciones juveniles que representaran verdaderamente a la ciudadanía. Fuimos apartados del ejercicio democrático; no lo hemos vivido, solo hablamos de él como un ideal. Además, vivimos un episodio traumático: el 2018. Muchos creímos que era posible cambiar el rumbo del país hacia algo mejor, pero la respuesta fue una violencia desmedida. Eso dejó profundas heridas. Nos negaron no solo la participación democrática, sino incluso el derecho a opinar sobre el futuro de Nicaragua. Nos negaron, literalmente, vivir en nuestro propio país. El exilio es la negación total de nuestros derechos como jóvenes nicaragüenses.
P. ¿Qué reflexión te genera el 2018 luego de siete años?
R. Creo que es necesario observar la crisis con una mirada más externa, especialmente desde la perspectiva de quienes no estuvieron directamente involucrados en los procesos políticos. Muchos análisis se centran en las intenciones o en el papel de cada organización, pero eso no es suficiente. Hay que evaluar los resultados y reconocer que fue un proceso, hasta cierto punto, fallido.
Fue un intento de insurrección que no llegó a buen puerto. Fue como un barco de ideas al que le negaron el paso, y que al final no terminó en buenas aguas.
P. Es una visión distinta de la que solemos escuchar.
R. Me he encontrado con muchos nicaragüenses en distintos trabajos que he tenido durante el exilio, y para la gran mayoría, abril de 2018 no representa nada bueno. Para unos, significa la pérdida de un familiar; para otros, la consolidación del poder del FSLN. Representa traumas.
A veces se ignora esa otra dimensión cuando se habla desde el triunfalismo. Pero hay que recordar que los crímenes cometidos fueron perfectamente documentados. No fue una victoria. Para una gran parte de la población, abril de 2018 marcó el inicio de la perpetuación de la familia Ortega Murillo en el poder.
Pregunta. ¿Ese fue el resultado?
Respuesta. Las personas que siguen dentro del país viven la dictadura a flor de piel. Cada quien enfrenta el contexto desde su realidad: el pequeño empresario, el estudiante, el trabajador informal. El cambio en Nicaragua no comenzó en 2018; ya se venía gestando antes, en gran parte por el acceso a la tecnología. Internet abrió una ventana al mundo para la juventud. Ahí nació una nueva generación, en medio de la violencia y la corrupción, una generación que de pronto comenzó a cuestionarlo todo, a identificar lo que no le gustaba y a buscar maneras de romper los ciclos impuestos.
P. ¿Qué pasó con aquella idea de una "nueva Nicaragua" que surgió en abril?
R. Al principio se hablaba mucho de valores políticos. Hoy, en cambio, hemos vuelto a una dinámica donde lo que importa es quién tiene más fuerza, se ha impuesto el pragmatismo. Incluso, muchas de las personas que han tomado el liderazgo actualmente no forman parte de esta generación del cambio; no comprenden sus demandas ni su visión. Su pensamiento es otro.
Aunque en el futuro llegue un cambio democrático, seguirán ignorando a este sector que, en términos demográficos, representa más del 70 % de la población nicaragüense.
Nota del Editor: Según verificación de COYUNTURA, al cierre de este texto más del 55 % de la población nicaragüense tiene entre 19 y 35 años, según datos no gubernamentales de diciembre de 2024.
Pueden ignorar nuestras propuestas como jóvenes, pero no podrán ignorar las consecuencias de esa exclusión.
P. ¿Qué diagnóstico le haces a esta Nicaragua, la de 2025?
R. Es un país completamente devastado. El sandinismo no ha destruido a Nicaragua solo una vez, sino dos. Y lo ha hecho demoliendo su institucionalidad. Los países no son grandes por su tamaño, sino por la solidez de sus instituciones y su tradición democrática. Eso se construye con décadas, incluso siglos.
En Nicaragua, esa tradición fue interrumpida dos veces por el sandinismo. Cada cambio —para bien o para mal— ha significado empezar de cero. Lo que se está construyendo ahora es una pseudomonarquía que, incluso para los propios sandinistas, no funcionará una vez mueran sus pseudoreyes.
Además de acabar con la institucionalidad, el sandinismo ha destruido núcleos familiares y sociales, sustituyéndolos por un adoctrinamiento agresivo. Incluso intenta arrebatarle al país su espiritualidad, manipulando el mensaje tanto de católicos como de evangélicos para reemplazarlo con una visión religiosa alineada al régimen.
