En un artículo de 2009, el investigador y sociólogo José Luis Rocha escribió que solo existen aquellas revoluciones que se pueden leer, observar, cantar y admirar. Recién finaliza el mes de abril (otro cargado de simbolismo, cuatro años después) y me he detenido un momento a pensar lo mucho que le debemos los ciudadanos a nuestros intelectuales y artistas, quienes se han comprometido con la causa democrática de nuestro pueblo.
Por Israel González | @IsraelDeJ94
El punto en la i
Madrid, España
Recientemente estuve en el Festival Internacional de Poesía de Granada, España, organizado por el siempre solícito Daniel Rodríguez Moya, poeta y periodista español, cuya mitad de su corazón está clavado en Nicaragua. Una jornada poética con dos espacios dedicados exclusivamente a hablar de nuestro país.
La Alhambra granadina, esa que ha sido testigo de guerras, caídas de imperios y surgimientos de nuevos imperialismos, fue el escenario en donde Sergio Ramírez y Gioconda Belli, junto con Rodríguez Moya y Luis García Montero, explicaban, con la pasión y el dolor de dos exiliados que no tienen nada más que su dignidad y una carrera literaria impecable, lo que está pasando estos días en Nicaragua, en dónde hasta el más pequeño ejercicio público del pensamiento disidente está penalizado. Y ya no digamos la producción artística como una herramienta de denuncia contra el totalitarismo.
El silencio de aquel acto abrumador solo fue interrumpido por las carcajadas de los asistentes cuando Ramírez explicó que él vería la caída de la familia Ortega-Murillo, así como vio la de los Somoza, y manifestó en tono jocoso que lo único que le daría pesar sería dejar su casa de Madrid para volver a Managua con sus libros.
Y todo se inundó de aplausos, al punto de las lágrimas en las mejillas de alguno que otro, tras la lectura del desgarrador y profundo poema de Belli, titulado Despatriada.
También tuve la dicha de ver a Jandir Rodríguez cantar estos días por España, por donde anda promocionando sus nuevas canciones. Como trovador errante, está visitando a la diáspora nicaragüense en la vieja Europa. Sin más compañeros que la guitarra y sus versos musicalizados, ofrece sus melodías, que nos hablan de aquellos días en los que la Nicaragua había regresado a ser noticia mundial porque unos jóvenes habían cometido el atroz delito de plantarle cara a un régimen dictatorial.
Y en una pequeña librería madrileña, así como en la siempre majestuosa Alhambra, el mismo silencio, las mismas emociones y el mismo amor por un paisito que a ratos pareciera que se va de las manos, en medio del sufrimiento, la crisis económica y la opresión política.
Cuando se luchaba contra la tiranía de Somoza no faltaron artistas e intelectuales que se atrevieron a satirizar el poder, burlarse del mismo y denunciar los crímenes de la dictadura. Jamás la revolución de 1979 hubiera triunfado sin el apoyo decidido de los artistas, comprometidos, y el acompañamiento de tantos amigos intelectuales de América Latina, España y más allá.
Hoy como ayer, la lucha sigue siendo en esencia la misma, y la cultura se convierte nuevamente en una trinchera para dar voz a quienes se les ha cercenado el derecho de hablar en su propia tierra.
Ya sea en las tablas de un teatro callejero en San José, en un salón de actos parroquiales en Sevilla o en un café para conciertos en Londres. Ahí va Nicaragua con sus artistas, una vez más, como embajadores para comunicar en primera persona, para alegrar, reír, hacer llorar y despertar solidaridad de tierras lejanas con la nuestra.
Y como anécdota. Luego de salir del concierto tuve la oportunidad de conversar con el buen Jandir. Hablamos de Nicaragua y del exilio. De cómo su vida dio un giro radical, sacándole del siempre deseoso anonimato de estudiante de medicina y llevándolo a la persecución y la denuncia por medio de su trova. Y también conversamos sobre la paradoja de sentirnos libres en tierra extraña mientras hablamos de Nicaragua a tiempo y destiempo. Y recordamos juntos el poema de Gioconda, aquel que leyó en Granada.
"...soy libre, aunque no tenga nada".
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