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El disidente que también fue arquitecto militar del sistema sandinista

Sobre la memoria incómoda de Roberto Danilo Samcam Ruiz. Todo lo denunció tarde. Ya fuera. Ya cómodo. Nunca lo hizo mientras tenía el uniforme ni cuando era parte de esa misma maquinaria que al final describió con desdén. ¿No fue cómplice? ¿No fue beneficiario?


Cartas a la Dirección | @CoyunturaNic

Managua, Nicaragua
En una imagen de archivo, reclutas del Ejército sandinistas levantan sus rifles y gritan en una escuela militar en Santa Clara, Nueva Segovia, Nicaragua, en julio de 1984 | Fotografía de Getty Images
En una imagen de archivo, reclutas del Ejército sandinistas levantan sus rifles y gritan en una escuela militar en Santa Clara, Nueva Segovia, Nicaragua, en julio de 1984 | Fotografía de Getty Images

Con la conmoción que ha provocado el asesinato de Roberto Danilo Samcam Ruiz, es comprensible que voces independientes, del exilio y de la oposición dentro y fuera de Nicaragua lo eleven como símbolo del pensamiento crítico y el coraje frente al régimen sandinista de Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo. Pero sería un error histórico —y moral— gravísimo olvidar que este personaje, hoy convertido en mártir de la disidencia, fue también uno de los arquitectos del sistema que luego dijo combatir.


No se puede narrar su asesinato sin recordar quién fue antes de ser víctima. Durante los años ochenta, Samcam no fue un soldado raso ni un simple testigo pasivo de la guerra civil que desgarró al país centroamericano. Samcam no fue un espectador cualquiera de la represión, como muchos más que hoy se mezclan en el destierro. Fue un protagonista. Durante los años más sangrientos de aquel conflicto, dirigió el Batallón de Lucha Irregular "Ramón Raudales" (BLI-RaRa), una unidad conocida por su participación directa en operaciones contrainsurgentes en las zonas más afectadas. Jóvenes reclutados a la fuerza o bajo la influencia de medios y funcionarios que promulgaban el Servicio Militar Patriótico, muchos sin instrucción militar y apenas con una infancia vivida, fueron lanzados a combates donde la muerte era una certeza. ¿Quién asume la responsabilidad por esas vidas truncadas? ¿Quién responde por las familias que aún hoy no tienen justicia ni verdad?


Humberto Ortega; los "blanquitos" de los que habló Samcam en su última entrevista pública; Adolfo Antonio Chamorro Tefel, exgeneral de Brigada, accionista del Banco de Finanzas (BDF) y de la Universidad Americana (UAM); Javier Alonso Carrión McDonough, exjefe del Ejército de Nicaragua; Tomás Borge Martínez, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el más "radical" de los "nueve comandantes". Y la lista sigue y sigue. Pero no existen juicios, documentación de sus crímenes, ni reparación. Algunos hasta se van de este mundo sin rendir cuentas. Ruiz, Wheelock, Tirado, Núñez, Arce, Carrión, Téllez y muchos más.


Es cierto: Samcam fue una voz crítica del sandinismo, pero tardía. Denunció las redes de corrupción dentro del Ejército, las componendas del poder —desde el tiempo de "los nueve" y tras asumir la expresidenta Violeta Barrios Torres—, y el uso del Instituto de Previsión Social Militar (IPSM) como plataforma de enriquecimiento ilícito y objeto de manipulación política. Pero esos señalamientos llegaron después de haber gozado del respaldo, los ascensos y la confianza del mismo aparato que luego fustigó. ¿Cuándo pidió perdón? ¿Cuándo explicó sus propias acciones militares? Sus libros, mínimamente, ilustran lo qué vio y lo que hacían a su alrededor, más no su propio accionar, como miembro activo que fue de ese brazo armado que existe hasta estos días, gracias también a él.



Su testimonio no es menos valioso, pero tampoco puede ser visto como redención automática. Las palabras no sustituyen a la justicia. La crítica al poder que uno mismo ayudó a consolidar no puede bastar para exonerarse del daño causado. ¿O sí? Eso le reclaman a Rafael Solís Cerda, exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), también al "chino Enoc" y a cualquier otro rozado por el sandinismo en algún momento; ejemplo en bruto de ello son las y los UNAMOS (Unión Democrática Renovadora, antes Movimiento Renovador Sandinista). Y si bien nadie merece morir asesinado —menos aún de manera tan brutal y posiblemente ordenada desde el poder que tanto incomodó, lejos de tu tierra—, tampoco es posible lavar su legado bajo el argumento de que "se volvió detractor".


Quienes fuimos víctimas de ese Ejército Popular Sandinista; quienes perdimos hermanos en las montañas del norte; quienes fuimos despojados, vigilados, etiquetados de contrarrevolucionarios; quienes crecimos con miedo a las sirenas y a los uniformes, no podemos tragar sin crítica el relato del "Samcam opositor".


La historia no puede escribirse sólo desde el presente. Hay que verla entera. Y Samcam, guste o no, es parte de la historia que fundó al sandinismo armado, al Ejército empresarial y al modelo de poder que hoy sigue mutilando vidas y multiplicando exilios.


Lamento profundamente su muerte. Pero no puedo lamentar que no haya enfrentado nunca un juicio por su rol en la guerra, ni haya pedido perdón a las víctimas, a quienes dejó atrás para construir su vida lejos del sandinismo. Que su caso nos recuerde que ningún disidente —por valioso que sea— debe quedar exento de revisión, escrutinio y, si corresponde, justicia. En la historia de Nicaragua hay demasiadas heridas abiertas como para permitir que la memoria selectiva las cubra con un manto de reconciliación que excluya verdades.


Este texto, sin edición, fue enviado a la Dirección del medio como una crítica a la cobertura realizada por nuestra Redacción tras el asesinato del exmilitar nicaragüense Roberto Samcam. Por razones de seguridad, se resguarda la identidad del autor/a, lector/a frecuente de nuestros contenidos.


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