P. ¿Y cuál es el diagnóstico del rumbo que sigue el país?
R. La migración forzada y el desplazamiento provocaron que el coeficiente intelectual del país huyera. El cierre de muchas universidades hizo que decenas de docentes se fueran a enseñar a otros países. El sandinismo ha separado familias, y las nuevas generaciones están creciendo lejos de sus padres, muchos de ellos en el exilio.
P. Por otro lado, el sandinismo continúa su propia ruta y exhibe logros en infraestructura. ¿Existe algo que sus detractores no quieran admitir respecto a esas otras áreas?
R. Desde mucho antes de 2018 se construyeron narrativas falsas sobre la dictadura. El régimen llegó al poder haciendo alianzas con empresarios, con sectores de la iglesia católica, incluso con antiguos enemigos como los "excontras". Se quedó con parte del equipo intelectual del gobierno de Enrique Bolaños.
Ellos pensaron que con obras de infraestructura —parques, canchas, internet inalámbrico— bastaría para satisfacer a la población. Pero olvidaron los principios básicos de la pirámide de Maslow, que son perfectamente aplicables a Nicaragua.
Primero, la gente necesita comer. Después, tener acceso a la salud, y luego, a la educación. Pero incluso si se les garantiza eso, lo siguiente que busca una sociedad es participar, ser parte de las decisiones. Eso es lo que el régimen ha querido evitar: que la ciudadanía participe activamente en su propio país.
P. ¿Y en términos económicos?
R. Han hecho cosas medianamente bien, como mantener la inflación bajo control y evitar que llegue a niveles galopantes, como ha ocurrido en otros países aliados del régimen. Algunos de los que administran la economía no se formaron en ideologías socialistas, sino en disciplina fiscal y monetaria, y han aplicado ese conocimiento con cierta consistencia.
Sin embargo, y pese a esas medias verdades, todo lo que hace el régimen tiene un alto costo. Actualmente, Nicaragua cuenta con reservas internacionales enormes, lo que evita el riesgo de una devaluación. Pero, ¿de dónde provienen esas reservas? De las remesas. Es decir, el régimen ha expulsado a su propia población para que desde el extranjero sostenga la economía del país.
Apostaron por la separación familiar para garantizar el flujo de remesas. Así mantienen el valor de la moneda, pero a un precio humano altísimo. Solo en un año, el costo de los alimentos ha subido alrededor del 20 %. Es una brutalidad, a pesar de que la moneda no se ha devaluado. ¿Por qué? Porque están sobreexportando para aumentar el ingreso de dólares, vendiendo la comida del país al exterior, lo que encarece el consumo local y vuelve cada vez más difícil la subsistencia de las familias. Priorizan la estabilidad macroeconómica, pero sacrifican el consumo básico de la población.
P. ¿Y encuentras avances en términos de infraestructura?
R. Ese tipo de avance no tiene nada de extraordinario. Es una mentira que solo bajo una dictadura se pueden lograr esas obras. De hecho, los avances en democracia suelen ser más sostenibles y más rápidos. Lo que presentan como "megaobras", en realidad no lo son. Tal vez impactan a un nicaragüense que nunca ha visto algo así, pero si las comparamos con lo que han hecho nuestros países vecinos —países igual de pobres—, ellos han construido infraestructuras mucho mejores y en condiciones democráticas.
¿Cómo es posible que después de tantos años en el poder, apenas ahora presenten esas obras como grandes logros? Es un intento tardío y cosmético que no resuelve los problemas de fondo.
P. ¿Qué te asegura que eso que llamas "pseudomonarquía" no les va a servir ni siquiera a ellos?
R. El ser humano tiene un deseo interno de libertad. Lo puedes ver desde un punto de vista espiritual o secular: tenemos libre albedrío, la capacidad de autogobernarnos. Incluso desde una perspectiva psicológica y natural, somos seres creativos que buscamos innovar y no estancarnos.
Por eso la pseudomonarquía no es sostenible. Tarde o temprano, las personas, incluso tras ciclos largos de estancamiento, buscan su libertad. Además, el régimen se está debilitando desde dentro. Está mal estructurado, cada vez más cerrado, y apuesta por una sucesión familiar que recae en herederos sin la capacidad ni la legitimidad para sostener el poder que sus padres han acumulado.
P. ¿Puede el cambio surgir desde dentro del propio sandinismo?
R. Estoy convencido de que el cambio se da, ante todo, desde adentro: desde dentro del país y desde las propias bases del sandinismo, especialmente de lo que yo llamo los "neosandinistas".
El neosandinismo es un modelo que se aparta del pensamiento marxista y se vuelve completamente clientelar. Fue creado por Rosario Murillo. El máximo ejemplo es la Juventud Sandinista. Son sandinistas en nombre y forma, herederos de las prácticas violentas del pasado, defensores a ultranza del comandante y la comandante, pero sin ninguna comprensión del socialismo, del antiimperialismo o de la historia del sandinismo. No conocen ni las fechas importantes del movimiento. Aman los símbolos del "imperio" y las comodidades del capitalismo. Son incoherentes con lo que dicen defender.
Y esa juventud es solo un fragmento. El otro grupo aún más determinante es el de los hijos de los sandinistas ricos, los herederos de las tierras y fortunas confiscadas en el pasado. Se han criado como empresarios, sin entender ni interesarse en política. Son seguidores pasivos, que repiten lo que les dicen, sin cuestionar, pero tampoco sin convicción real.
P. ¿De qué manera puede afectarles esta situación a ellos mismos?
R. Una dictadura, por definición, no es eficiente, y mucho menos en términos económicos. Las restricciones constantes, la falta de transparencia y el miedo a disentir ahuyentan la inversión extranjera. Y cuando los hijos de los empresarios sandinistas se den cuenta de que este modelo ha saboteado su propio futuro, inevitablemente surgirán fracturas internas. Esos jóvenes no tendrán otra opción que rebelarse, porque la dictadura choca de frente con sus aspiraciones de crecimiento. Tarde o temprano, ese quiebre se dará.
Mire lo que ocurrió en Polonia: el cambio no vino desde fuera, sino desde el corazón del sistema. El sindicato Solidaridad, conformado por trabajadores, núcleo del marxismo en ese momento, fue quien lideró la organización popular que enfrentó al régimen.
P. ¿Cómo romper con ese adoctrinamiento que hace creer que el sandinismo es la única vía posible mientras estén en el poder?
R. Todo modelo tiene un punto de quiebre, una frontera que no puede cruzar si no se transforma. El régimen de Ortega y Murillo ya no puede crecer. Está estancado, en un estado estacionario. Y para salir de ese punto solo hay un camino: cambiar de modelo. Esa es la única vía para movernos hacia el futuro.
P. ¿Y qué sentido tiene hablar de cambio si el modelo ideológico ha sido impuesto hasta en la Constitución?
R. Aunque lo hayan impuesto por ley, el rechazo social al sandinismo crece cada día. Un país no se gobierna solo con una élite. Siempre debe haber una alternativa interna, una posibilidad diferente. Eso sí, hay que entender que lo que se vivió en 2018 ya no regresará. Muchos siguen aferrados a ese momento como si fuera el único horizonte de lucha, pero la gente lo ha dejado atrás. No habrá diálogo, no habrá negociación. El régimen ha cerrado todas las puertas.
Ahora hay que prepararse para otras coyunturas: un colapso económico, una fractura interna, un cambio geopolítico o incluso la muerte de uno de los dos dictadores. Tenemos que estar listos para actuar cuando llegue ese momento.
Y mientras tanto, al menos aún podemos hablar. Algunos todavía tenemos la posibilidad de decir lo que pensamos, de compartir ideas. Esa capacidad de impulsar un cambio cultural es nuestra arma más poderosa. Ellos lo saben y por eso intentan controlar todo: la palabra, el pensamiento, los espacios más mínimos. Porque temen que la batalla cultural surja desde donde menos lo esperan.
P. ¿Cómo dar esa batalla cultural en un país donde muchos apenas sobreviven y otros cargan el dolor de haber sido víctimas?
R. Lo comprendo. Yo también sobrevivo. Estoy en esa misma condición. No puedo dedicar mi tiempo completo a esto, porque tengo que comer, pagar cuentas, trabajar, distraerme, vivir. La lucha total, intensa, ya no es posible. Pero quienes sentimos el deseo de seguir tenemos que encontrar la manera de hacerlo sin destruirnos en el intento.
El compromiso tiene que ser voluntario. Cada quien debe encontrar cómo aportar desde su vida, desde su realidad. No podemos consagrar toda una carrera o una vida entera al cambio por Nicaragua, porque eso nos consume, nos destruye. Hemos visto a muchos quedarse en el camino con serios daños emocionales, mentales, físicos.
P. ¿Es necesario alimentar el antisandinismo como motor de lucha?
R. Hay que redirigirlo. No se trata de atacar a las personas, sino a las ideas. Quienes cometieron crímenes deben asumir su responsabilidad, pero no podemos seguir condenando eternamente a quien fue, es o quiere seguir siendo sandinista. Al final, son personas, ciudadanos como nosotros. Y si queremos construir un nuevo país, ese país tiene que ser para todos.
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